Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La imagen de aquellos antiguos velocípedos con ruedas de
tamaños diferentes podría pasar a ser el emblema de Europa, ya saben, una
enorme delante y otra chiquitita detrás. Podría ser peor, dirán algunos,
podríamos ir en monociclos, cada uno por su cuenta y subir por la empinada cuesta
de la crisis hasta donde se llegue con las fuerzas que tengamos.
Estamos a las puertas de lo que, si se me permite, llamaré “eurosecesionismo
selectivo”, y que otros llaman la “Europa de dos velocidades”. Lo que definía “Europa”
como unidad posible era el ir reduciendo las diferencias de tamaño entre las
ruedas e ir aumentando las plazas, del monociclo al tándem. Peo ahora algunos quieren ir en moto.
El hecho de permanecer unidos bajo una misma enseña, con un
mismo manillar, supone unos compromisos conjuntos que no se han tenido en
cuenta porque no se ha ahondado realmente en la construcción de la idea europea.
Unir países en un sistema de mercado, con la competencia permanente, es decir,
la tendencia al desequilibrio competitivo solo se puede sacar adelante si hay
una voluntad contraria de reequilibrio. Y eso es lo que falla. Si no se ahonda
en lo cultural y lo económico sirve para establecer diferencias, ¿qué queda de
Europa?
La base de la Europa
de dos velocidades es la idea de que aquí hay gente que no pedalea, de que
hay mucho parásito. Es la reacción
característica en los tiempos de crisis, la xenofobia
distante, la que acusa al inmigrante de quitar puestos de trabajo o de gastar
recursos sociales. La eurosecesión selectiva solo puede construirse sobre
razones negativas. Lo que carecerá entonces de sentido es la idea misma de
Europa, que se volverá absurda. Cualquier forma que establezca que los europeos
son distintos anula el concepto de “europeo”. Habremos creado el clasismo
europeísta y eso es el semillero de las discordias futuras, armar de
razones a los euroescépticos de verdad, volver a los nacionalismos agraviados y
recelosos como política general.
Podemos construir todas la metáforas que queramos, pero
hemos pasado de “Europa” a hablar del “eje franco-alemán”, que de un momento a
otro podemos descubrir que no es para proteger a los demás, sino para protegerse de los demás. La Europa de
dos velocidades no significa más que poner tierra por medio, tratar de huir de
los apestados. Deslindar los países sería el fin de la moneda única y, como
consecuencia, la desaparición del fantasma europeo. Los países que están planteando
esta operación a través de alianzas bilaterales no pueden ignorarlo. La
evidencia es que Europa no ha pasado bien su primera prueba de resistencia. Y
es lamentable.
Desde el momento en que no se afrontan las reformas sobre
los verdaderos causantes de las sacudidas especulativas, no queda más que
cortar las partes dañadas antes de que haya más contagios. Sin embargo, de
forma ilusa eluden que estos problemas tienen una raíz doble: la indudable responsabilidad
de los países implicados en el endeudamiento excesivo, pero también la
incapacidad de controlar un sistema especulativo que ha hecho suyo el lema de “las
crisis son oportunidades”. Los que manejan estos hilos van por delante, son más
rápidos y más listos, no tienen los prejuicios morales o políticos que los
estados tienen ante sus opiniones públicas, ni las obligaciones de los
tratados. Se les ha construido un tablero global por el que saltan sin freno,
donde juegan siempre con blancas.
Este es el drama auténtico, el problema real, que hemos
fabricado un monstruo al que no podemos controlar y que nos ha convencido de su
bondad teórica y práctica durante décadas, cuando lo que tenemos delante es
algo muy distinto: un crecimiento brutal de la desigualdad por la concentración
de la riqueza cada vez en menos manos. Hemos creado un universo con grandes
bolsas de pobreza a los que vendemos a buen precio su miseria futura. Si se
llevan por delante el futuro de millones de personas, no es su problema. Sus problemas
se reducen a los que pueden ser reflejados en dos columnas.
En 1902, un fabricante de Milwaukee, Wisconsin, llamado
Joseph Merkel, sacó al mercado su primera motocicleta con un pistón, “The
Merkel”. Pronto se dedicó a hacer una máquina de carreras competitiva introduciendo
diversas mejoras en los bastidores, en la suspensión delantera y la trasera.
Merkel produjo una segunda máquina “Merkel Light” y finalmente “The Flying
Merkel”, su modelo más competitivo con el que sus pilotos participaban con
éxito en las carreras de la época. La compañía se trasladó dos veces de lugar
ser comprada por compañías más grandes. El éxito en las carreras hizo que
ganaran campeonatos nacionales. Uno de sus pilotos, Maldwin Jones, retó al
campeón Erwin G. “Cannoball” Baker a una carrera y lo derrotó.
Maldwin Jones, el piloto y su máquina, "The Flying Merkel" en 1913 |
El eslogan de su empresa pasó a ser ““All roads are smooth
to The Flying Merkel”, aludiendo a la eficacia de su sistema de amortiguadores.
“The Flying Merkel” ganó en 1914 la carrera de resistencia entre Chicago y San
Luis. El piloto Maldwin Jones batió también
el record mundial de velocidad en Vanderbilt.
Merkel había logrado una maquina muy competitiva y una empresa
floreciente que fue adquirida por diversas compañías en 1909 y en 1911, en que
se trasladó a Ohio. Un gran éxito deportico y empresarial. Sin embargo, nos
dicen los historiadores:
Engineering innovation, high quality, and
racing successes were not enough to sustain this progressive endeavor. The
onset of war and, a contracting market, and increased competition caused
production of The Flying Merkel to falter. The final Merkel machines
were produced in 1917.*
A veces las más potentes fábricas, las más potentes empresas
y las más exitosas proezas deportivas no son garantía de que la historia no te
barra de un plumazo de la faz de la tierra. Los que tengan la tentación de
bajarse de la bici y subirse a la moto para poner tierra por medio, que
recuerden el destino de “The Flying Merkel” por muy buenos que fueran sus
amortiguadores.
* “The
Flying Merkel” http://www.knucklebusterinc.com/features/2008/11/06/the-flying-merkel/
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