Joaquín Mª Aguirre (UCM)
The New York Times
construye una teoría explicativa del caso de la pérdida de cerca de tres mil
millones de dólares por banco norteamericano JP Morgan. Si se ha hablado hasta
el momento del “efecto mariposa”, ahora debería comenzar a hacerse del “efecto
garrapata”.
La historia que hay tras la pérdida de esos tres mil millones
de dólares es la de la cadena de errores cometidos por una de sus ejecutivas
más brillantes, Ina Drew, jefa de inversiones. La señora Drew había logrado
todo su prestigio de buena gestora en la crisis de 2008. Sus decisiones habían
sido brillantes y había conseguido que el banco capeara el temporal económico general. Todos, subordinados y jefes,
confiaban en ella:
Senior executives at JPMorgan said that her success in 2008, even as
other banks were sustaining crippling losses, helped forge a sense of implicit
trust between Ms. Drew and Mr. Dimon, one reason that he believed her initial
assurances last month that the trades were not seriously troubling.
Ms. Drew also enjoyed the confidence of her
subordinates, according to former employees. Part of her skill, they said, was
her steely resolve. One former trader recalled that Ms. Drew counseled a credit
trader who had a large bet in bank-preferred securities, which began to lose
money during 2009. Instead of folding, Ms. Drew supported the trader who wanted
to hold on, ultimately generating $1 billion in profits.*
La brillante carrera de Ina Drew, su capacidad de transmitir
confianza y seguridad al resto de la institución con sus decisiones acertadas y
su control permanente de todas las circunstancias comenzó a convertirse en
problemática por un pequeño incidente: la picadura de una garrapata. The New York Times así lo señala:
As early as 2010, the senior banker who has been blamed for the debacle,
Ina Drew, began to lose her grip on the bank’s chief investment office,
according to current and former traders. [...]
But after contracting Lyme disease in 2010, she was frequently out of
the office for a critical period, when her unit was making riskier bets, and
her absences allowed long-simmering internal divisions and clashing egos to
come to the fore, the traders said. [...]
But Ms. Drew’s firm hand began to weaken after
she contracted Lyme disease. Her absences opened the door for tensions among
her deputies to flare into the open. “Look,” one current trader added, “it is a
tough place to work.”*
La “enfermedad de Lyme” está causada por la bacteria Borrelia burgdorferi que entra en el
organismo por la picadura de la garrapata, que nos la transmite después de
haber picado a las ratas. La
enfermedad tiene tres fases definidas: en la primera, tras la picadura, sus
síntomas se parecen a los de la gripe, con dolores de cabeza y articulares, y
con fiebre; en la segunda, además de los señalados, aparecen trastornos más
graves cardiacos (palpitaciones), visión borrosa y problemas neurológicos (alucinaciones, pérdidas del
lenguaje), problemas de movilidad y coordinación; en la tercera fase, los trastornos
neurológicos aumentan con pérdidas de memoria, confusión, problemas con el
sueño, y artritis.
Lo que había estado bajo el control férreo y atento de Ina
Drew y había labrado su prestigio decisor, comenzó a resquebrajarse cuando,
tras diagnosticarle la “enfermedad de Lyme”, empezó a ausentarse para el
tratamiento. Nos cuentan que los enfrentamientos comenzaron y las decisiones
empezaron a ser más arriesgadas. Finalmente, las consecuencias han sido esos
tres mil millones de dólares perdidos —inicialmente se estimó en dos mil millones de dólares— por decisiones erróneas acumuladas. En
cuanto que el mercado dio dos bandazos, el agujero creció. Todos los
comentarios que The New York Times
recoge, bajo condición de anonimato, de los empleados apuntan a lo mismo, a las
luchas desatadas por las ausencias y el menor control de la jefa de
inversiones.
Es poéticamente tentador responsabilizar a la garrapata de
una crisis bancaria. Si somos antisistema construiremos una bonita fábula sobre
ratas, garrapatas y banqueros estableciendo una cadena causal que hará las
delicias de cualquiera. Una garrapata y una ejecutiva bancaria con
alucinaciones y demás trastornos ya explicados dan mucho de sí. Pero creo que
no es el camino.
Más interesante y productivo, por más probable, es
considerarlo desde la psicología del comportamiento de las organizaciones.
Puede que a Ina Drew le picara una garrapata, pero no a los demás (suponemos).
Su comportamiento, el que realmente causó la pérdida de esos (por ahora) tres
mil millones de dólares, estaba provocado por la ausencia de la jefa que les controlaba
en más de un sentido, no solo en sus acciones sino en sus rivalidades. Lo que
hizo la garrapata inicial fue quitar de en medio a la jefa y acelerar el deseo
de brillo de sus inferiores, ansiosos de emularla.
Ms. Drew eventually returned from sick leave
and reasserted herself as head of the chief investment office. But instead of
sitting one floor above the trading desk, as she had done previously, Ms. Drew,
in a reflection of her rising profile, moved upstairs to an office among senior
executives on the 48th floor of JPMorgan’s headquarters at 270 Park Avenue.**
Mientras Ina Drew estuvo cerca de sus subordinados, las
cosas estuvieron tranquilas; ella controlaba el territorio de la manada. Pero
cuando, en función de su eficacia en la crisis de 2008, la señora Drew se asentó
en ese territorio del éxito que era el piso 48, junto a los altos ejecutivos,
las rivalidades se dispararon en la manada, decenas de pisos más abajo. Los
riesgos crecientes asumidos, las discusiones constantes, tienen todos los
síntomas del deseo de ascenso aprovechando el vacío momentáneo de poder dejado
por la convaleciente Ina Drew, algo que algunos vieron como una oportunidad de
brillar individualmente. Los conflictos entre unos y otros, nos cuentan, fueron
creciendo. La codicia es también una bacteria que crea problemas y hace perder el sentido de la realidad lanzándonos a asumir demasiados riesgos.
La fábula no es necesariamente la de “la garrapata y la
banquera”, sino la de “los siete cabritillos”: “querida mama, puedes irte
tranquila que nosotros sabremos cuidarnos”. Y llegó el lobo y abrieron la puerta.
Gracias por esta explicación tan clara y detallada, Joaquín.
ResponderEliminarPor cierto, cuánto tiempo...
Un abrazo.
Hola, Isabel: Sí, mucho, demasiado siempre. Un abrazo!!
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