Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No van a una fiesta. Su fin de semana es ir a jugarse la
vida a Tahrir. Son jóvenes y va a meterse en una plaza convertida en un
infierno. Muchas, me dicen, tienen que hacer el gran sacrificio de no decir a
sus familias dónde por temor a que se lo impidan. Pero las energías y
entusiasmo que se generan entre ellas, lo que cuentan las que regresan, hace
que algunas venzan la tentación y se dirijan a la plaza. A otras, las que han
preguntado a sus familias y no quieren que se arriesguen, les recomiendo que
escriban, que den forma a lo que sienten y piensan. Es una forma de sentir que
contribuyen a los acontecimientos, de canalizar la ansiedad producida por lo
que están viviendo sin poder participar. Hablas con ellos de madrugada, incapaces
de dormir, o desde la misma plaza desde la que te mandan mensajes, en la tensa
espera de lo que pueda ocurrir en cualquier momento.
De todos los mensajes que hemos cruzado estos días quiero
reproducir uno que me ha conmovido especialmente. Lo quiero reproducir —sé que
me disculpará la indiscreción— tal cual, con su propia expresión, tal como me
llegó porque creo que es un documento valioso que abrirá los ojos a muchos más
allá de lo que yo pueda explicar:
Bien, gracias. Hay muchas cosas que
he visto y esto me hace estar un poco confusa. Veo gente que muere ante mis ojos y a otros que pierden uno de sus ojos o los dos. Lo que quiero decir es que entro en la
plaza con 23 años y salgo con 1000 años, de verdad. La gente tiene heridas y
quieren cumplir. Toda la gente tienen conciencia de sus derechos e insisten
sobre lo que quieren, pero me duele ver jóvenes que mueren por la gente, por egipcios que no
entienden nada, y todo lo que entiende es que estos jóvenes son traidores y
trabajan con Israel. Y no entienden que estos jóvenes quieren mejorar nuestro país
y sacrifican todo por ello. Sabe usted que mucha gente vienen sin decirlo a
sus familias y yo una de ellos. Mi familia cree que fui al trabajo y fui allí
directamente. Me tomé vacación del trabajo y fui e iré todos los días hasta
realizar lo que queremos. Hay gente que muere y nos decimos ante el muerto que
tenemos que cumplir con lo que hacen, ¿me entiende? La idea no es solamente "derechos", es por alguien que muere. Uno que es muy pobre me dijo cuando le ayudé en el
hospital de la plaza que él no es importante, que yo soy más importante
porque tengo enseñanza universitaria y él no. Y él quiere que el nuevo Egipto se haga con nosotros, que somos de universidad y que no sea de iletrados. De verdad es un
pueblo muy bonito y es un gran honor el ser uno de ellos. Luchan, no quieren ser
gobernadores; solamente quieren un Egipto mejor, ¿me entiende?
Creo que no se puede expresar mejor el drama egipcio que a través de estas palabras. Nada hay más elocuente que el hecho que
nos narra del hombre pobre, herido, atendido en un hospital improvisado y diciéndole
a ella, a la persona que le está cuidando, que son ellos los universitarios los
importantes porque son el futuro de Egipto. Son las dos caras de la dignidad del
país unidas en un acto de sufrimiento, de resistencia. La infamia de acusarles
de ser agentes de Israel o de cualquier otro sitio, es solo una injusticia más
que sabrán olvidar con generosidad cuando se hable de ellos en el futuro
próximo. Los egipcios rindieron homenaje a los primeros mártires de la
revolución. He visto en las paredes de la Universidad de El Cairo fotocopias con recuerdos de los que se fueron y las firmas de los que les
rinden homenaje. No lo buscan, pero lo tendrán.
La unidad de los pueblos, los sentimientos que podrán
compartir en el futuro, lo que todos recordarán mañana, se forjan de maneras
complejas. Se producen extraños giros del destino y los héroes con nombre
ocultan a los cientos de personas anónimas que sufren el olvido. Pero eso no
importa. Dos personas, entre otras muchas, en el Tahrir, una cuidando de otra;
la universitaria que pide vacaciones en el trabajo, que no dice a la familia
dónde está; ese hombre herido que no lucha por salir de su miseria sino para
que gente como ella se haga cargo de un país que sea más digno, justo y feliz
en un futuro aunque él no llegue a verlo.
Es una auténtica epifanía, una revelación del sentido profundo de los acontecimientos en un instante. Cuando ella o los que son como ella lleguen a tener en sus manos el destino de Egipto, no podrán olvidar a ese hombre que no luchaba por su futuro sino por el de ellos para que no hubiera que volver allí de nuevo pasado un tiempo. Él les seguirá mirando en el tiempo. No tendrá una medalla, pero tendrá el recuerdo de los que le escucharon y de los que lean esto.
Entran en la Plaza con 23 o con mucho menos y sienten que salen
con 1.000 años. Es la experiencia que acumulan para construir un Egipto que les
necesita. Han visto más en unas horas en esa plaza, en cualquier calle de El
Cairo, de Alejandría, de Ismailía, en las que se dice “¡basta!”, que todos aquellos
que durante décadas han querido estar ciegos mirando hacia otro lado y no han
querido ver la ruina en la que estaban dejando a su propio país mediante el
robo, la represión y la tortura. Cada nuevo acto de injusticia hace que se
sumen más jóvenes a la protesta, cada vez dejan más en evidencia el intento de
secuestrar la revolución del pueblo egipcio por parte de los que se han cargado
de medallas mientras cargaban a su pueblo de miseria e injusticia.
Temo por ellos y estoy orgulloso de ellos, de haber
compartido sus aulas y su amistad. Sé que al final nos encontraremos de nuevo
en la puerta de la facultad, en esa otra plaza en la que podrían estar en
alegre charla, en la de la universidad. Pero han elegido otro camino y eso les
honra.
un articulo maravilloso , gracias senor Joaquin
ResponderEliminarGracias, Rehab. Contarlo es solo una parte, la más sencilla. Lo importante es lo que ocurre allí, que sea para bien de Egipto. Es un homenaje a todos los que se han dejado las horas, el trabajo o la vida en el Tahrir y en muchos otros lugares por el bien de todos los demás. Shucran, Rehab.
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