jueves, 13 de julio de 2023

La muerte de las referencias y Milan Kundera

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El anuncio ayer de la muerte del escritor Milan Kundera es la última muerte producida en estos meses de una serie de figuras referenciales para dos generaciones. Con extrema crueldad por indiferencia, llevamos un tiempo en el que las noticias recogen el fallecimiento de personas culturalmente significativas. En ocasiones, desconocías si seguían vivas, pero el anuncio del fallecimiento despierta una extraña sensación de pérdida, casi de extinción de un periodo al que perteneces. Son las personas que llenaron los tiempos de adolescencia, aquello que tuviste como referencia marcándote un camino.

Hace unos días hemos visto el eco causado por la muerte de Tina Turner, otra de esas referencias. Antes fue Olivia Newton John, personas que trasciende su momento y quedan en el recuerdo aunque lleven tiempo retiradas de la vida pública. Ellas habitan en el memoria, entre los recuerdos de experiencias que son propias, personales, pero especialmente compartidas, culturales, generacionales.

La aparición de los medios masivos de comunicación creó un nuevo tipo de imaginario. Hoy podemos comprenderlo con más precisión y claridad pues ese modelo masivo está siendo sustituido por el efímero y múltiple de las redes sociales. Ese imaginario se construía con objetos culturales, con nombres de personas que pasaban a ser una experiencia importante en lo personal y compartido con otros. La música, el cine y la literatura eran los mayores productores de objetos fetiches generacionales. Vinculados a ellos estaban las personas que los encarnaban o producían: actores, cantantes, músicos, pintores, escritores...


Kundera fue una de las piezas básicas de esa época que contribuyó a llenar para mucha gente. Como él, otros personajes dieron el salto desde la realidad hasta la memoria con efecto profundo. No solo eran buenos, sino que estaban vinculados con una generación.

Esas primeras experiencias estéticas podían quedarse en simple "moda" o por el contrario convertirse en una referencia personal y cultural, en algo que te acompaña durante toda la vida, como migas a lo largo del camino que te devuelven a algo que se aleja. Son como hilos de Ariadna, intrincadas conexiones mediante las que salimos del laberinto del presente incompresible y agobiante.

El concepto de generación no es tanto por el número de los años, sino por el contenido, por las experiencias compartidas. Quizá algunos hayan leído en foros este comentario de algunos al pie de alguna canción: "¡Me equivoqué de generación!". Suelen ser personas que comparten poco, por decirlo así, con su tiempo y prefieren viejas canciones, películas, novelas o cualquier otro tipo de arte. Esas personas viven dos tiempos, el propio y el que les marcan esos gustos por lo que ha quedado como legado. Eso ocurre también cuando se produce la ampliación del tiempo vital. Nuestra vida se polariza en el tiempo formativo, aquel en el que nos descubrimos a nosotros mismos a través de nuevos gustos, normalmente en la adolescencia, y el presente, tiempo que se nos ofrece, pero con el que vivimos una relación ambivalente. McLuhan decía que avanzar en la historia era como ir en un coche mirando hacia adelante y por el retrovisor. Creo que es una expresión acertada. Algunos, miran ya más tiempo al retrovisor que al frente, que se mira lo imprescindible.

Cuando, pasado el tiempo, piensas en esas referencias culturales que te abrieron a la vida, a verla de determinada forma a través de películas, música, poemas, ensayos... te das cuenta que te han acompañad, que se han ido manteniendo estables y cambiantes simultáneamente. Son textos que siguen en distintas formas, con diferentes tipos de relación con tu propio camino. Te acompañan, evolucionan; son ideas y sentimientos sobre los que vuelves porque la vida lo pide. Iluminan. En el vivir diario van quedan menos, pero firmes, dialogantes. Son esas pocos canciones que te acompañan; esas novelas o poemas; esas películas que te hicieron ver el mundo con otra mirada. Pueden ser las canciones de Dylan o de Paul Simon, el cine de Kazan o un poema de Keats o cualquier otra cosa que nos conmoviera.


La muerte de Milan Kundera nos habrá hecho recordar el momento en el que descubrimos sus obras. Puede que algunos las descubran tras su muerte y abran así una de esas vías hacia el depósito cultural, hacia el legado ignorado. Su muerte es un poco la nuestra, un recordatorio.  

Habrá que esperar a la nostalgia de los aniversarios, ya sean de nacimientos, muertes o de publicaciones para que sean redescubiertos. Así funciona el sistema. Dicen en un titular de La Vanguardia que "el largo silencio literario quizá haya provocado que los jóvenes no estén familiarizados con su figura", una idea que no está muy claro de qué lado sitúa la estupidez, si de los jóvenes que solo acceden a lo que suena o si a los medios que no hacen que suene o al sistema educativo que deja a los clásicos de siempre pero no incorpora los clásicos del mundo en que vivimos.

Descanse en paz el "humorista" Kundera, como se empeñan en calificarlo, incapaces de entender las diferencias entre las sonrisas y las risas, entre el humor y el humorismo. Es la inteligencia de los lectores la que debía percibir esas diferencias. Morirse es solo una parte; lo malo es que te simplifican.

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