Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En una mañana llena de grandes acontecimientos, cambios políticos y
discursos de una esquina a otra de Europa, me atrae un problema de menores y no
“menor”. Hacen bien los medios de comunicación —junto a otras instituciones— en
desarrollar mecanismos de conciencia independiente capaces de revisar
críticamente sus propias actuaciones. A imagen del Defensor del Pueblo —por
cierto, muy silenciado, con poco eco desde hace tiempo—, los defensores de los
lectores, espectadores, consumidores, etc. han proliferado con distinta suerte
y atención. En algunos casos son más operaciones de maquillaje que otra cosa o también
kamikazes en sus propias organizaciones.
La Defensora del Espectador, Oyente e Internauta de RTVE,
Elena Sánchez, ha emitido su informe trimestral y ha planteado una crítica a “La
2”, la cadena de calidad, por la emisión durante las vacaciones navideñas en
horario infantil de la película de José Luis Cuerda, La educación de las hadas, por contener secuencias de sexo
explícito*. Los responsables de programación de la cadena se han defendido de la
protesta de un espectador indicando que la película viene calificada del
exterior, por la comisión correspondiente, como adecuada para mayores de siete años. La Defensora —creo que con
buen criterio— señala que aunque venga etiquetada externamente por una Comisión,
los programadores tienen obligación de revisarla para comprobar que se ajusta a
los criterios de los que sí son responsables.
La periodista Elena Sánchez |
Y es aquí donde está el problema. Cualquiera que tenga un
mínimo de sentido común se habrá horrorizado en muchas ocasiones por las
calificaciones a la baja que exhiben algunas películas, especialmente, las nuestras, las españolas. Como espectador
habitual de las salas, me he sentido abochornado por películas etiquetadas como
para “mayores de siete años” y en las que se daban todo tipo de actos sexuales
explícitos —algunos en el centro de la curva normal y otros tirando a atípicos—,
un constante lenguaje soez y una violencia desatada, presentando los tres, dos
o cualquiera de ellos. No me he sentido herido en mi sensibilidad como
espectador, sino avergonzado como ciudadano.
Las calificaciones pueden ser muy subjetivas, es cierto, pero hay casos
clamorosos. No importa, parece, el efecto sobre los niños; solo importa su paso
por taquilla. Cuanto más abras el margen de edad, más posibles espectadores
en la sala. Se trata, una vez más, de ganar dinero. Lo peor de todo es que se
basan en la idea del “menor acompañado”. Los niños no van solos al cine, con lo
que las responsabilidades pasan al adulto que les acompaña lavándose las manos
todos los intervinientes previos en el proceso. Es una interesante forma de entender
la “libertad de los padres”. Pura hipocresía.
El caso se hace evidente cuando no son los adultos los que
llevan a los niños al cine, sino que es el cine el que se mete en casa, como ha
ocurrido con la programación de la película por La 2. Aquí entra el segundo
aspecto que es la falta de control institucional fiándose de una evaluación anterior. La
responsabilidad, en este caso, se remite a los que calificaron la película para
mayores de siete años. Tampoco es responsabilidad del que la programa, dicen, sino del
que la calificó. Evidentemente, todos tienen sus responsabilidades y en especial en un medio público. Televisión Española es responsable de emitirla en un horario inadecuado, como ha señalado la Defensora, y las comisiones por su criterio.
Desconozco los intereses que llevaron a programar esa
película. Probablemente solo sea favorecer al “cine español” dándole la
visibilidad que los espectadores suelen negarle en las salas. Pero programar una
película española posterior la década de los
setenta en adelante en horario infantil es casi seguro meterse en la zona
peligrosa. Simplemente por probabilidades. Entramos en la historia de la
democracia con un taco en la boca y los pantalones bajados. A eso se le llamó “el
destape” y fue la forma de responder
a la censura anterior del franquismo. El cine español todavía lo está pagando.
No se trata de lo que ocurra en la película; se trata de quién debe verla. No hablamos de
censura, que es otra cosa, sino de responsabilidad
con los menores. Por eso cabe elogiar la actuación de Elena Sánchez al anteponer el sentido común al burocratismo
encubridor, el que en vez de ver la película, mira la carátula. Si todos cumplieran de igual forma con sus cometidos y obligaciones, habríamos
evitado muchas barbaridades que ahora conocemos y que han pasado filtro tras
filtro por el simple hecho de que llevaban un sello o una firma, sin entrar a
valorar más. Con su obligación han cumplido la Defensora y el único espectador
que elevó la queja a RTVE, dos personas con responsabilidad.
Lo “moderno” no es la ausencia de control, sino el control responsable. Cuesta aprenderlo.
* “La Defensora del
espectador de TVE critica el sexo en el horario infantil de La 2”. El Mundo 6/05/2012 http://www.elmundo.es/elmundo/2012/05/06/television/1336300767.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.