Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El primero de los conductores de El Cairo con los que la voz
protagonista de la novela Taxi, del
Khaled Al Khamissi*, se encuentra parece salido de las pirámides mismas. Su
edad sorprende al narrador, quien no se atreve a calcularla. “Soy taxista desde el 48”,
le dice. Cuando, respetuoso con la edad como buen egipcio, el narrador viajero
le pide una enseñanza, el viejo taxista le dice: «—Que soy una hormiga negra sobre una roca negra en
una noche de profunda oscuridad, a la que Dios provee su sustento…» (16) Como explicación
de porqué considera esa enseñanza lo más útil que le puede transmitir, el taxista
le relata una historia que le había ocurrido ese mismo mes.
Viejo y pobre, el taxista llevaba diez días enfermo sin
poder conducir para llevar el sustento diario a casa. Siendo ya la situación
económica insostenible y ante la negativa de la esposa a dejar que salga a
trabajar por su estado, el taxista finge que irá al café y acaba cogiendo su
medio de vida con la idea de que “Dios proveerá”.
Por el camino se encuentra a un compañero con un coche nuevo,
pero que se le ha quedado tirado por el camino con un viajero al aeropuerto. Le
pide que realice él el servicio y el viajero monta en el destartalado coche.
Como en El Cairo se pacta el coste del trayecto, el viajero le pregunta. El
viejo y enfermo conductor le dice que lo que él estime conveniente. El hombre
va a la terminal de descarga y el conductor le dice que tiene allí un primo que se ocupará
de él y le atenderá. Y así lo hacen. El hombre logra llegar a tiempo y realizar
todos sus trámites en la aduana. Llegado el momento de pagar, el hombre le da
primero 50 libras. Pero después realiza unos extraños cálculos y le dice que por
llevar las gestiones al primo del conductor en la aduana, que le habrían
costado normalmente 1.400 libras, solo ha pagado 600, por lo que se ha ahorrado
800 y como le pensaba dar doscientas libras por la carrera, le entrega 1.000
libras. Las cincuenta iniciales solo eran la propina.
Cuando el conductor ha terminado la historia, le resume su
enseñanza:
—¿Ha visto, señor? De un solo
trayecto mil libras: podría estar trabajando un mes entero y no ganarlas. ¿Ve?
—prosiguió—, Dios me hizo salir de casa, averió el 504 y creó todas estas
casualidades para hacerme llegar este sustento. Me refiero a que los bienes y
el dinero no son de usted, sino de Dios. Esto es lo único que he aprendido en
mi vida. (17)
No es casual que esta historia sea la que abre la novela de
Khamissi, sociólogo de profesión. En ese viejo taxista, preocupado cada día por llevar unas libras que
le permitan seguir viviendo en la miseria, representa una parte importante del
pueblo egipcio. Esa hormiga negra sobre
una roca negra en una noche negra esperando que le llegue el sustento en
forma de ayuda divina representa un sentido de la fatalidad cuando todo lo
demás falla. Y a los egipcios les ha fallado casi todo a lo largo de su
historia. En especial, sus dirigentes.
Con la honrosa excepción de algún gobernante que se ha
preocupado realmente por la mejora de su pueblo, han padecido algunas de las
peores formas de abandono, representada la última de ellas por la figura de
Hosni Mubarak. Pueblo constantemente invadido y gobernado por otros, los
egipcios han desarrollado simultáneamente varias características: escepticismo
ante el poder, individualismo para buscar sus propias salidas, y un profundo
respeto a la institución familiar, que es la que vertebra las relaciones como
garantía social. Todo ello envuelto en un marco religioso: el verdadero poder
solo está en Dios, que es quien nos guía para sobrevivir. Para ello, el hombre
debe ponerse en sus manos y dejarse guiar. La historia comienza con la
preocupación por la esposa, hijos y nietos, y concluye con la ayuda de un primo
en la terminal del aeropuerto. Podemos apreciar los tres rasgos: la necesidad
de buscarse la vida, confiar en Dios para poder sobrevivir, y que la institución
familiar es lo importante. Es una mentalidad que no cree en lo político como
forma de cambio. El hombre no puede cambiar el mundo, solo sobrevivir en él con la ayuda de Dios. El hombre no tiene armas contra la fatalidad, solo chistes para aliviarla.
Khaled Al Khamissi |
Los resultados la primera vuelta de las elecciones presidenciales han
sembrado el desconcierto y la preocupación. También un pesimismo profundo en
muchas personas que ven cómo Egipto se ha divido en dos orillas enfrentadas e
incompatibles: la islamista de los hermanos musulmanes y la que representa al
antiguo régimen, Shafiq. Las componendas que en el pasado —reciente y lejano— pudieran tener, no son ya aceptables en el punto en el que estamos.
Independientemente de las denuncias por fraude y compra de
votos en ciertas zonas, el hecho es que lo que ha salido de las urnas son dos
opciones que se disputarán la presidencia egipcia, una presidencia cuyo primer
problema es definir sus competencias. Nada está cerrado en Egipto, ni la
constitución, ni la presidencia cuyas funciones deberían estar descritas en
ella. Pensar que se elige a personas sin saber cuáles son sus competencias solo
es un reflejo del desastre político al que han llevado al país los militares de
la SCAF, nulos estrategas para los cuales la política solo es mantenerse en el
poder para seguir controlando el país. ¿Pero cómo controlar un país que
convertimos en incontrolable con nuestras acciones y omisiones? Si Mubarak
aburrió al país, Tantawi lo ha mareado.
Las declaraciones de Shafiq explicando que no ve problemas
en que él sea presidente y que el primer ministro encabece un gobierno
islamista no dejan de ser sorprendentes en este momento, entre las dos vueltas
presidenciales. Es la mentalidad de la política como apaño, como componenda. En términos ajedrecísticos, el antiguo régimen y los militares
ofrecen tablas al islamismo. Esta solución no resolverá nada al pueblo egipcio,
ninguno de sus problemas, sino un conflicto institucional permanente por el
intento de unos por desmontar el antiguo régimen y otros por mantener los
privilegios y el control.
La aparente gran perdedora de estas elecciones ha sido la
revolución. Digo aparente porque la revolución no es un "partido" que gane unas
elecciones sino un principio de transformación y denuncia, un sentido de
justicia y una visión de futuro. El pesimismo, cuando no la depresión, se ha
apoderado de muchas personas que lealmente han querido un futuro moderno para Egipto,
un futuro con personas menos condicionadas por un presente cruel por su
indiferencia. No deben renunciar a ello ni desfallecer. Esto está empezando.
El descenso del apoyo a la Hermandad Musulmana ha sido muy
significativo, como era de esperar desde el momento en que dejaron al
descubierto que eran tan políticos como los demás. Han pasado del 40% a menos
del 25% en apenas unos meses. La desconfianza o la falta de entusiasmo por su
mensaje han enfriado los apoyos que tuvieron al presentarse como “no políticos”.
Su intención de preservar la imagen de la Hermandad y crear un partido para
canalizar los votos, se ha demostrado como una gran ingenuidad. La expulsión de
la Hermandad de Abdel Moneim Abouel Fotouh dejó en evidencia que se estaba ante
la búsqueda del poder y eso lo han percibido los egipcios claramente. La
Hermandad y Shafiq apenas están a unas décimas de diferencia, lo que ha hecho
variar la estrategia de los hermanos, que ahora piden encabezar la revolución,
mediante una alianza, para evitar que regrese el antiguo régimen en la persona de Sahfiq. Todo un
despropósito político en cada nueva entrega.
Mursi, el candidato de la Hermandad |
Lo más meritorio electoralmente ha sido el ascenso desde la nada de Hamdeen
Sabbahi, hombre al margen de ambas tendencias, la religiosa y del mubarakismo. Sabbahi ha obtenido un
extraordinario 21% de los votos, algo que abre una línea de esperanza en la
ruptura del escenario inicial polarizado, con formas diferentes de entender el retroceso. Sabbahi ya ha declinado las
La Hermandad y el mubarakismo
han sido redes clientelares, en la oposición y en el gobierno. Ambas han sido refugios a los que había que acercarse
para sobrevivir unos y otros. Su funcionamiento ha sido paralelo y su mensaje
el mismo: si quieres sobrevivir, acércate
a mí. Así han labrado su fortaleza, el día a día durante décadas en un país
en el que casi nada funcionaba ante la apatía de los poderes públicos y las
instituciones. En un país en el que el gobierno mantiene una red de amigos que viven de la
corrupción, surgió un estado asistencial paralelo de supervivencia y apoyo mutuo —otra red
de hermanos—, una mezcla religiosa y
familiar.
Pero la receta islamista funciona mejor en la oposición, con
detenidos en las cárceles, y en medio de la corrupción general, brillando con
una luz sobre el fondo oscuro de un régimen brutal. Es más fácil consolar al
que sufre que cambiar las condiciones para que deje de sufrir. Y eso es la
política, creer en que el mundo puede ser cambiado para mejor y actuar para ello.
Hamdeen Sabbahi, naserista |
Es demasiado pronto como para que el mapa político egipcio
quede definido y completado. Los que están ahora disputando en la arena
política son los mismos contendientes que llevan sesenta años enfrentándose en
Egipto. Solo la revolución, como ideas, tiene que ocupar ahora su sitio,
traducir el deseo de justicia y libertad en acciones e ideas. Eso es lo que
temían los dos viejos rivales, que un tercero llegara, que los egipcios exigieran y no solo rogaran.
El viejo taxista de la historia de Khaled Al Khamissi salió
enfermo a trabajar en su destartalado coche para conseguir alimentar a su familia. Millones de egipcios salen
cada día a trabajar sin saber con qué regresarán. Durante décadas, aprendieron
que no debían esperar casi nada de sus dirigentes, quienes contestaban con un “si
Dios quiere” a sus peticiones, desatendiendo la mayoría de ellas. El taxista
dio las gracias a Dios por lo que le había deparado ese día.
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