Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las causas que llegan a ser la
raíz de acontecimientos futuros sólo producen lo más serio de su efecto de
manera lenta, y tienen tiempo, por tanto, de formar parte del orden
acostumbrado de cosas antes de que la atención general repare en los cambios a
que están dando lugar. A partir de entonces, cuando los cambios se hacen
evidentes, a menudo no son vistos por los observadores superficiales como algo
conectado de alguna manera con lo que de hecho es su causa. Las consecuencias
más remotas de un nuevo acontecimiento político son pocas veces entendidas
cuando están ocurriendo, excepto si se ha reparado en ellas de antemano.* (39)
La interesante observación de J. S. Mill pone ante nosotros
la cuestión de la existencia de una doble ceguera. La primera nos impide
comprender o juzgar inicialmente el alcance de los acontecimientos desde
nuestro sistema actual; la segunda, cuando ya están integrados en lo que llama “el
orden acostumbrado”, tampoco reparamos en ellos pues se ha diluido su novedad.
No comprendemos, pues, el alcance de lo
nuevo y no nos preguntamos ya por lo habitual, por lo que ha sido ya integrado.
La idea es sugerente tanto en el plano individual como en el
social ya que se trata esencialmente de una observación de carácter
psicológico, sobre la capacidad de percibir y comprender. Todo acto de
comprensión se deriva de una primera fase de reconocimiento de límites, es
decir, de percepción del fenómeno aislándolo del flujo de acontecimientos.
Los tiempos en los que Mill realizó esta observación —en
1869, en el marco de sus reflexiones sobre el socialismo— fueron convulsos. Se preguntaba por la capacidad
de comprender los cambios que se estaban produciendo y sus alcance.
Nuestros tiempos no lo son menos. Aunque hemos desarrollado
todo tipo de mecanismos para amortiguar
los efectos de los cambios, la progresiva ampliación de la complejidad histórica
y social nos hace incapaces de “comprender” la mayoría de los fenómenos que
tenemos delante. Comprender aquí oscila entre su primera acepción “abrazar,
ceñir, rodear por todas partes algo” y la tercera, “entender, alcanzar,
penetrar”. El mundo se nos ha hecho “incomprensible”: ni podemos abarcarlo ni
podemos entenderlo.
La proliferación de instituciones dedicadas a la observación
y a la elaboración de hipótesis sobre lo que puede ocurrir en absoluto ha
mejorado nuestra situación ya que se demuestran ineficaces en la elaboración de
hipótesis o ineficaces en su capacidad de convencer a los responsables de la
probabilidad de que algo ocurra.
Cada vez que ha ocurrido algún acontecimiento relevante, descubrimos que la mayoría opinaba que nunca sucedería, y que aquellos que avisaron que ocurriría no fueron creídos por nadie. Esto se cumple igual desde los atentados del Once de Septiembre hasta la crisis económica de la eurozona, pasando por la “primavera árabe”, por poner solo ejemplos recientes.
La doble ceguera señalada por Mill no contaba con la tercera
forma: los intereses, que actúan
racionalizando la percepción y el entendimiento hacia derroteros acordes con lo
que deseamos. Los intentos de establecer mecanismos automáticos de decisión,
alimentados por un flujo continuo de información, pretenden solventar el
problema básico: cómo actuar. Sin embargo, toda teoría al respecto tiene la
limitación de que somos nosotros mismos los que la definiríamos, por lo que la
máquina no sería más que la traducción de nuestros prejuicios a un algoritmo.
Sería tan ciega como quien la diseñara.
Mill recogía en sus escritos citados el cambio que
produciría la entrada de nuevos agentes sociales en el sistema mediante la
ampliación del voto a las clases populares. Serviría, pensaba, para ensanchar
la visión social y relativizaría lo que hasta el momento se consideraba como
absoluto y verdadero: los intereses de la clase dirigente.
Uno de nuestros principales problemas cuando hoy planteamos
la distancia que se está abriendo entre lo político y lo económico gira sobre
esta cuestión. La cuestión adquiere una nueva dimensión porque los conceptos
políticos de “clase dirigente”, “gobierno”, etc. se han diluido en las formas
anónimas de la economía y solo nos acercamos a ellas de forma metafórica: los “mercados”,
los “inversores”, etc. Tenemos, necesitamos redefinir el "poder" en su nuevas variantes, establecer nuevos esquemas que den cuenta de las formas reales.
La incapacidad para percibir el cambio que esto supone, que
de pronto algo llamado “mercados” pueda ponerse al frente (metafóricamente en
un sentido, pero literalmente en otro) de un país soberano, nos hace ver que
los gobiernos gobiernan de otra forma
(gobernar es un término relativo al perder poder real en muchas parcelas
determinadas por la economía), que los que los elegimos lo hacemos para otra
cosa (diferente a la que hacen) y que el poder —como capacidad de cambio— ya no
reside en la instituciones de la forma que pensábamos. Un mundo confuso, desde
luego.
Cuando el mundo se comporta de una manera inesperada, es que
ha cambiado sin que nos diéramos cuenta o sin que hiciéramos caso a los que nos
advirtieron, que fueron arrinconados en sótanos de ministerios, bancos o
universidades. El don de la profecía suele ser una maldición para quien lo
recibe que acaba padeciendo la lucidez comprensiva en sus carnes. Después, el error lo pagamos todos con creces.
Han ocurrido muchos acontecimientos cuyos efectos no logramos vislumbrar. Las sacudidas de las olas van resquebrajando los diques y un día se produce el colapso. Iremos a las hemerotecas y descubriremos con horror y resignación que el desastre estaba anticipado en la sección de curiosidades.
John Stuart Mill escribió en la misma obra:
El futuro de la humanidad correrá
grave peligro si las grandes cuestiones son dejadas a merced de la lucha entre
el cambio ignorante y la ignorante oposición al cambio.
Y la discusión que ahora se
necesita ha de ir hasta los mismos principios de la sociedad actual. (41)
El “cambio ignorante” sigue siendo uno de los grandes
problemas, más acuciante hoy si cabe. Las cegueras señaladas mantienen la “ignorante
oposición al cambio” y se muestran incapaces de comprenderlo eficazmente. La
necesidad de afrontar los principios que permitan reordenar el caos actual, que
nos condena a ser víctimas permanentes de movimientos críticos, es imperiosa. Las
teorías y discursos actuales ya solo explican cómo debería ir el mundo, no cómo
va.
Y también éste (bueno, en realidad todos tus artículos) es interesantísimo. Justo hace poco pensaba en eso, en las historias de mi familia y las novelas, cómo antes de que empiece una guerra nadie cree realmente que vaya a pasar y después, de la noche a la mañana, se encuentran ahí, como en un sueño, o más bien una pesadilla.
ResponderEliminarYa sabes que lo imposible es lo que ocurre siempre. Estamos aquejados de miopía en demasiadas cosas. Un saludo y gracias por tus palabras
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