Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Empiezan a proliferar en Estados Unidos los estudios sobre los efectos de las políticas económicas seguidas desde los años ochenta. El resultado es un crecimiento abrumador de la desigualdad social. Los ricos son más y también más ricos que antes. Los pobres son también más y más empobrecidos. Lo que ha desaparecido es la zona intermedia que servía de base social estable. The New York Times se hace eco de un estudio*, que será presentado en unos días, realizado por las Universidades de Stanford y Brown junto con la Russell Sage Foundation en 117 de las grandes áreas metropolitanas norteamericanas. Decenas de indicadores que llevan todos a la misma conclusión: la brecha se ha agrandado dando lugar a una sociedad polarizada y desequilibrada. La amplia zona media ha desaparecido. Unos pocos han ascendido y otros muchos han descendido a la pobreza.
The findings show a changed map of prosperity in the United States over the past four decades, with larger patches of affluence and poverty and a shrinking middle.*
Los efectos tienen unas consecuencias importantes en la vida social, pero también —de ahí el estudio de los barrios— en la propia estructura urbana. Se producen efectos como la denominada “gentrificación” (de gentry), un fenómeno que también podemos observar en nuestras ciudades y municipios. Los residentes en un determinado barrio —por ejemplo, los cascos viejos de las ciudades— se ven obligados a abandonarlos por el empobrecimiento que sufren. Estos barrios son ocupados por las clases superiores y revalorizados. Los residentes anteriores son desplazados a zonas periféricas más baratas. Se produce así una reestructuración de la ciudad con los cambios de residentes. Esto lleva, además, un componente de segregación racial en los Estados Unidos. Los americanos ven preocupados cómo el terreno ganado en los derechos se va perdiendo y que se vuelve a las divisiones raciales y espaciales. Conllevan además, las diferencias que agravarán las diferencias: las escolares.
Este tipo de cambios lo hemos visto también en las ciudades españolas. No solo es propio de zonas urbanas. También el abandono de zonas rurales sirve para que sean ocupadas como segundas residencias por las clases emergentes (nacionales o extranjeras) que pueden hacerse con esos terrenos y convertirlos en segundas residencias o en zonas de ocio, como campos de golf, por ejemplo. Tenemos noticias en los últimos tiempos de las compras de pueblos a precio de saldo que quedan abandonados por la necesidad de emigrar a zonas en las que se pueda ganar uno la vida. Los españoles emigran para conseguir un trabajo que no encuentran aquí mientras que los jubilados de otros países ocupan los pueblos que dejan libres. ¡Ironías de la vida! Igual que se abandonan pueblos, los barrios son abandonados por aquellos que se van quedando sin recursos, sin trabajo o sin ambas cosas. Se compra barato y se vende caro, ya que esas zonas empiezan a remodelarse para acoger a sus nuevos residentes exclusivos. Tiendas, restaurantes, centros de ocio... son ahora la nueva geografía urbana de estas zonas que se convierten en exclusivas.
Este tipo de cambios lo hemos visto también en las ciudades españolas. No solo es propio de zonas urbanas. También el abandono de zonas rurales sirve para que sean ocupadas como segundas residencias por las clases emergentes (nacionales o extranjeras) que pueden hacerse con esos terrenos y convertirlos en segundas residencias o en zonas de ocio, como campos de golf, por ejemplo. Tenemos noticias en los últimos tiempos de las compras de pueblos a precio de saldo que quedan abandonados por la necesidad de emigrar a zonas en las que se pueda ganar uno la vida. Los españoles emigran para conseguir un trabajo que no encuentran aquí mientras que los jubilados de otros países ocupan los pueblos que dejan libres. ¡Ironías de la vida! Igual que se abandonan pueblos, los barrios son abandonados por aquellos que se van quedando sin recursos, sin trabajo o sin ambas cosas. Se compra barato y se vende caro, ya que esas zonas empiezan a remodelarse para acoger a sus nuevos residentes exclusivos. Tiendas, restaurantes, centros de ocio... son ahora la nueva geografía urbana de estas zonas que se convierten en exclusivas.
Este estudio es uno más de los que apuntan en la misma dirección: desde hace cuarenta años se han ahondado las diferencias existentes entre la sociedad. Se nos repite —y no hace falta que lo hagan porque lo vemos cada día— que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros, que fuimos la última generación que pudo mejorar respecto a sus padres. Ellos trabajaron para nosotros. Nosotros solo hemos trabajado para nosotros mismos, según parece. Hemos trabajado por menos, con menores márgenes para el ahorro, que es la seguridad de la descendencia porque se ha potenciado el consumo como motor y no el ahorro.
Los efectos de este modelo son sencillos y cada vez más evidentes: el consumismo es una forma de vaciar las bolsas de ahorro. El argumento de que genera puestos de trabajo se pierde cuando se traslada la producción, cuando se deslocaliza a países en los que producir es más barato. Se produce así un desequilibrio entre el dinero que se gasta en el consumo (el máximo posible) y el que se recibe como sueldo (el mínimo posible). Lo hemos dicho en otras ocasiones: la realidad no distingue entre el consumidor y el productor. Consumimos con lo que nos dan por producir; si no somos los que producimos o si recibimos poco por ello, la solución desde el punto de vista de los negocios —el único contemplado— es producir para nuevos mercados, allí donde esté el dinero. Eso es lo que explica dos cosas: el incremento de los productos de lujo (satisfacer a los ricos locales) y el que esos productos se exporten a otros mercados (satisfacer a los ricos foráneos). Los objetos de lujo no pierden valor porque no tienen crisis. El aumento del lujo es el resultado de la crisis.
Por la parte baja de la escala la gente se lanza cada vez más a los productos “sin marca”, a las marcas denominadas blancas o a los sucedáneos o imitaciones. Por la parte alta de la escala, el exceso de riqueza es atendido en sus gustos y extravagancias. Crecen las urbanizaciones de élite y, como contrapartida, las favelas y chabolas.
Los efectos de este modelo son sencillos y cada vez más evidentes: el consumismo es una forma de vaciar las bolsas de ahorro. El argumento de que genera puestos de trabajo se pierde cuando se traslada la producción, cuando se deslocaliza a países en los que producir es más barato. Se produce así un desequilibrio entre el dinero que se gasta en el consumo (el máximo posible) y el que se recibe como sueldo (el mínimo posible). Lo hemos dicho en otras ocasiones: la realidad no distingue entre el consumidor y el productor. Consumimos con lo que nos dan por producir; si no somos los que producimos o si recibimos poco por ello, la solución desde el punto de vista de los negocios —el único contemplado— es producir para nuevos mercados, allí donde esté el dinero. Eso es lo que explica dos cosas: el incremento de los productos de lujo (satisfacer a los ricos locales) y el que esos productos se exporten a otros mercados (satisfacer a los ricos foráneos). Los objetos de lujo no pierden valor porque no tienen crisis. El aumento del lujo es el resultado de la crisis.
Por la parte baja de la escala la gente se lanza cada vez más a los productos “sin marca”, a las marcas denominadas blancas o a los sucedáneos o imitaciones. Por la parte alta de la escala, el exceso de riqueza es atendido en sus gustos y extravagancias. Crecen las urbanizaciones de élite y, como contrapartida, las favelas y chabolas.
Todo esto se ha hecho en los países democráticos con el consentimiento o la estupidez de unos políticos que han dejado de ser defensores de la ciudadanía en su conjunto o que han pensado de forma ignorante que no redistribuir la riqueza se podía convertir en una forma eficaz de gobierno. Las exigencias de globalización han servido para desmantelar los controles para que no se produjera la redistribución de la riqueza. Solo se escucha a los que ganan.
No debemos olvidar algo: la crisis de las deudas nacionales es la crisis por no redistribuir. Ese es su origen real: la necesidad de endeudarse porque el Estado no recibe lo que debe para mantener sus necesidades, incluidas —y especialmente— las sociales. No es posible mantener un estado de bienestar si no se recauda para financiarlo. En esta miopía o ceguera están todos los que no entienden esto. Por esos los países que mejor están llevando todo esto son aquellos que no cedieron a la tentación del endeudamiento ilimitado. El estado se endeuda mientras yo gasto y eso que gasto va a parar a unos pocos bolsillos que no son los del Estado mediante los impuestos.
La felicidad del que no paga impuestos es la del idiota que piensa que el coste de todo es gratis. Carente de recursos, el estado piensa que es la desgravación lo que acentúa la actividad económica, pero no controla sus efectos. Cuando se produce una crisis y se paran el consumo y la producción y aumentan las deudas porque no se ingresa, entonces comprendemos el panorama en su conjunto. Nada está desligado aunque se cuente en capítulos diferentes.
La felicidad del que no paga impuestos es la del idiota que piensa que el coste de todo es gratis. Carente de recursos, el estado piensa que es la desgravación lo que acentúa la actividad económica, pero no controla sus efectos. Cuando se produce una crisis y se paran el consumo y la producción y aumentan las deudas porque no se ingresa, entonces comprendemos el panorama en su conjunto. Nada está desligado aunque se cuente en capítulos diferentes.
Los estudios norteamericanos que cita The New York Times hablan de los cambios producidos desde la década de los 70. Todo lleva al mismo punto: el comienzo de las políticas neoliberales y su desmantelamiento del estado (“El gobierno es el problema”, recuerden). Habría que empezar por enviar a los políticos y economistas a terapeutas encargados de su reprogramación porque, como en los casos de lavado de cerebro, son ya incapaces de pensar en otros términos después de cuarenta años de doctrina oficial en ministerios, universidades y empresas. Es necesario volver a las bases de la economía y reconocerla, como señalaba Keynes, una “ciencia moral”, una ciencia que tiene como objetivo el bienestar y progreso de los ciudadanos, de todos, y no solo el enriquecimiento de unos pocos.
El artículo de The New York Times concluye con la opinión de un sociólogo sobre lo que el estudio muestra:
William Julius Wilson, a sociologist at Harvard who has seen the study, argues that “rising inequality is beginning to produce a two-tiered society in America in which the more affluent citizens live lives fundamentally different from the middle- and lower-income groups. This divide decreases a sense of community.”*
Si no se toman medidas y se cambia el rumbo, más allá de impuestos ocasionales, ese debilitamiento del sentido de la comunidad solo nos puede conducir a un resultado: el crecimiento del desinterés y la cohesión social en beneficio de un egoísmo que nos llevará (si no lo somos ya) a convertirnos en una jungla de intereses. No es, desde luego, el mejor futuro. Algunos pensarán que no eso no es un problema y que se soluciona con un buen masaje.
* "Middle-Class Areas Shrink as Income Gap Grows, New Report Finds". The New York Times 15/11/2011. http://www.nytimes.com/2011/11/16/us/middle-class-areas-shrink-as-income-gap-grows-report-finds.html?src=me&ref=general
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