jueves, 3 de noviembre de 2011

Los tres condicionamientos egipcios


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En el artículo publicado por Bahey el-din Hassan, director del Instituto Egipcio para los Estudios sobre los Derechos Humanos, se pregunta desde el título mismo, “¿por qué Túnez tiene éxito mientras Egipto fracasa?”. El autor, como respuesta, señala: “I believe differences in three factors have distinguished Tunisia from Egypt in the post-revolution period: its army, its Islamists and its political elite.”*
Para Hassan, el ejército tunecino era políticamente débil, en comparación con el papel jugado por el ejército egipcio desde 1952; los partidos islámicos son recientes en Túnez y no como en Egipto donde se fundó, en los años 20, la agrupación de los Hermanos Musulmanes; y, finalmente, la clase política ha tenido la astucia de aparcar sus diferencias para salir rápidamente del pasado y adentrase en el futuro. Coincido plenamente con sus observaciones. Egipto paga en estos momentos su centralidad y peso frente a Túnez. Cuando se habla de los “treinta años de Mubarak en el poder”, se olvida que Mubarak no era más que la pieza con la que un régimen militar salía a la superficie, que los militares controlaban y controlan el país desde 1952. En artículos anteriores señalamos que quien tomó la decisión frente al tablero de sacrificar la “pieza Mubarak” tenía más poder que Mubarak. La revolución está comenzando. Mubarak no ha sido “eterno”; el Ejército sí pretende serlo, según los temores de la población.

La larga convivencia, siempre oscura, de los islamistas egipcios con un Ejército que ordena el territorio según sus intereses, ha desarrollado un “instinto histórico a dos” en el que ambos se han visto como enemigos necesarios, astutos jugadores que rivalizan en la pista pero tratan de evitar que otros actores salten a ella. En los juegos, la verdadera separación no es entre los que pelean en la cancha, sino entre ambos y los espectadores.
En este sentido, va a ser determinante la reciente aprobación por los jueces de la autorización para que los ocho millones de egipcios en el extranjero puedan ejercer su derecho al voto**. Las viejas argucias legales de Mubarak para dejar fuera de los censos a votantes y candidatos que residieran o hubieran residido fuera del país solo pueden entenderse desde esas convivencias. La mayor parte de ese voto es de los exiliados. Estamos hablando de ocho millones de egipcios, en el extranjero, del 10 por ciento de su población. Aunque pueda haber voto islámico, siempre será mayoritario el que no lo es. No olvidemos que Mubarak permitió sentarse en el parlamento a los Hermanos, les cedió escaños en elecciones siempre trucadas, Era su oposición favorita, si podemos decirlo así. Él sabrá por qué.
Un “ejército” y una “oposición” consolidados históricamente generan un absurdo político si el primero quiere conservar el poder y la segunda se conforma con que hagan lo que les interesa. En el fondo ni a uno ni a otra les importa la creación de un sistema democrático real, sino de un sistema en el que poder mantener su estatus. Eso explica muchos comportamientos en la vida política egipcia. Pero a los egipcios sí les importa tener una democracia verdadera y no un apaño digno de épocas anteriores. Lo que quieren los egipcios es entrar en la cancha, ser los protagonistas de su desarrollo. Egipto tiene que empezar a construirse desde las urnas y no en las cabezas de visionarios de cualquier signo.

El tercer factor señalado por Bahey el-din Hassan es de capital importancia. En conversaciones con amigos egipcios en 2010, les apunté la necesidad de, como había ocurrido en España, aparcar las diferencia iniciales y centrarse en lo básico que permita salir rápidamente del la situación crítica de partida. Las dictaduras, cuanto más lejos mejor. Luego ya decides los detalles, pero en principio, aléjate. Sin embargo, el régimen militar, desde los años cincuenta, se caracterizó por la astucia y en gran parte se manifestó por su capacidad de evitar que hubiera una oposición coherente, como está ocurriendo ahora. Los políticos egipcios en la oposición son tan hijos de su tiempo como los adictos al régimen. Ambos son el resultado de una prolongada interacción en la que unos y otros se han ido moldeando. En el fondo, su objetivo era ser cabezas de ratón. Ninguno creía que pudiera caer el régimen con sus faraones al frente. Solo el pueblo egipcio, como el que se tira de un trampolín sin pensarlo, consiguió creer en ello durante unos días, los suficientes como para ver que no era un sueño y que el faraón y sus hijos salían del palacio presidencial y se iban a una residencia turística. Verlo enjaulado hace que se pellizquen. Los perros son crueles con el viejo jefe de su manada y el ejército sacrificó al líder desgastado con la esperanza de seguir controlando la situación.

Gamal Abdel Nasser. Los militares golpistas
Acostumbrados a discutir entre ellos y no con el régimen militar, que es impenetrable, como un muro, la oposición logra pequeños avances, migajas que el ejército deja caer para que las protestas no vayan a más. El fantasma de una segunda revolución, de la necesidad de que las ovejas enseñen de nuevo los dientes a los perros, es una idea que no acaba de abandonarse entre los egipcios. Saben que si esa circunstancia se da, ya no cae una persona, un Mubarak, sino una institución entera. Acostumbrados a fraudes electorales y cacicadas, no creo que estén dispuestos a aguantar más.
Una vez más hay que decirlo, sin retórica alguna, como una evidencia: el futuro de Egipto está en sus jóvenes, que son quienes no están contaminados por una política que hacía de la corrupción y la componenda, de apaño y el reparto oscuro, su forma de actuación. Es la juventud egipcia la que debe darse cuenta de que es ella la que entra en el matadero de la Historia si no toma conciencia de lo que ocurrió con la generación anterior, una generación estéril, que se mostró incapaz de enfrentarse a la degeneración absoluta que para el país supuso el faraónico reinado de Mubarak.
Los tres factores señalados por Bahey el-din Hassan son, en el fondo, uno reflejo de los otros: ejército, islamismo y élites políticas son el resultado de su convivencia. Y es eso lo que hay que cambiar. El problema es que no serán ellos quienes lo hagan. Serán los jóvenes, incluidos los de las corrientes islamistas, los que deben hacerlo.

El tema de mis conversaciones con los amigos egipcios durante estos dos últimos años ha sido siempre el mismo: la necesidad de un consenso, que el arte de hacer dividirse al contrario para debilitarle no continuara funcionando como hasta el momento, fruto de la manipulación del régimen. No es fácil porque, como señala bien Hassan, Egipto paga su propia monumentalidad, su papel central en el mundo árabe. Suelo bromear con ellos y decirles que tener enfrente durante miles de años el símbolo del poder, las pirámides, que reproducen por todas partes, marca la mentalidad de un país. En el fondo, los faraones hicieron construir aquellos monumentos para que nadie olvidara que ellos siempre estarían ahí. Egipto construyó las pirámides e inventó la eternidad.

* Bahey el-din Hassan.  “Why succeeds Tunisia while Egypt fails” Al-Masry Al-Youm 2/11/2011 http://www.almasryalyoum.com/en/node/511148

** “Preparations made for expatriate vote amendment” News Egypt.com 2/11/2011 http://news.egypt.com/english/permalink/61832.html



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