Joaquín Mª Aguirre (UCM)
A nadie le gusta abandonar el poder. Pero una cosa es que te ganen una elecciones, perder en el campo de batalla, y otra que te defenestren. “Defenestrar” es un bonito verbo que, según la Academia, tiene dos sentidos: el primero, que te arrojen por la ventana; el segundo, que te expulsen de la política. El porqué ha anidado este sentido arrojadizo en la política es uno de esos misterios de la magia del lenguaje. Quizá algún pueblo tuvo la costumbre de arrojar a sus malos dirigentes por la ventana.
La salida triunfal de Berlusconi por la ventana política es un ejemplo —otro más, y van ya…— de cómo se las están gastando. A algunos les parece peligroso que las decisiones de largar a los gobernantes ya no vengan del pueblo, sino de esferas oscuras. Esto también son metáforas, pero así lo explicamos poéticamente y no nos sentimos tan inútiles. Habrá quien derrame lagrimas por Il Cavaliere y quien haya besado emocionado su foto diciendo “¡Silvio, no te olvido, machote!” Sí, porque hemos descubierto que los pueblos no nos ponemos de acuerdo casi nunca en algo, que nos aferramos a lo indefendible con verdadera pasión. Y ellos lo saben, cuentan con ello y siguen y siguen.
Berlusconi se va de los sitios como llega, con cara de éxito, con cara de decir “voy a por tabaco y regreso en diez minutos”. Pero es que él es así. Con la excepción del souvenir que le lanzaron y le partió varios dientes, por lo que no pudo lucir sonrisa unos días, Berlusconi transmite que es el rey del patio. Berlusconi ha sido el segundo actor-presidente, tras Ronald Reagan. La diferencia es que Reagan comenzó como actor y terminó como político, mientras que Silvio Berlusconi comenzó como político y terminó como actor. Y no es fácil destacar en este campo en un país del que se ha dicho que todos sus ciudadanos los son en potencia.
Desde hace ya bastante tiempo, Berlusconi era el ejemplo de lo que no debía ser un político. Sin embargo, logró sobrevivir políticamente porque la convirtió en espectáculo bufo en su superficie y en intriga policial en sus profundidades. Se mantenía porque tenía el apoyo electoral suficiente y el apoyo parlamentario necesario. A Berlusconi lo sostenían sus votos y los de los políticos que pactaban con él los acuerdos de gobierno. A diferencia de otros políticos simplemente inútiles (por su resultados ruinosos para sus países), Berlusconi sumaba la desfachatez y la inmoralidad, dos rasgos que combinados producían la vergüenza y repulsa nacional. Sin embargo, la pregunta es por qué se consienten estas cosas, por qué van a más.
Podemos plantearnos la cuestión como patológica, pero Berlusconi no es Gadafi, un payaso impuesto por las armas que obliga a todos a la admiración ante sus excesos. Berlusconi llevaba mucho tiempo en la política con refrendo popular amplio y con risas cómplices en cualquiera de sus extravagancias, excesos y salidas de tono. A Berlusconi le han reído las gracias en las reuniones de todos los G posibles en los que Italia estaba presente; le han reído las gracias en las reuniones europeas, etc. El mundo, sin duda, estará un poco más triste sin Silvio Berlusconi. Muchos dirán que esas risas eran por fuera y que luego de saludarle se iban a lavar las manos, que son cosas de la diplomacia. Puede que sí, pero Berlusconi conseguía su foto.
Pero todo cambió. Causó gran irritación en Italia, el pasado octubre, que al ser preguntados en una de esas ruedas de prensa conjuntas con las que Merkel-Sarkozy intentan transmitir confianza al mundo, sobre la credibilidad que les merecían las promesas de Berlusconi sobre los apaños económicos que se había comprometido a hacer, el galo y la germana se volvieran latinos de pura cepa, incapaces de controlar una mímica digna de Alberto Sordi o Toto. Los dos dirigentes se miraron como solo ellos, la cumbre de Europa, podrían hacerlo al referirse a un presidente europeo. Se miraron con ironía y se rieron.
Las risas ante la pregunta por la credibilidad de las medidas |
En Italia se enfadaron y gritaron “¡vendetta!”. Luego entraron las dudas sobre si se estaban riendo de Italia o solo de Berlusconi. Los italianos de buena voluntad entendieron que solo era una reacción natural ante un chiste económico, el que Il Cavaliere les había contado al resto de los europeos. Se habían reído tanto con él, que no importaba que por una vez lo hicieran de él.
Italia ha pasado de los políticos más tristes del mundo a los payasos de primera fila. Con todo, lo más reprochable de Berlusconi no es su falta de seriedad (los hay peores), sino sus formas degradas de entender la vida democrática, su mal ejemplo nacional y su falta de gusto absoluto en todos los niveles: su descaro al mantener sus negocios desde el Estado, al apretar a la Justicia cambiando leyes y jueces a su conveniencia, su control mediático del país anulando una de las bases necesarias para una democracia, la información plural, etc. Todo esto ha hecho gran daño a la credibilidad de la política y, sobre todo, ha degradado al sistema democrático al demostrar que no solo sirve para elegir a los mejores, su intención inicial, sino a cualquier impresentable. En la teoría es aceptable, pero en la práctica escuece. Y tiene consecuencias.
Italia, como tanto otros países, necesita de gobernantes que mantengan un compromiso de dignidad con sus pueblos y de eficacia justa en la administración. Los que entienden que su función es durar lo máximo posible dejando al que llega detrás como castigo por sustituirle la gestión de las ruinas deben desaparecer de la vida política. Han proliferado en las últimas décadas. Son políticos que se centran en el poder y no en el servicio, en el sectarismo y no en la responsabilidad. Usan la imagen como tapadera de sus desastres; creen que cualquier problema se resuelve con la comunicación adecuada; no se trata de hacer, sino solo de ser convincente en lo que dices. En sus países nunca pasa nada, hasta que pasa.
Berlusconi es un actor estridente, pero no es el único. Hay muchos que sin caer en el exceso en la actuación, mantienen principios semejantes. Son actores de otro método, pero actores. Los países que quieren ser serios deben tener gobernantes serios, cuyos objetivos sean serios. Más allá del trato simpático en las ruedas de prensa, de los discursos amenos, está la Política, el Arte (con mayúsculas) de trabajar por el bienestar de la sociedad, grupo o comunidad que administras. Las acciones de un político pueden ser discutidas y discutibles, en eso consiste la democracia. Pero no deben ser nunca impresentables o indignas. Un gobernante que logra avergonzar a su pueblo, no es nunca un buen gobernante. Si además de avergonzarlo, lo lleva al borde de la bancarrota, sobran los comentarios.
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