Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Estos
días se están produciendo manifestaciones por las situaciones extremas a las
que se ha llegado en muchos sectores. Las cifras y datos nos dan una realidad
muy alejada de lo que la clase política, enfrascada en sus grescas y puñaladas,
en su obsesión por el descrédito como estrategia facilona y mediocre, pretende mostrarnos.
El
drama de la extrema desigualdad que se ha ido generando y a la que no son
ajenos ninguno de los partidos que han gobernado España, lo que llamamos hace
unos días, la "España con alfileres", a la que la más mínima sacudida
hace tambalearse, es una triste realidad. Un país en el que solo prosperan
algunos, mientras que la gran mayoría va perdiendo lo que tanto costó a las
generaciones anteriores en todos los campos no es el ideal para nadie o, más
sinceramente, solo para los que se benefician. Los datos son los datos y todos
señalan a España como uno de los países más desiguales, solo equiparable con los del este de Europa que no lograron pasar con éxito a la Unión, sino arrastrando sus lacras.
Esta desigualdad es fruto de la cronificación de la precariedad y de la explotación, de un desamparo y de una falta de oportunidades reales. Esto ha producido otros males, nuestra condena a las burbujas inmobiliarias o bancarias, ambas ligadas a través del de nuevo creciente fenómeno de la hipotecas, surgido de la incapacidad de acceso a la vivienda por los míseros sueldos y la inestabilidad de los contratos, que hacen vivir en una constante inseguridad. A su vez este fenómeno afecta a la demografía. España no crece porque cada vez menos tienen casas en las que tener hijos o se reducen al mínimo. Queda entonces la dependencia de la inmigración para la supervivencia, como nos dicen los sociólogos y economistas. Todo esto ocurre en un marco económico débil, marcado por el turismo y afines, lo que nos crea otra dependencia: los demás países deben ir bien para que nosotros recibamos nuestras dosis de turistas para sobrevivir.
El
drama del campo, explotado por las cadenas de negocios que se crean hasta
llegar a la mesa del consumidor, es otro síntoma de esta enfermedad general que
establece la desigualdad.
La desigualdad es además inmisericorde ya que se produce para el beneficio de unos en detrimento de otros. Las quejas de las poblaciones abandonadas por bancos y empresas de servicios, alejadas de los medios de transporte habituales porque no son "rentables". La desigualdad se produce también en ambos extremos de la edad, de los jóvenes que no acceden a los trabajos más que como "prácticas", como nuestros triste becarios, o los interminables contratos basura, a por el otro extremo, los de más edad, que son olvidados por los bancos, pero también por muchos otros sectores que se transforman en entidades automatizadas, echando a la calle a sus trabajadores, cerrando sucursales y presumiendo de una "modernidad" que es convertir en robóticas las empresas. Así crecen los dividendos de las empresas y sus accionistas se hacen más ricos. La indefensión ante las comisiones abusivas da cuenta del poder de los bancos y de poco poder de la política para dirigir y ordenar la realidad. Los gobiernos se muestran inútiles para este tipo de abusos.
En este contexto real —que podría detallarse más— los políticos han encontrado un campo en el que discutir. Quieren hacer creer que son capaces de actuar, pero lo cierto es que su capacidad se ha reducido a la vez que sus conocimientos sobre un laberinto de intereses que no son fáciles de aclarar. Ante esto, se entiende que prefieran discutir sobre cosas que molestan a pocos, muchas veces que apenas importan a nadie pero a las que se les puede sacer un cierto rendimiento mediático. De ahí que hay que amplificar las grescas, controlar la imagen, para evitar los descensos de popularidad.
El
espectáculo continuo del descrédito del otro trata de ocultar la propia
incapacidad de enfrentarse a los problemas acumulados, de la sanidad a la
educación, pasando por la creación real de empleo, de un empleo justo y
regular, y no este paro que duplica el europeo. ¿Por qué ellos pueden y
nosotros no desde hace décadas? Quizá tienen otro sentido de la política, son
capaces de realizar "grandes coaliciones" con poder para hacer
grandes reformas y no nuestros gobiernos dependientes de las fuerzas que están
detrás (o delante), de los medios y de los socios parasitarios.
¡Hay tantos problemas sobre los que sentarse a debatir y menos a pelearse! Gobierno y oposición se ponen medio de acuerdo sobre mandar un navío al otro extremo de Europa, a Ucrania, pero nunca sobre lo que ocurre bajos nuestros pies. El problema es que esto —no estar de acuerdo— se considera normalidad. No lo ve así el ciudadano que, por encima de cualquier otra cosa, quiere tener una mejora en su vida y se niega a considerar que es algún tipo de destino inevitable el que hace que empeore el futuro para las próximas generaciones. Sin embargo lo hemos aceptado con resignación, ¿por qué? ¿Por qué elegir la demagogia?
El caso del acceso de los mayores a los bancos es sintomático. Tiene que salir de un jubilado harto de ser maltratado, despreciado por su propio banco; tiene que reunir cientos de miles de firmas para que el gobierno "pida" a los bancos que traten mejor a sus propios clientes. El desprecio a los que empiezan y a los que terminan sus vidas en constante. A los que quedan, tampoco se les trata mejor. Pero esto plantea un enorme crisis futura en los términos señalados, los económicos, demográficos, sanitarios, educativos, etc. La desigualdad española es nuestra debilidad por lo que muestra de falta de solidaridad de unos e interés de otros.
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