Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Dicen que hubo un presidente en Latinoamérica al que sacaron en volandas del palacio presidencial agarrado a los brazos de su sillón. Puede que Boris Johnson monte su particular El Álamo en el 10 de Downing Streets y tengan que ponerle cerco hasta que se rinda o tenga que ser tomado al asalto.
Este
dolor del cargo es un rasgo que comparte con su amigo Donald Trump, con el que
creó un frente común en detrimento de Europa. A Trump le sacaron los votos y
los consejos de la mayoría de sus asesores, familia y amigos, que no sabían
cómo acabar de convencerle para que aceptara que había perdido las elecciones.
Pero Trump se despidió a lo general MacArthur en términos históricos y a lo
Terminator en ficcionales: ¡volveré!
No está
tan claro que el despeinado Boris pueda hacer lo mismo pues ha fallado allí
donde a nadie perdonan. Uno se puede equivocar en muchas decisiones, en muchos
momentos históricos, que lo de Boris es algo más, una burla a la gente de toda
idea, es decir, sin un solo defensor posible. Como le han dicho en la oposición,
"¡no sea ridículo!, ¡no diga que, pasando por encima de botellas de vino y
platos con sándwiches, creía que estaba en una reunión de trabajo!" Y es
que es eso lo que Boris tiene como defensa ante el mundo.
La
verdad es que Boris lo ha intentado todo, de la carantoña a la disculpa masiva,
pero no le ha funcionado nada. Sus propios diputados están ya conspirando
abiertamente para evitar que les arrastre hacia la nada, hacia la zona oscura.
Boris ha pedido perdón a la Reina, al país, a cada ciudadano; si es necesario,
les visitará de casa en casa, tomará té con ellos y les pedirá disculpas. Pero
es mucho tiempo el necesario y poco el disponible. Ya se le ha pasado públicamente
a la oposición alguno de sus diputados, el signo máximo de rechazo en la
política británica, rica en gestos.
Lo que Boris pide es demasiado, las cosas como son. La imágenes de la Reina aislada ante el féretro de su marido, lejos de la familia, respetando las distancias, chocan con las del juerguista Boris y sus dinámicos asesores en 10 de Downing Street convertido en poco más o menos que Las Vegas del país.
A Boris
le hubieran perdonado amantes, cleptomanías, deslices a micro abierto..., pero
no que pidiera a los británicos sacrificios mientras se reía de ellos, que
nadie pudiera reunirse mientras que de la residencia del primer ministro salían
cientos de mensajes convocando a fiestas a las que había que llevar la botella.
¡La edad del pavo se paga! Y Boris, de tanto jugar al adolescente, se le ha ido
la manó con el acné político.
Los políticos
británicos son muy conscientes de sus electores y menos de los mecanismos de
partido, como ocurre en España. Saben que cuando ocurre algo grave, como esto, se
les llenan los buzones de correo y de voz de opiniones y amenazas de sus
votantes avisándoles sobre lo que creen que debe hacer y mucho me temo que
todos opinen como la niñita de ojos grandes y cejas levantadas, "¡el
primer ministro se fue de fiesta durante el confinamiento, durante el
confinamiento!", que lleva camino de convertirse en cancioncita infantil o
eslogan de marcha callejera.
Como a los niños, las mentiras de Boris han quedado al descubierto en cada excusa con la que trataba de salir del problema. De esta forma, no solo se ha complicado la vida con las fiestas e incumplimientos sino también con las mentiras defensivas que levanto y que cayeron pronto.
La opinión es general: ha comenzado la cuenta atrás para Boris.
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