Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El suelo europeo está lleno de cadáveres políticos: Portugal, Irlanda, España, Grecia, Italia… Aquí se las han arreglado para mantener al Presidente como al Cid, atado a la silla del caballo y recorriendo discretamente los campos de batalla electorales sin que se note la palidez cadavérica. En España hace tiempo que no tenemos gobierno y tenemos solo “candidato”, por exigencia del interesado, claro, que no quería que le movieran más la silla desde Moncloa. A Rodríguez Zapatero no se lo cargaron los mercados, sino los mercadillos. Eso nos ahorramos en desgaste exterior. El gobierno, en estos momentos (y desde hace una temporada), es un extraño coro —mitad griego, mitad Broadway— en esta tragedia, interinado por exigencia del guión político. Todo muy raro, sí, muy raro.
Fuera caen como moscas. Los están barriendo del mapa como patitos en el tiro de una feria (¡pim, pam, pum!). Hasta que les llegó su deuda. Hasta el césar Berlusconi, ese artista de la permanencia, ¡el casillas europeo!, está cayendo (lo digo de esta forma tan rara porque hasta que no dimita finalmente y toque suelo, se puede esperar cualquier cosa de él).
Nosotros tenemos una ventaja con esto de celebrar las elecciones en mitad de la crisis que no existe; parece que es por coincidencia de calendario. Una ilusión óptica; como la cosa comenzó ya con aquella visita de Botín y la compaña a Rodríguez Zapatero para decirle que no especulara sobre su sucesión (¡qué broma!), ya hace bastante tiempo, parece que no hemos adelantado las elecciones, pero sí lo hicimos y mucho o, si se prefiere, con mucho tiempo. Es la señal clara de que todo esto que ocurre ahora se lo temían, que sabían que iba a estallar y querían que pareciera muerte natural y no autopsia en vivo y en directo. Aquello de “Ya nos avisó la ministra que agosto iba a ser un mes muy malo…” ¿Agosto…? ¡Agosto, septiembre, octubre, noviembre…, y lo que nos queda por delante! Pero así funcionamos nosotros, de promesa de alivio en promesa de que hemos tocado fondo, de nerviosa sonrisa esperanzada a cara de palo… No se trata de calmar a los mercados; se trata de calmarnos a nosotros. No sé cuándo nos daremos cuenta.
Estos políticos que caen (y algunos que no caen) no han basado su permanencia en la eficacia sino en convencernos constantemente de que no ocurría nada, que si ocurre algo es provisional, y que si deja de ser provisional, la culpa la tienen otros. Con esta triple barrera defensiva, parapetados en estas trincheras, los políticos son capaces de, estirándolas, llenar una legislatura eludiendo su propia ineficacia. ¡Se defiende como leones! Como los 300 en la Termópilas: ¡Esto es España!
La necesidad de cambiar este modelo es urgente. No se puede seguir viviendo en burbujas ilusorias que evitan que comprendamos la dimensión de los problemas reales. Gobierno y oposición tienen que redefinir sus formas de actuar y, sobre todo, de comunicarse con la ciudadanía que tiene que pasar de ser considerada un objeto de seducción a un componente activo de la vida social e institucional. Tiene que haber un planteamiento mucho más próximo y realista con la sociedad, que tiene que dejar de ser considerada infantilmente. Hemos comprendido que para construir una carretera solo hay que pedir un préstamo. La crisis llega cuando no puede devolverlo. Debemos aprender que un buen político explica a la gente que hay que devolver lo que se pide y no solo llegar a cortar la cita y que pase el siguiente. Es una crisis económica, pero sobre todo, está siendo una crisis pedagógica. Estamos aprendiendo mucho todos.
Juegan siempre con nuestro partidismo genético, con nuestra pasión irracional por los colores de nuestros equipos, que nos hacen defender lo indefendible hasta el final. Ellos juegan con eso, de ahí ese fondo de cruzada que cada campaña electoral tiene, de ahí es gresca continua que no es más que complicación emocional de los ciudadanos en unas broncas absurdas. Así se aseguran apoyos y permanencia. Hay que desarrollar formas críticas de participación, que los ciudadanos sean justos evaluadores de los políticos que tienen la responsabilidad de gestionar nuestra vida; que les apoyen cuando lo hagan bien y se lo recriminen cuando lo hagan mal. Hay que exigirles maneras, civismo para que el ejemplo que den sea el de convivencia y no el de fractura y división social. Hay una pedagogía política negativa y tiene que cambiarse. Es importante que se llegue a acuerdos, a consensos, más allá de las subidas de los propios sueldos.
La única forma que se me ocurre de hacerlo es con ejemplos de civismo, de educación, de eficacia y de compromiso. Hay que empezar a llenar las instituciones con otro tipo de personas. Siguiendo sus mismas pautas, no vamos a ningún sitio.
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