Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La última barrera es el Ejército. Más allá
solo está el desierto y los cadáveres embalsamados por la historia de los
faraones antiguos y modernos. Mubarak no era la cúspide, sino el penúltimo de
los escalones, el que fue ganado por la mano de los intereses corporativos
frente a los personales. Mubarak fue una amputación quirúrgica para tratar de
evitar la gangrena general y la muerte del sistema que representaba.
La negativa de la SCAF a posponer las
elecciones —cuarenta muertos en siete días de protestas— en el actual clima de
violencia y enfrentamiento callejero, institucional y social, solo puede
entenderse desde un punto de vista que hemos ido apuntando estos días. El Ejército no puede soportar el desgaste
social e internacional de las protestas y los muertos y trata de solventarlo
haciendo entrar en un pacto de gobierno a los Hermanos Musulmanes, que se han
mostrado desde el principio interesados amantes de su opresor, que les dejaba
libre la sociedad mientras llenaba los escaños, antes que colaboradores con los
que ellos consideran “laicos”. Como en tantas otras ocasiones los dictadores no
dudan en utilizar La Meca cuando es necesario.
Los Hermanos musulmanes fueron renuentes a ir
a Tahrir desde el principio de la revolución, no la veían con claridad porque
temían que dar entrada en una sociedad controlada en sus redes por ellos tras
años de paciente labor de sedimentación social, prestigiada por las detenciones
periódicas y algunos mártires, su imagen de honestidad frente a un régimen
corrupto, se iba a ver perjudicada. Fueron arrastrados porque sus jóvenes
sentían que debían seguir a los demás jóvenes del pueblo egipcio en su lucha
por la libertad; fueron temerosos de que aquello finalmente les pudiera dejar
fuera.
Esta misma actitud se ha repetido
permanentemente. Han llegado siempre tras ver cautelosamente cómo podían
avanzar sin comprometerse socialmente, sin perder su capital anterior, cómo
podían utilizar su ventaja de organización con noventa años de existencia
frente a unos simbólicos y esquemáticos partidos divididos, apenas sin
idearios, apenas prendiendo, los jóvenes, a pisar el campo de la política y
cuyo primera lección ha sido cómo lanzar una piedra y curar unas heridas o enterrar a los mártires.
El Ejército detectó pronto que ellos eran la
oposición ideal, los que debían sentarse en el otro lado de la mesa, los
compañeros de viaje perfecto. Ellos les
servirán de coartada para justificar los desmanes que llevan realizando. El
gobierno existente, al darse cuenta de su verdadera naturaleza al servicio de
los intereses de la cúpula militar, dimite ante la vergüenza que les provoca.
Ya han encontrado un sustituto que no es más que otra pieza de maquinaria de
Mubarak, otra máscara hacia el exterior. Tienen poco dónde elegir, claro está.
Nadie se va a prestar a ponerse al frente de un mecanismo de represión cuya
finalidad es seguir generando gobiernos que repriman a su pueblo.
El único objetivo de la alianza con los
Hermanos musulmanes, ya no puede ser frenar el islamismo, como es obvio. Es la
demostración palpable de que lo que están es tratando, la cúpula militar, de
evitar el mismo destino que el general Mubarak: estar entre rejas, presentarse
ante su pueblo encerrados en una jaula.
Las fisuras que se han producido anteriormente
en la Hermandad han sido por el control de los pertenecientes. Jóvenes y
mujeres se han negado a seguir las directrices de una organización que pactando
con los militares, aunque sea para realizar unas elecciones choca con las
peticiones de toda la oposición. Por paradójico que parezca, militares y
Hermanos forman hoy una alianza cuya única finalidad es respaldarse mutuamente,
una para tener el poder y la inmunidad, y la otra para mantener un deteriorado
y decreciente poder social. Ese poder disminuyendo en la medida en que a la
sociedad egipcia se le da la oportunidad de vertebrarse, de organizarse
políticamente. Eso no interesa ni a uno ni a otro elemento, que necesitan
tiempo de forma complementaria, unos para mantenerse, los otros para no
deteriorarse.
Lo que parecen tener en mente es una nueva
forma de mubarakismo en el que se
sustituya el viejo partido de los intereses, el matonismo y la corrupción en
que lo convirtió el dictador por uno nuevo que necesite de ellos para realizar
su labor. De ser ciertas estas especulaciones, sería el principio del fin de
los Hermanos musulmanes que comenzarían un descenso popular, como creo que ya
ha comenzado desde hace tiempo, tanto por las fugas y discrepancias que han ido
surgiendo en estos meses, como por las necesidades de mostrar a la luz sus
ideas, algo que muchos no comparten. Las resistencias permanentes a chocar con
la hoja de ruta creada por los militares evidencian la estrategia. Solo se han
enfrentado cuando han temido quedarse fuera ante la opinión pública naciente.
Egipto necesita urgente mente no renovar, sino
crear una clase política que dé el salto al estado moderno que lo distancie de
unos males que han hecho que muchos tuvieran que emigrar y que muchos otros
fueran viendo cómo las esperanzas de un futuro mejor eran tragadas por las
arenas del desierto del aburrimiento institucional, del poder arbitrario y de
la violencia contra su pueblo.
Egipto mismo era la Gran pirámide, un mausoleo
eterno en el desierto para mayor gloria de unos gobernantes que cambiaban de
nombre, pero no de métodos. Hoy Egipto ha dejado ser ese mausoleo y está
representando en una plaza en la que se mezclan los cantos de alegría, cono los
rezos y el dolor. Una plaza viva.
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