Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El cine no ha logrado entrar en el sistema educativo. El Arte del siglo XX se ha quedado fuera del reparto de las materias “dignas” de ser explicadas, estudiadas y evaluadas. El cine languidece como cultura, aunque prospere dudosamente como espectáculo. Como ya ocurrió en los años cincuenta con la llegada de la televisión, ciertas innovaciones técnicas fueron formas de salir hacia adelante en un intento de sobrevivir. También lo fue el desnudo. Hoy es el 3D. La radio se escuchaba en casa y el cine era la celebración exterior, mezcla de espacio social y percepción solitaria. La televisión se convirtió en parte del espacio doméstico e hizo que se dejara de ir a las salas. Luego llegó el vídeo, el DVD, etc., formas de conducir el cine a su domesticación, es decir, de hacerlo doméstico, casero, quitarle lo que tenía de palacio y sala oscura. David, la pantalla chica, derribó a Goliat. Serán las grandes pantallas planas caseras las que ayuden a mitigar la desesperación de tener que ver el mejor cine en perversos formatos recortados.
Uno de los grandes errores del sistema educativo, al menos del nuestro, es no haber sabido introducir el cine entre los estudios de la Cultura. La explicación es muy sencilla, tenía que competir con los profesionales de la educación de las Humanidades, de las Artes, que no estaban dispuestos a hacerle sitio a una nueva disciplina y a sus cultivadores. El cine es arte, claramente, y una herramienta didáctica de primer orden. Permite estudiar el reflejo del mundo. Sin embargo, las demás materias recelaron de un espectáculo demasiado popular como para ser considerado académico. Temerosos de tener que competir con una asignatura que incluyera a los Hermanos Marx o a Marilyn Monroe, a Fred Astaire y la Guerra de las Galaxias, no han permitido su consolidación escolar. Demasiada competencia. Los licenciados en Comunicación Audiovisual se presentan a plazas de Literatura en la enseñanza media. Más de cien años después, el cine sigue en las barracas feriales. Lejos la pasión que muchos intelectuales del siglo pasado le dedicaron... Camus, Cabrera Infante, Breton, Artaud, Handke, una lista interminable... Lejos las sesiones dobles, la celebración social e individual del acto de ir al cine. Es de otro tiempo y eso significa demasiado en la época del hoy prolongado.
Por no cultivar el aprendizaje de sus géneros, de su estética, de su historia, el cine languidece y los que visitamos los fines de semana las salas comprobamos que la gente joven solo acude al reclamo de la inversión publicitaria, cada vez necesariamente mayor. La desaparición de actividades que ayuden a comprender el arte más popular del siglo, de campañas que lleven al cine a ver la “viejas películas”, es decir, a comprender su evolución, sus obras maestras, ha convertido el espacio cinematográfico casi en un mundo de adictos y frikis. Del cine solo se habla publicitariamente, como parte de la promoción; apenas se ejerce la crítica con un mínimo de profesionalidad. No hablo ya de conocer la teorías de Jean Mitry, de Christian Metz, Dziga Vertov o Pier Paolo Passolini…, algo impensable para la inmensa mayoría de los espectadores, sino de poder dar una explicación teórica de lo que se tiene delante.
He asistido a sesiones robinsonianas, en las que yo era el único espectador presente, sesiones de películas incluso muy comerciales, con gran apoyo publicitario. Sencillamente, ese día había algún partido o hacía buen tiempo o cualquier otro elemento que justifique la deserción de las salas.
Hoy disponemos de todas las herramientas para poder incorporar el cine al sistema educativo, algo que no ocurría anteriormente, en donde la única forma era la conjunción de sala de exhibición y copias, a todas luces, muy cara. Podemos disponer en cualquier centro educativo del material y repertorio suficiente como para impartir Historia del Cine o Estética cinematográfica sin problema alguno. Y sin embargo…
Han desaparecido las viejas películas en función de la falta de criterio audiovisual que han producido. A la gente, como en otras artes, empieza a fallarles el juicio estético, que pasa a depender de otros factores. Como ocurre con la literatura o la música, les aburren soberanamente. No es relativismo histórico. Es sencillamente falta de educación estética.
Todo forma parte del círculo vicioso que se produce cuando la educación falla: la falta de educación produce falta de criterio y esa falta lleva a una peor educación. Lo malo nos arrastra hacia lo peor. Resulta chocante que, disponiendo hoy de recursos difícilmente imaginables hace unas décadas, no seamos capaces de aprovecharlos para una mejor educación.
Sin embargo, es lo que ocurre. Hoy pondré a los alumnos de la Facultad una maravillosa película iraní. La esperanza es que algunos aparezcan y salgan de la sala con sus ojos gratificados por la experiencia. Serán tres o cuatro o cinco entre una multitud de indiferentes. Se nos ha perdido el buen cine. Y nosotros con él.
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