Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo
hemos conseguido, cada vez somos más italianos. Pero italianos de los de antes,
de los caóticos, de los gobiernos imposibles y los líderes pintorescos, de las
llamadas continuas desde palacio presidencial a consultas. Ahora que Italia
parece haber entrado en cierta normalidad (si se puede expresar así), nosotros
representamos el caos, el despropósito y la cuadratura del círculo.
Cada
vez escucho a los comentaristas la expresión "¡así es la política!" y
no dejo de sorprenderme porque aceptan todo como "normalidad", un
discurso cínico y pragmático basado exclusivamente en la obtención del poder,
para lo que es posible todo. Una frase que se repite, por ejemplo, "el
futuro del gobierno está en Puigdemont". ¿No se dan cuenta que la política
no es la aritmética ilógica y que la aritmética no es la política sin sentido común?
Luego están los que suman PNV y Vox, con igual absurdo resultado. Los afectados
por las sumas comienzan a poner líneas y condiciones.
Pero la
frase favorita de esta democracia española sin sentido común es "lo que
digan las urnas". Las urnas se silencian porque lo único que se hace de
esta forma es sumar en función de algo que la gran mayoría no deseaba. Esta
democracia de trueques no es un ejemplo de democracia ni un ejemplo de futuro.
Sin embargo, dada la rentabilidad que algunos le sacan seguirá siendo el modelo
imperante: "yo te doy mis votos
y tú me das lo que mis votos no me
han dado".
Preocupados
por el poder, los políticos de los diferentes partidos han jugado al "sí,
pero no", a sumar o restar lo que sus propios electores no deseaban. Todo
por el cálculo, ¿pero de qué sirve el cálculo si va contra el deseo de los
propios electores?
Esta es la consecuencia del asesinato continuado del centro por parte de los dos grandes partidos, deseosos de aplicarse la etiqueta de moderación, pero imprudentes al respecto aliándose con los extremos porque los votos no daban más de sí. Esto con una política altamente territorializada es un fracaso seguro. Las diferencias entre locales y autonómicas, por un lado, y las generales, por otro, lo muestran con claridad.
Ahora
se ha regresado a cierta forma de bipartidismo, pero las cifras impiden la
gobernación "lógica", de sentido común, y empujan a gobernar con los
que no se debería contar para el poder porque ponen precios muy altos.
"Así es la política", dirán de nuevo los pragmáticos de siempre. No,
así no debería ser la política, porque de esta forma se intensificará más lo
que se ha conseguido: más grupos radicales y más radicalizados. Se trata de
obtener los votos suficientes para que te necesiten. Lo demás llega solo.
No
debería serlo porque deja de haber una conexión entre lo que se vota
mayoritariamente y lo que se obtiene por la puerta de atrás, la de los pactos
contra natura. Los nacionalistas de distinto orden ven en la falta de números
para llegar al poder de los grandes la oportunidad clara de conseguir lo que la
gran mayoría no quiere. ¿Es esto "democrático"? Sinceramente, no lo creo.
En
estas elecciones se ha votado por miedo, algo que han alentado todos los partidos. La utilidad inversa trataba de evitar
que llegara el fantasma de la ultraderecha, por un lado, del separatismo por
otro. Pero defenestrando el centro mediante la idea de la utilidad, lo que se
ha conseguido es justo lo que se trataba de evitar: que los extremismos sean
los que determinen la política española. Somos una democracia avanzada, pero no actuamos como tales.El Mundo
El deterioro democrático es generalizado; por todo el mundo se nos avisa de retrocesos, de polarizaciones, de derivas autoritarias... Ninguna democracia, por muy consolidad que esté, se encuentra a salvo. Lo vemos en los Estados Unidos de Trump, en el Brasil de Bolsonaro, en el Israel de Netanyahu, en la Hungría de Urban... No hay que dar por firme una democracia si no se sabe defender correctamente. Los ejemplos son cada día más preocupantes.
Los
partidos, casi sin excepción, se han convertido en maquinarias al servicio de
un líder que les abra las puertas del poder. Hay muchas puertas en España: autonomías,
ayuntamientos, Congreso y Senado. Los repartos de puestos son vergonzosos, primando las formaciones y no tanto las capacidades. Las discusiones sobre cargos hacen sonrojarse.
Algunos,
como Podemos dentro de Sumar, ya están poniendo en marcha la maquinaria de
guerra interna, lo que implica complicaciones para contar los votos, que requerirán
promesas detalladas a cada uno de los grupos y subgrupos. Así, cada uno con sus votos pasará por caja a cobrar.
Algo falla en este sistema. Es el modelo y la forma de llevar a cabo los planes; son estas estrategias centradas en el poder y no en la gobernabilidad, en el progreso del país como una totalidad. Esto es cada vez más difícil si solo se ahonda en lo que nos separa porque esa es la forma de construir discursos más radicalizados. Votar por miedo es pervertir el propio voto. Así solo se provoca radicalismo o aburrimiento.
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