Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La portada
del diario estatal Ahram Online, cabeza de la información oficial, nos ofrece
un gran titular, "Egypt experiencing coldest weather in ten years: Experts".
¿Irónico? Sí, en muchos sentidos, los 25 de enero son cada vez más fríos en un
gélido invierno solo iluminado por la sonrisa del presidente desde todos los
rincones del país, despacho y viviendas de gente que necesita tenerlo colgado
en su paredes, no vayan a sospechar. Egipto es una gigantesca galería
fotográfica dedicada a reproducir la imagen del presidente. En todos los
tamaños, desde calles y avenidas, él está allí.
Pocos
recuerdan que el 25 de enero de 2011 Egipto salió a las calles a decir basta.
Al menos, una parte importante del país, la parte joven, la parte aburrida de
un régimen, el de Hosni Mubarak, al que habían aprendido a temer y a hacer
chistes sobre él por partes iguales. Era el "Día de la Policía",
tremenda jugarreta del destino del calendario: la Revolución contra la
represión del régimen el mismo día en que se celebraba su principal institución
represora. Quizá era lo justo entonces. Ahora solo queda el recuerdo policial.
Es toda una lección de vida a la egipcia.
Repaso
al final del día las portadas digitales de algunas de las ediciones
internacionales más relevantes y allí solo existe hueco para el presidente, para
Mohamed Salah, para algún que otro ministro y algo del inagotable problema de
la presa del sur.
Lo de todos los días, propaganda y más propaganda. El presidente mostrando su sonrisa y su voluntad de que todo lo que se haga en el país sea para bien, aunque no se explica cómo. El presidente, como militar que es, da órdenes precisas, pero sus recambiables subalternos son cambiados cuando la tozuda realidad muestra resistencia. Entonces simplemente se cambia de ministro. El presidente está por encima de todo, auténticamente faraónico. Para los egipcios es una imagen benevolente que les desea lo mejor, que mantiene el orden evitando el caso (acabar como Siria o Libia), por lo que todos deben darle las gracias cada día.
Siempre nos quedarán los titulares, papel que los egipcios usarán para quemar en el frío invierno que ataca la zona, su particular anomalía en un mundo normalizado por la voluntad presidencial. Es el presidente que cuando ellos dijeron que tenían hambre les explicó contundentemente que él había sobrevivido con solo agua en el frigorífico. Eso es sensibilidad social. Alguien me dijo hace muchos años que en Egipto, al final, la culpa la tiene siempre el pueblo. Será la voluntad de Dios, piensan algunos.
Controlando
casi toda la economía del país a través de negocios y chanchullos, las élites
militares no podían permitirse una revolución anti militar. Con la excepción
del efímero Morsi, todos los presidentes egipcios han sido militares y han
visto el poder como una cuestión interna. Eso que llaman el "estado"
es la mayor agencia de colocaciones del país, dividiéndolo en dos, los que
están dentro y los que están fuera. Dentro se sobrevive y, si se juega bien la
baza, se puede uno hacer hasta rico; fuera no queda nada que hacer. Militares y
funcionarios son los grandes activos del poder, un ejército en el que de vez en
cuando hay que hacer purgas para evitar que se les infiltren islamistas o
personas con tendencias diferentes a las que el poder admite.
En estos tres últimos años se ha desmontado toda la prensa, convertida en un coro de musical para mayor gloria de los solistas, el gobierno y, sobre todo, el presidente, que ha dejado pulverizados los records anteriores de culto a la personalidad. No creo que existan muchos puntos a los que los egipcios puedan mirar sin encontrarse con la mirada del presidente.
El nuevo régimen creó su propio mito: el pueblo se levantó justamente el 25 de enero de 2011 y la revolución fue arrebatada por los enemigos de Egipto, que querían destruirlo; pero el pueblo salió a la calle a pedir a los militares que tomaran el poder dando un "golpe de timón". Al-Sisi, ministro de Defensa, le pidió al presidente que hiciera caso al pueblo, pero este no quiso marcharse y sus milicias se levantaron en armas contra el pueblo. Al-Sisi, siguiendo los mandatos del pueblo, reprimió con violencia toda resistencia islamista o de cualquier otro orden. El obediente mariscal prometió que no sería presidente, que no habría más militares en el poder, y que solo se necesitaba un periodo de tranquilidad militar para que regresara el paraíso a Egipto. Pero un día, en sueños, se la apareció el piadoso Sadat y le dijo que era su responsabilidad histórica tomar en sus manos las riendas del país, que era voluntad divina la cuestión. Y Abdel Fattah al-Sisi, obediente a Dios y a sus jerarquías militares celestiales, aceptó cargar sobre sus hombros la responsabilidad de guiar al rebaño por el buen camino. Lo demás es la historia de la humilde aceptación del destino y la voluntad de Dios por parte de otro hombre piadoso.
Es un
simulacro de democracia en la que se encarceló a cualquiera que se intentará
presentar como candidato a la presidencia. Lo intentaron varios militares y se
les acusó a uno de intentar "separa al pueblo del Ejército", que
deben ser "una sola mano", como señala el dicho. A otro, estando en
la reserva, se le militarizó de nuevo y se le consideró en
"desobediencia" por presentarse si permiso. Entre los civiles demócratas
está el caso del "dedo díscolo" del candidato Khaled Alí, por el que
fue detenido y juzgado porque algunos percibían un dedo demasiado expresivo que
había sido registrado por un vídeo que fue aportado por la fiscalía. La
historia se puede recordar en la entrada titulada "Delicias
electorales", del 8 de enero de 2018. Tuvieron que improvisar un candidato
de "oposición" porque los habían encarcelado a todos. Había que
cubrir las apariencias de aquella farsa electoral.
Donald Trump, un amigo, llamó a al-Sisi "su dictador favorito", mostrando lo que mejor entendía de la política, los intereses. En Egipto se manifestaron contra Obama y su secretaria de estado, Hillary Clinton. Las instituciones internacionales de derechos, de prensa, feminismo, etc. sitúan al Egipto de al-Sisi en posiciones muy bajas, situando falta de respeto por casi cualquier derecho. Los activistas suman condenas, se van al extranjero o desaparecen. Muchos dirigentes evitan las fotos con el presidente egipcio. Las relaciones se mantienen, pero poco más. Los negocios son más importantes que los derechos humanos.
Ayer,
25 de enero, te volvían a la mente muchas de estas historias, entre lo trágico
del pueblo y lo bufo del poder, siempre represivo. Hay un fatalismo de la
obediencia, un sentimiento en muchos de que salir es imposible; es una tristeza que
ha ido calando hondo ante la oportunidad perdida de aquella respuesta de los
"jóvenes", porque así fue percibida, como un grito joven contra una
situación vieja y aceptada, contra una lucha polarizada entre dos formas de
autoritarismo, el militar y el islamista. Pero hay una generación desengañada,
exiliada porque no ve la posibilidad de que sus sueños democráticos y de progreso
tomen forma en su tierra.
La historia egipcia de estos años es la de una enorme represión, una historia de desapariciones, de encarcelamientos continuos, de casos como el del estudiante italiano secuestrado, torturado y asesinado porque la inepta Policía pensó que por hacer una tesis sobre los sindicatos egipcios ya era un espía o un terrorista. Su cadáver fue abandonado al borde de una carretera, junto al desierto. Todavía sigue el gobierno egipcio cubriendo el rastro de los asesinos identificados por la Justicia italiana.
No podemos olvidar a Shaimaa El-Sabbagh, la mártir de las flores, cuyo único delito para ser disparada en plena calle fue llevar una corona de flores. El régimen dijo, como siempre, que la habían matado sus propios compañeros, hasta que la evidencia de un vídeo mostrando al asesino uniformado, dejó todo claro. Lo juzgaron y al año le revisaron la condena para que saliera. Es la forma de proceder del régimen para poder sobrevivir, asegurar que los asesinos y torturadores siempre saldrán impunes hagan lo que hagan en la represión. Ambos crímenes sucedieron en la proximidad del 25 de enero. Hoy, si alguien ha salido a la calle, nadie da cuenta de ello. Solo Egytian Streets, con todo cuidado, se ha atrevido a mencionar la Revolución del 25 de enero de 2011, como un recuerdo, como algo que ocurrió en la infancia.
Frente
a los sueños, el sueño eterno; frente a las ilusiones, el fatalismo. Los que se
enfrentaron a las tanquetas, a las violaciones colectivas y a los
"exámenes de virginidad" de los militar, a los camellos y camelleros
que les lanzaron, a las difamaciones acusándolos de trabajar para potencias
extranjeras... a los que sobrevivieron a tanta infamia no es fácil recordar un
tiempo que parece perderse en la noche. Pero aquel tiempo existió, los sueños
fueron reales. Por más que el "Día de la Policía" intente borrar el
Día de la Revolución de los jóvenes, el día en que cristianos y musulmanes
entrelazaban sus manos y vigilaban mientras los otros rezaban, el día en que
los que no rezaban no temía por sus vidas... ese día existió.
Existe una enorme injusticia cuando se juzga hoy la Primavera Árabe como un fracaso que trajo guerras civiles y violencia. Fue precisamente la resistencia de los dictadores y de los islamistas a una sociedad democrática la que generó el caos. No se puede culpar a la gente por querer ser libre. Eso se vio perfectamente en Egipto, cómo se fue llevando a un extremo polarizado, ignorando el deseo de libertad y convivencia de aquel espíritu revolucionario que deseaba justicia, futuro, oportunidades, progreso y paz, tener el destino en sus manos y no en las del dictador de turno.
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