Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Pasan al contraataque. A los políticos no les sienta bien ser desplazados por cualquier tipo de advenedizo. El problema se ha planteado de Platón en adelante. Las opciones para gobernar son: el más fuerte, el más votado o el más listo. El primero consigue el poder derrotando y eliminando a los otros; es el modelo “naturalista”, tal como resuelven los animales el quién manda aquí en la mayoría de los casos. El modelo de los votos es el más civilizado en la medida en que los que van a ser gobernados eligen y aceptan a los que les dicen lo que tienen que hacer. Por último, el modelo de los más listos, el platónico, parte del principio de la eficacia; niega la fuerza y el deseo —los dos primeros modelos— y apuesta por el conocimiento como base necesaria del gobierno. Platón quería al frente de la República a los filósofos, como otros quisieron luego a los poetas (Hölderlin), porque era su gremio.
El primer modelo asume que hay fuertes y débiles; el segundo, mayorías y minorías; y el tercero, listos y tontos. Todas son existencias innegables por pura evidencia y podemos señalarlos con el dedo. El problema es que una cosa no excluye la otra, por ejemplo, podemos dar la mayoría a un incapaz, cosa que ocurre con alguna frecuencia o a un depredador, como ocurrió con Hitler o Mussolini.
El Cordobés fue un espontáneo |
Para los lectores más jóvenes, diremos que la expresión “dar más oportunidades que al Platanito” viene de un novillero que en los sesenta y setenta iba pidiendo “una oportunidad” y le dieron muchas, pero siempre era un fracaso. Acabó reiéndose de sí mismo en charlotadas y haciendo que los demás se rieran en las pantallas. La hemeroteca de El País nos da un retrato triste de él a mediados de los ochenta, vendiendo lotería por las calles de Madrid con una chapa identificadora en la que decía “El Platanito (torero)”.
Como persona que se crió frente a la Plaza de Toros de Las Ventas, recuerdo a jóvenes durmiendo en su puerta con un cartel a los pies de “pido una oportunidad”, que era lo que los maletillas demandaban para mostrar al mundo su arte taurino. Como no se la daban, acaban lanzándose al ruedo en mitad del festejo y pasando la noche en comisaría y la multa correspondiente. Si lograban dar un par de pases se iban contentos con el aplauso del respetable. Era su minuto gloria. Habían dejado de ser maletillas y durante segundos pasaban a ser los “espontáneos”, maravillosa ocurrencia verbal para expresar el que alguien se lance al ruedo de repente jugándose la vida. Lo peor que le podía pasar a un torero es que en mitad de una mala faena, se le lanzara un espontáneo y diera cuatro pases bordados. Le dejaba en evidencia.
Desde luego Monti o Papademos no son maletillas ni espontáneos de la economía, aunque para algunos lo sean de la política. También esto es discutible, ya que no se puede decir que ser Comisario Europeo, por ejemplo, signifique no ser político. Sería como decir que Joaquín Almunia o Pedro Solbes no son políticos porque están en las instituciones europeas. La discusión es si hemos salido de un gobierno “democrático” y estamos ante uno “tecnocrático” o, peor, en uno de “fuerza”, un gobierno de ocupación europea.
La cuestión es interesante porque revela algunas de las carencias y distorsiones acumuladas. La integración europea se ha detenido en lo político porque los políticos no quieren dejar zonas de poder, aunque después las tengan que aceptar en virtud de los propios acuerdos que firman en nuestro nombre. Esto ha llevado a conferir ese estatus tecnocrático negativo a la política europea en beneficio de esos políticos de pura raza y pedigrí demostrable y garantizado de los que disfrutamos. El nivel de complejidad al que ha llegado Europa exige mucha mayor claridad y voluntad y no la doble cara que algunos practican. Solo se habla de exigencias pero no de los compromisos asumidos.
El otro día terminábamos el artículo dejando en el aire, por obvia, la respuesta a la pregunta de ¿por qué, si Monti era tan buen economista, no había formado parte de los gobiernos de Berlusconi? Habrá que contestarla. La respuesta es aplicable a muchos países. A los presidentes de algunos gobiernos no les gusta tener a su lado economistas (políticos en general) que les digan cosas que nos les gusta escuchar, como por ejemplo, que la demagogia económica se paga más cara que la demagogia política a secas y que hay que saber ver las diferencias entre una y otra a tiempo. Nos les gusta que les hablen de despilfarro o clientelismo, de que el estado se desangra entre tanta chapuza.
A los malos políticos les gusta tener a su lado a economistas que les dicen que todo va bien, que las cosas se solucionan solas y que los ciclos, que las recuperaciones, las curvas de no sé qué y que blablablá… Los que, en cambio, dicen “eso no se puede” o “te equivocas”, a esos hay que mantenerlos lejos, como a aves de mal agüero. Y los mandas lejos, para que no incordien. No sé si Monti o Papademos son buenos políticos o no. Lo que sí sé es lo que han hecho Berlusconi, Papandreu y a quien quiera usted añadir a la lista.
Tenemos un grave problema en Europa. La hemos llenado de compromisos y la estamos plagando de incumplimientos. Hemos llegado a un límite en donde una crisis económica ha desatado una situación sin precedentes. Los terremotos muestran las casas que están bien construidas y dejan en evidencia las que han sido levantadas a base de chapuzas, mal diseño y malos materiales. Los efectos del temblor financiero y su tsunami posterior se están llevando las casas en orden de chapucería política y económica. Dejan con el trasero al aire a los malos arquitectos y a los malos constructores.
Ni la tercera generación de Papandreus, ni la eternidad política de Berlusconi han servido para nada más que para endeudar a sus países. Han sido incapaces, incluso, de formar gobiernos de consenso para sacar adelante a sus países con sus ciudadanos dentro. El intento de referéndum de Papandreu no fue por su pueblo, fue por dejar la puerta abierta a un cuarto Papandreu que continuara la digna estirpe de servidores del pueblo heleno. Intentó salvar sus papeles, exclusivamente, algo que han entendido perfectamente todos los griegos y el resto de la humanidad con ellos.
Entiendo que se quejen los pueblos; no entiendo que se quejen los que los llevan a la ruina por su mala gestión. Los prestamistas son los prestamistas; pero a los prestamistas vas cuando ya te has gastado el dinero de mala manera. Seguimos acumulando deuda porque es más fácil pedir créditos que producir. Los políticos vieron la panacea: más y más deuda. Es más fácil eso que tratar de invertir en producción y dirigir realmente un país diseñando políticas económicas para un desarrollo coherente. Pero es más fácil reunir empresarios en La Moncloa y hacerse una foto con ellos que involucrarlos en un proyecto responsable de desarrollo conjunto. En España se está sancionando nuestro paro, nuestra incapacidad para crear empresas en las que colocar a cinco millones de personas a las que tenemos durante años cruzadas de brazos porque entre políticos, empresarios y sindicatos han sido incapaces de encontrar soluciones adecuadas a un problema real de la sociedad a la que dicen representar o defender en cualquiera de sus vertientes: política, empresarial y laboral. Ninguno lo ha hecho bien, ninguno. Por eso estamos como estamos.
Las instituciones europeas son también políticas y democráticas. También están quedando en evidencia por el protagonismo de los países, Alemania y Francia, en esta crisis. Por más que hablemos de igualdad europea, esta se viene abajo en cuanto se evidencian las diferencias económicas, que son insoslayables. Por eso vuelven a rugir los partidarios de la Europa de dos velocidades o de la Europa de los Clubes (de 1ª o de 2ª). Mientras las cosas van bien todo son sonrisas, pero cuando comienzan a ir mal y no se enderezan, lo que en su momento llamamos la “cordada del euro” se complica.
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