Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No es fácil entender la crisis relámpago ocurrida entre
Egipto y Arabia Saudí. Quizá porque habría que definir “Egipto” y “crisis”.
Solo está claro el reino saudí. Esta crisis, con retirada de embajador incluida, es representativa de varías circunstancias ilustrativas de la
situación que vive Egipto.
Cuando decimos que esta crisis no sabemos muy bien entre
quiénes se ha producido es porque ha dejado de manifiesto que en Egipto hay
ahora mismo por lo menos cuatro poderes susceptibles de divisiones o matices
aclaratorios: la SCAF (la cúpula militar); el gobierno (que ha sido puesto por
los militares); el parlamento, que está mayoritariamente en contra de la SCAF y
también del gobierno por ser su emanación; y la calle, que va absolutamente por
libre y por turnos. Unos días se manifiestan unos en contra de los militares y
otros días les toca a otros. Hay días en que van todos juntos, otros solo van
algunos, y otras veces unos van a un sitio y otros van a otro. Un lío.
Si creen que lo han entendido, no canten victoria. Los militares
se pueden dividir en la cúpula, heredera de Mubarak pero que quitó de en medio a
Mubarak, y el resto del Ejército, que llevará la procesión por dentro, con sus
simpatías, pero que es quien se las tiene que ver en la calle con la gente y
disparar, llevándose los odios generales también y perdiendo el "prestigio" continuamente por su forma brutal de actuar. Solo
tienen el apoyo de los partidarios de “hombres fuertes” y del orden por encima
de todo, que siempre hay.
El parlamento está dividido entre los islamistas, Hermanos Musulmanes y
los salafistas, por un lado, el 75%, y el resto, las fuerzas liberales, socialistas,
etc., es decir, los laicos y —en general— partidarios de la Revolución del 25
de enero, que derribó a Mubarak. Los que dieron la cara en la calle son los que
menos representación parlamentaria han obtenido, lo que explica bastante bien
porque el régimen de Mubarak duró treinta años. Además, el parlamento se divide
también entre los que se han retirado de la comisión constitucional (los
laicos) y los que no (los islamistas). También entre los que no querían la
presidencia pero presentan presidente y los que si querían ser presidentes pero
se retiran de la carrera presidencial. Podrían establecerse más divisiones,
pero lo dejamos aquí.
Por otro lado, está el gobierno. No se entiende muy bien lo
que hace y más bien parece una figura interpuesta para que los militares no
tengan que hacer las cosas directamente. Es un gobierno que maquilla un feo grano en la
punta de la nariz.
¿Y la gente? Pues la gente a lo suyo. Protesta porque tiene
muchos motivos para hacerlo. En general protestan porque la SCAF no se va y sigue
sin dejar el poder. Las protestas traen muertos y los muertos más protestas.
Unos protestan porque se han quedado sin candidato y otros retiran a sus candidatos como protesta.
Por todo este lío, la crisis con Arabia Saudí es tan
interesante. Las crisis diplomáticas ocurren entre estados, con decisiones de
los gobiernos. Son crisis llenas de símbolos y rituales: yo hago esto y tú
haces esto, luego nos respondemos, etc. Todo muy diplomático. Pero en este caso
no ha sido así del todo.
El abogado y activista detenido, Ahmed al-Gizawy |
Todo comenzó con el arresto en Arabia Saudí, el 17 de abril,
del abogado, activista de los derechos humanos, Ahmed al-Gizawy. El abogado
había presentado en Egipto una demanda contra el reino de Arabia Saudí por el
trato dado a los trabajadores egipcios en el país. Según llegó al reino fue
arrestado, encarcelado y condenado a un año de prisión y flagelación, que es
como el liberal país saudí acepta las críticas y entiende la justicia. El día 4
de mayo se iba a producir la flagelación, 20 azotes, del abogado activista de los derechos
humanos.
Hagamos un poco de historia —en Egipto siempre es necesario
ir para atrás— y recordemos las palabras del escritor Alaa Al-Aswany en un
artículo fechado en 2009:
El escritot Alaa Al-Aswany |
Miles de egipcios que trabajan en
los países del Golfo ven cómo sus patronos les quitan lo que se les debe, son
maltratados y humillados y, en muchos casos, incluso detenidos y flagelados
injustamente. Ellos esperan que el Gobierno de su país defienda sus derechos,
pero la señora Aisha [ministra de Trabajo
con Mubarak], que va por ahí besando manos [las de la esposa de Mubarak], no hace nada por ellos. Todo lo
contrario, pues hace dos años Aisha Abdel Hady anunció que había llegado a un
acuerdo con las autoridades saudíes para el envío de miles de sirvientas
egipcias para trabajar en casas de saudíes. Este acuerdo, inaudito, chocó a los
egipcios. En primer lugar, porque en Egipto hay centenares de miles de personas
con títulos superiores que deberían tener prioridad para obtener contratos de
trabajo en el Golfo; en segundo lugar, porque enviar a mujeres egipcias para
trabajar como sirvientas va en contra de las normas más básicas de la dignidad
nacional y las expone a la humillación y a los abusos sexuales; en tercer
lugar, porque muchas de esas egipcias poseen cualificaciones medias o
superiores, pero se han visto obligadas
a aceptar trabajos como sirvientas bajo la presión de la pobreza y el
desempleo; y en cuarto lugar, porque las autoridades saudíes, que tan estrictas
son en todo lo que se refiere a la religión y que requieren que las mujeres
estén acompañadas por un familiar cercano varón cuando van a su país para hacer
el peregrinaje o la umra, hicieron lo
contrario en esta ocasión y pidieron que las sirvientas egipcias fueran a
Arabia Saudí solas y sin acompañante. La ministra Aisha defendió la firma del
acuerdo diciendo que no había nada vergonzoso en trabajar en el servicio
doméstico y aconsejó a sus opositores que se deshicieran de sus absurdas
susceptibilidades.*
Los egipcios son orgullosos —y hacen bien— y saben que una
cosa es la pobreza y otra la humillación. Y la humillación es doble si es tu
propio gobierno, incapaz de acabar con la pobreza, quien vende como ganado a miles de sus
hermanas e hijas en un acto sin precedentes. Los saudíes, pastores enriquecidos por la gracia del subsuelo,
son conocidos por degustar en privado aquello de lo que reniegan en público. Los
egipcios, que los conocen bien, saben dónde acaba la piedad de algunos. La
perspectiva de mandar mujeres allí no era demasiado buena para nadie. Al Aswany
se limitó a transcribir el pensar general sobre el asunto.
En este contexto es en el que hay que entender la irritación
causada por la detención del abogado Ahmed al-Gizawy, defensor de los derechos
humanos y de los trabajadores egipcios en particular ya que su gobierno no lo
hizo y sirvió la humillación en bandeja a los saudíes, quienes no desaprovechan
la ocasión de hacer ostentación de su gusto por el lujo y los placeres. Le dan
al látigo por igual en privado que en público, ya sea con el servicio doméstico
o para domesticar disidentes y defensores de derechos humanos, algo que no les
suena de nada.
Como el gobierno no representa a nadie, como la SCAF se
representa a sí misma, y las calles son de todos, los ciudadanos egipcios,
indignados, se lanzaron en masa contra la embajada saudí. Por allí salieron
todas las humillaciones habidas y por haber sufridas por los egipcios que, desposeídos
de su riqueza por la corrupción de gobiernos, militares y empresarios,
mantienen intacto ese sentido del agravio.
Pero lo que ha acabado de colmar el vaso y dejar a todos con
las posaderas al viento ha sido las prisas que se han dado los miembros del
parlamento*, los recién votados por su pueblo, en lanzarse a aplacar las iras
del rey de los saudíes y del servicio doméstico extranjero, que ya había
retirado a su embajador de El Cairo ante los ataques del desagradecido pueblo egipcio. A los parlamentarios, Hermanos
musulmanes básicamente, no les interesa perder el favor de los saudíes pues,
atentos a todo, habían prometido unos cuantos miles de millones de dólares para
la economía egipcia. De esa manera, los saudíes pasan a controlar la maltrecha
economía egipcia por medio de inyecciones de los petrodólares. Como se porten
mal, se quedan sin inversiones, préstamos, etc. Los saudíes son así de directos
y están deseosos de controlar las “primaveras” para evitar que su desierto se
les pueda llenar de césped, que para eso está el dinero y el látigo. Así en Egipto no se mezclarán las cosas: el
Ejército piensa seguir recibiendo financiación de Estados Unidos y el
Parlamento (y futuro gobierno) se asegura la financiación saudí. Todo muy
nítido y práctico. Y el pueblo humillado.
Políticos de la Hermandad asegurándose de que no se enfadan los saudíes |
Como los políticos del parlamento todavía no tienen muy
claro eso de que deben representar a su pueblo dignamente, salieron corriendo no a pedir, sino a dar explicaciones
al rey por los indignados ciudadanos de El Cairo, que se lanzaron contra los
muros de la embajada en defensa del abogado que había dado la cara y se la
había jugado por defender la dignidad de los cientos de miles de trabajadores egipcios
en tierras saudíes. En vez de reclamar y defender al abogado, fueron a pedir disculpas sumisos y besando esa mano firme que maneja el látigo con la misma soltura que la chequera.
Y así tenemos esta crisis atípica: un parlamento que va en
contra de sus ciudadanos, un gobierno que no interviene, un abogado que intenta
paliar la desvergüenza de los políticos, y un pueblo que está harto de tanta
indignidad. El embajador saudí regresará y también su dinero, pero la embajada
de “buena voluntad” de los parlamentarios de la Hermandad a pedir disculpas en
nombre propio y ajeno, a decir cuánto
quieren al rey saudí y cuánto confían
en su justicia, saltándose al pueblo, será recordada durante mucho tiempo. Los
parlamentarios de la Hermandad musulmana y el rey de Arabia Saudí han resuelto
el problema con ingenio, como no podía ser de otra manera, entre ellos: han
llegado a la conclusión que no eran ciudadanos
egipcios los que pintaron las paredes de la embajada con comentarios
pasados de tono, caricaturas del rey o tiraban cosas e insultaban al honorable monarca, sino agentes extranjeros infiltrados que
quieren el mal de ambos países. ¡Ay, qué haríamos sin el extranjero! ¡Genial!
Por qué será que estos políticos se pasan al pueblo siempre
por el mismo sitio.
* Alaa Al Aswany: “El arte de complacer al presidente”, en Egipto: las claves de una revolución
inevitable. Galaxia Gutenberg, 2011 Madrid.
**Sultan Al Qassemi “The
Brotherhood goes to Saudi”. Al-Masry Al-Youm 6/05/2012
http://www.egyptindependent.com/opinion/brotherhood-goes-saudi
No me quedan ya palabras para expresar mi admiración por los análisis de Joaquín Aguire sobre los cambios ocurridos en Egipto y sus últiimos acontecimientos... ni un egipcio lo resumiría con tanta claridad y precisión...me asombra este profundo conocimiento sabiendo que su acercamiento a Egipto y a su pueblo es reciente.. y relata los hechos con el mismo espíritu sarcástico que lo haría un egipcio... eso sí que es solidarizarse ... y compartir.
ResponderEliminarGracias, Anónimo, por tus palabras. Creo que el mejor motor para acercarse a los pueblos y tratar de comprenderlos es el afecto y eso es lo que siento hacia Egipto y las personas que quieren un Egipto mejor. Egipto ha sido y es importante para el mundo y, en mi caso, lo es para mí, un amor instantáneo a las personas que me encontré la primera vez por encima de cualquier otra circunstancia. La primera persona egipcia que encontré me pareció extraordinaria. No sabía se había más así y descubrí que sí, que las hay y muchas, con capacidad de entrega y grandeza. Sufro y me alegro solidariamente con todas ellas. Cada día, aunque sea con la imaginación, recorro un poco las calles de El Cairo. Gracias de nuevo por leerlo y por las palabras. Un saludo
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