Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nuestro sueldo es el precio que pagan por nuestro trabajo.
Nos dicen los economistas que está sujeto a las leyes de la oferta y la
demanda. Cuando hay mucho desempleado, los sueldos bajan porque hay mucha mano
de obra disponible, una gran oferta. Si no te pueden bajar el sueldo, te despiden y te contratan más barato. Por eso abaratar el despido es bajar los futuros sueldos, por más que prometan que cuando vayan bien subirán. Las empresas que van bien tienen cola de
parados para entrar y las que van mal no contratan. Así de duro. La reprimenda
de la Caixa del otro día a las PYMES españolas por su “falta de ambición” era
precisamente esta. La ambición significa crecer y crecer significa contratar
para producir más. Si las empresas que van mal no contratan y las que van bien
no crecen, apañados estamos. Tenía razón la Caixa.
Ante este panorama desolador, descarnado, el escándalo
social que se provoca cada vez que nos enteramos de los sueldos e
indemnizaciones de los ejecutivos, consejeros, etc., de los bancos y Cajas hace crujir los cimientos maltrechos del país. En una economía
castigada y con millones de desempleados, en la que los que tienen trabajo han
visto mermados sus sueldos progresivamente y la gente ha llegado a desear lo
que hace apenas unos años era miserable —el mileurismo—, causa vergüenza leer
las noticias que salen a la luz sobre las cantidades de esos sueldos
millonarios. Esto es una constante escandalosa en casi todos los países, el aumento de la desigualdad entre los sueldos de directivos y trabajadores en las empresas. Hay estudios recientes que lo muestran con claridad. Mientras se despedía, ellos seguían mejorando, creando un abismo de desigualdad cada vez mayor.
Una de las cuestiones más resaltadas por todos los analistas
de esta crisis económica, que se debe a los agujeros creados por el sector
financiero en su irresistible codicia, es precisamente el deseo de las
instituciones de atraerse a estos ejecutivos imaginativos, diseñadores de aventuras arriesgadas, capaces de
desenterrar el dinero de debajo de las piedras mediante fórmulas esotéricas y
engaños. Una queja general es que acabaron diseñando un sistema que nadie
entendía, lleno de productos financieros incomprensibles para los mortales pero
que ellos afirmaban que aseguraba el beneficio y minimizaba el riesgo. Como se
ha visto, no ha sido así. Su éxito particular no se basaba en la eficacia del
sistema, sino en conseguir sueldos, primas, pensiones e indemnizaciones multimillonarias.
Su objetivo dejó de ser el hacer ricos a los demás, sino asegurarse su propia
riqueza. Hacían que los demás asumieran riesgos trabajando ellos con red, pues no es otra cosa lo que han
hecho, asegurarse que ellos saldrían bien cubiertos del desastre.
Por lo que se les ha pagado, en muchos casos, es
precisamente lo que ha causado el desastre. Han necesitado de esta casta
profesional que veía crecer sus sueldos e indemnizaciones mientras se
justificaran por los grandes aumentos de los ingresos de sus instituciones
respectivas. Les hicieron muy ricos porque les hacían muy ricos a ellos. Pero
esa riqueza se desvaneció como el humo al verse que no eran más que ficciones
financieras, que la riqueza real era la de su labia al venderles su eficacia a
los demás. Lo único que queda tras el desastre que dejan atrás es el documento
firmado con sus indemnizaciones pactadas y sus pensiones multimillonarias. Eso
y gigantescos agujeros y millones de damnificados. Que lo pongan en su
historial.
Esto es todavía más grave si se trata de unas
instituciones como son las Cajas españolas, cuyos consejos de dirección han
estado configurados y manejados por los políticos. El diario El País los llama hoy “los villanos de oro”*.
La pugna política sobre las investigaciones y responsabilidades es de todos los
partidos. Los pequeños, los que han estado al margen —desde luego, no porque no
lo desearan— del pastel, quieren que se tire de la manta para recoger los
restos electorales del asunto. Hay que saber, sin demagogia. Tenemos derecho, un derecho al que hemos renunciado durante años, porque antes también lo teníamos. Exceso de confianza.
La connivencia entre el mundo político y el de las finanzas
tiene su ejemplo más claro en las Cajas y en su poder local, pues la
vinculación territorial está muy marcada. Muchas Cajas financiaban con un riesgo mayor al
tener criterios más políticos que profesionales. Pero los políticos tienen
amigos que tienen amigos que tienen amigos.
Y todos votan. Por el mismo motivo, es de agradecer la existencia de las
Cajas que hayan sido capaces de actuar como debían y no al dictado de nadie ni
contra los intereses de sus ahorradores.
Ocurre con las Cajas como con RTVE, que todos quieren que
sea independiente pero les da miedo dejar esa parcela de poder. En el PSOE, le
sirve ahora al sector “no integrado” para iniciar la remontada interna; no servirá
de mucho, pero así vuelven al primer plano, que Rubalcaba ya ha tenido mucha
cámara. Tirar de la manta no es fácil; lo es amagar y no dar, porque todos han
elegido y colocado a estos señores de las
finanzas que lograban hacer crecer sus sueldos mediante la exhibición de
unos beneficios ficticios, tal como se está mostrando. Se van ricos dejándonos arruinados.
La pregunta ahora es: ¿se han creído en algún momento
nuestros políticos las cosas que nos han dicho sobre la solidez del sistema financiero español, de las Cajas? Los múltiples mensajes
enviados durante años, ¿se los creían? Si decimos que sí, estamos ante
imbéciles; si decimos que no, ante bellacos. Un motivo más para pedir la
renovación profunda de la clase política. No han sabido defenderse ni defendernos
de todos estos tiburones que ellos mismos colocaron.
* "Los ‘villanos de oro’ de las cajas". El País 30/05/2012
http://economia.elpais.com/economia/2012/05/29/actualidad/1338317241_619580.html
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