Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Existe una distancia para ver las cosas y otra para
comprenderlas. En un animal eminentemente visual e interpretativo como es el
ser humano, las distancias visuales son importantes porque toda visión implica
también una hipótesis sobre lo que se ve. Nos retiramos para poder encontrar la
distancia precisa con la que ver un cuadro, más allá del detalle. De cerca podemos tener
más precisión, pero puede que perdamos capacidad interpretativa.
Esa es la tesis que nos presenta The New York Times en uno sus interesantes microprogramas de vídeo,
titulado “The Umbrella Man”*. El título hace referencia a la extrañeza que
provoca el detalle. Nos dice su presentador, Errol Morris, que lo que nos
parece normal en una distancia “natural”, con nuestra precisión ocular
característica, se vuelve extraño cuando lo observamos con un microscopio. No
es una cuestión exclusivamente visual la que plantea, sino lo que podríamos
llamar la génesis de la extrañeza.
Los vídeos y fotografías tomados en los últimos momentos de
la vida de John F. Kennedy nos muestran que, justo en el punto del recorrido en
el que fue asesinado el Presidente, había un hombre con un paraguas abierto.
Esto no habría causado extrañeza si ese día hubiera llovido en la ciudad de Dallas
y otras personas de las que contemplaban el paso de la comitiva presidencial
hubieran tenido sus paraguas abiertos. Pero no fue así. Aquel fue un espléndido día
de sol en la población tejana. Y el disparo se produjo exactamente al paso del
coche del presidente frente al hombre del paraguas. Inquietante, ¿no? Se ha
especulado mucho sobre ello. Se ha llegado a afirmar que se trataba de un arma sofisticada, un paraguas rifle o un paraguas cerbatana capaz de acabar con el presidente a su paso.
La aparición del hombre del paraguas pasados los años y
dando explicaciones sobre qué hacía allí con un paraguas abierto en un día de
sol con 18ºC no ha parado las especulaciones. Una vez que la maquinaria del
recelo se pone en marcha es difícil, por no decir imposible, de parar. Ni la
declaración jurada del interviniente servirá de nada.
Cuando los seres
humanos elaboramos una teoría, esta va apoderándose de lentamente de nosotros.
El hombre del paraguas deja de ser el que llevaba el paraguas y pasa a ser el
que lleva una teoría. El gran novelista norteamericano Sherwood Anderson en su
obra Winesburg, Ohio, sostenía que
los hombres se apoderaban de las verdades del mundo y las acaban transformando
en deformaciones grotescas, convirtiéndose ellos mismos en seres grotescos
poseídos por las ideas. Debería volver Quevedo y reescribir su soneto: “Érase
un hombre a una teoría pegado”. La teoría, por supuesto, seguiría siendo, como
la nariz, “superlativa”.
La retirada del oro venezolano, por parte de Hugo Chávez, de
los bancos de los países que no le caen simpáticos ha desatado todo tipo de
teorías sobre el asunto. No debe ser para menos. Como han señalado algunos
analistas: más importante que saber por qué lo hace es saber por qué “cree” él que
lo hace. La paranoia teórica especulativa asciende y es contagiosa. Podemos
intentar pensar qué efectos tiene llevar el oro a Rusia, China y Brasil. Pero
no es lo mismo que tratar de meterse en su cabeza y pensar qué teorías e
interpretaciones le llevan a hacerlo. Efectivamente, suele ser más importante
preguntarse por qué cree la gente algunas cosas que las creencias en sí mismas.
Umberto Eco se sorprendió al ver algunas teorías que especulaban sobre el
sentido de diversos contenidos de su novela “El nombre de la rosa”. Señaló que
se daba una especie de curva en la que las opiniones compartidas por la mayoría
estaban en el centro, como en una curva “normal”, mientras que las aberrantes
se situaban en los extremos, compartidas por los paranoicos que tejen las más
extravagantes. Como crítico literario y semiótico, a Eco le interesaban las
extravagancias. Pero puede ser agotador en otros terrenos.
Una teoría absurda puede dar sentido a tu vida. Los que han
estado investigando durante décadas al “hombre del paraguas” y han establecido
nuevas y más extravagantes teorías han llenado su vida y han arrastrado a otros.
La han poblado, día a día, de cálculos y mediciones a la busca de la evidencia
que deje a la humanidad pasmada ante tanta dedicación y sabiduría frente a lo
acomodaticio de los demás, que dan por buena cualquier teoría. Cuando una sola
teoría absurda resulta ser cierta —como por ejemplo que la Tierra es redonda—,
las demás teorías absurdas se revitalizan y tratan de buscar la prueba que
confirme la suya. Lo que ocurre es que hay cosas más complicadas que montarse
en un barco y darle la vuelta al planeta.
Con todo, la evolución cultural, como en la vida, se basa en
el error. Necesitamos personas obcecadas y teorías que cuestionen las verdades oficiales porque solo con estos
cuestionamientos se suele avanzar. Para que llamen a alguien pionero, han
tenido que llamarle loco durante mucho tiempo. Aunque siempre hay límites en la
extravagancia, el papel de las teorías absurdas no suele ser el de triunfar,
sino el de despertar la inquietud de personas que puedan diferenciar entre dos
teorías extravagantes la que tiene alguna probabilidad de éxito. Las personas
creativas son las capaces de convertir el absurdo en utilidad. Los que somos
capaces de hacer cosas útiles con teorías útiles somos la mayoría y tiene poco
mérito. Por eso, el reconocimiento es para los que sufren el ostracismo antes
de que coloquen sus retratos en los lugares destinados a los más ilustres.
Hay personas poseídas por teorías, sus verdades, que les distancian de la vida y de los demás. Comienzan a clasificar el mundo en aquellos que concuerdan con sus teorías y aquellos que las rechazan. En sus mentes no entra la posibilidad de estar equivocados y pueden hacer cosas terribles en su nombre. Hay una distancia para ver un cuadro como hay una distancia buena para no dejarse poseer por la teoría, sobre todo si te arranca tu humanidad y puede causar dolor a otros. Por eso la intransigencia de las teorías, su dogmatismo, y de las personas, su violencia, suele ser indicador de la pérdida del sentido.
Mientras, en muchos lugares del planeta, un número
relativamente pequeño de personas padecen dolores de espalda por pasar demasiado
tiempo encorvados sobre fotografías en las que aparece un hombre con un
paraguas en un día soleado en la ciudad de Dallas. Y, sorprendentemente, junto a
él hay un hombre que levanta un brazo. ¿Un brazo?
* "The Umbrella Man" The New York Times http://video.nytimes.com/video/2011/11/21/opinion/100000001183275/the-umbrella-man.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.