Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo que ocurre en Lloret de Mar* es una muestra más del funcionamiento político, económico y social nefasto que acaba siendo problemático.
Ya sea porque alguien lo decidió o porque fue una decisión acumulativa, lo que se mostraba como un lucrativo modelo de desarrollo se va transformando en una pesadilla para la población que se ve atrapada entre la fuente de sus ingresos y los efectos secundarios que conlleva, que son cada vez más negativos. Cuando las cosas cambian de golpe es fácil ver las diferencias; cuando van cambiando poco a poco, es más difícil percibirlo en el día a día. Hasta que estallan.
Lloret es un ejemplo más de crecimiento por deriva. Tienes un plan inicial que se va cambiando paulatinamente. Como los cambios apenas son perceptibles, cuando ha pasado un cierto tiempo te das cuenta que lo que el primer día cambió solo un poco, cambió un poco más el segundo y que al llegar al décimo día, las cosas ya no se parecen nada a las que había inicialmente. El paraíso tranquilo se ha convertido en un infierno ruidoso.
Cuando llenas una ciudad de bibliotecas, puede que se llene de lectores (o no, dirá alguno); pero si la llenas de bares, se te llenará de borrachos. Y eso sí es seguro. Y si los bares tienen que competir entre ellos, cada uno pondrá sus ofertas —todo sea por el beneficio del consumidor— y tendremos un lugar lleno de gente que consume más por menos dinero. El problema es que lo que se consume es alcohol, drogas y prostitución.
Pronto surgen los conflictos entre los que ven que una ciudad no es más que el envoltorio de unas empresas, los que piensan que viven en su ciudad y que estas empresas les están amargando la vida, y los que piensan que unos y otros les van a votar.
El descanso veraniego |
La forma española de solucionar este problema es muy sencilla y, obviamente, no funciona: los vecinos se manifiestan, los empresarios amenazan con llevarse la riqueza y los políticos dicen que es un problema circunstancial, pero que tomarán medidas. El político local (al que tienen que votar lo vecinos) toma medidas de orden público y el político distante (la autoridad autonómica) pide calma y promete soluciones mediante una frase medianamente hermosa pero vacía (Artur Mas: «pidió que la ciudad destaque "por todo aquello que han hecho bueno"», indica el diario El País, que es como pedirle a Jack el destripador que se ponga una camiseta con "I Love London").
El problema es de difícil solución porque cualquiera de sus soluciones pilla a los agentes involucrados fuera de tiempo de soluciones buenas a corto plazo y ese parece ser el único importante para la mayoría, y así nos va. Si se hace caso a los vecinos, los mossos patrullarán todas las noches, los establecimientos cerrarán antes, y se prohibirá beber en la vía pública. Los empresarios se espantan porque su modelo de negocio pasa porque la gente beba todo lo que pueda pagar y esté toda la noche danzando de un sitio a otro. El alcalde que recoge los votos de los ciudadanos y los impuestos municipales, licencias, etc. de los empresarios, decide que hay que actuar y que los únicos que no votan son los turistas y añade un atractivo más al paquete turístico: la lucha con la policía municipal. Ya tenemos la oferta completa: borracheras, drogas, broncas, sexo y carreras y pedradas con la policía española. ¡Cómo te lo vas a pasar cuando vuelvas al instituto y lo cuentes! Y este sector de jóvenes que vienen gracias al boca a oreja del que te venden alcohol, drogas y sexo, aunque seas menor, mayor o "tercera edad", decide que tiene un aliciente más para irse a pasar una temporadita a España, esa España que tiene un local de hostelería por cada ciento veinte personas.
¿A qué museo vamos mañana? |
En un ejercicio de cinismo realmente curioso —incluso desde la leyes de la oferta y la demanda— la patronal del sector del vómito (que engloba bares, discotecas, bebidas, etc.) ha echado la culpa a los “tour operadores”, que les traen un turismo, según ellos, no deseado. Ellos desean que beban ("consuman" es más impoluto), no se que se emborrachen. Pero la característica del alcohol, ¡vaya por dios!, es que te emborracha. Quizá la patronal del vómito preferiría que le trajeran unos jóvenes que se sentaran con un libro de Kundera en las playas tempranito, que —como hacen vida sana— se tomaran un melocotón y un yogurt a media mañana, que se ducharan por la tarde y salieran a darse un paseo a hacer unas fotos de la puesta de sol y luego, como tienen que madrugar, se retiraran a sus pensiones deseando la buenas noches al encargado del hotel o del camping. Y de cena una ensalada y cereales con mucha fibra.
Los recolectores europeos de jóvenes con ganas de bronca hacen su tarea con el beneplácito de los que saben lo que les espera. Por dentro maldicen a esos vecinos que son incapaces de reconocer la fuente de riqueza que este turismo trae a las poblaciones aburridas, que salieron de la pesca gracias a esta transformación turística del espacio. ¡ Ingratos!
¿El mal? Como siempre la falta de previsión, el no plantearse cómo pueden acabar las cosas, la falta de modelo y de dirección social del tipo de entorno en el que vivimos y que queremos vivir. La vida es más sencilla cuando tenemos una mínima idea de adónde vamos. Ahora tenemos una población encerrada en el modelo que ha producido a lo largo de los años. A nadie le cae el destino: es fruto de nuestros actos. Y actos, en este caso, es tanto lo que hacemos como lo que permitimos. La ciudad se ha estado beneficiando en su conjunto de un modelo deleznable que ahora tienen que soportar o cortar por lo sano. Con la crisis actual, es difícil que consigan modificar el modelo. Siempre habrá alguien que se beneficie y si lo cortan sin alternativa, acabarán echándolos de menos. No se escapa fácilmente de los errores prolongados.
Lloret no es un caso único. Por el contrario, es un ejemplo bastante representativo de la realidad española en muchos lugares. Y también de la hipocresía social, la desvergüenza codiciosa y la ineptitud política. Unos miran a otro lado hasta que les entra la realidad por un ojo; otros tienen puesto el ojo siempre en el mismo sitio y, finalmente, otros miran a un futuro que no se hace solo. Y los problemas crecen y crecen.
En última instancia, dirán algunos, el problema real no es otro que el poder obtener suficiente beneficio como para poder comprar doble ventana. Al turismo hay que pedirle, más que sea sostenible, que se tenga de pie.
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