martes, 7 de septiembre de 2021

No olvidemos a las mujeres afganas

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



El gran riesgo de la situación de Afganistán es que, una vez que los talibanes controlen el territorio en su totalidad algo que ya está muy próximo, comience una silenciosa labor de depuración, que comiencen a deshacerse poco a poco de los restos que hayan quedado. Las imágenes de estos borrados de publicidad o carteles en las paredes, sustituidos por citas coránicas y frases de propaganda, son bastante significativas respecto a lo que está empezando a ocurrir y seguirá ocurriendo.

Lo sorprendente es lo rápido que en algunos países occidentales está empezando a pasarse a una situación de pasividad. De esto nos habla en RTVE a través de la antigua presidenta de la Comisión Independiente para los Derechos Humanos, la que como mujer, como activista y como afgana —según señala— teme que el mundo se olvide de la situación de las mujeres en su país.

Estos temores no son infundados, responden a varias preocupaciones y, sobre todo, a experiencias pasadas en las que las mujeres se han visto olvidadas o pasadas a segundo término. Los lectores de este blog pueden hacer el ejercicio de comprobar —a través de la etiqueta "mujeres afganas"— el tiempo que llevan temiéndose lo peor, ser olvidadas o, peor, ser utilizadas ellas y sus derechos como moneda de cambio.



Los talibanes muestran que han aprendido, no que han cambiado. La diferencia es esencial pues están mostrando la cara que los países que se han ido quieren ver para dejar de presionar primero y, después, suministrar los fondos que ellos administrarán para acabar de controlar al pueblo afgano, especialmente, a sus mujeres.

Las etiquetas como "pueblo afgano", "gobierno afgano", etc. son engañosas. El pueblo es el que obedece la Sharia y el gobierno es quien la hace cumplir. No hay mucho más. El que no la obedece es un traidor; el que no la hace cumplir es un traidor. Si alguien alberga alguna esperanza que los talibanes se "modernicen" de alguna manera, está equivocado. Lo que hemos escrito para otros espacios a raíz de la llamada "Primavera árabe" es válido aquí: no se trata de los gobiernos, tal como lo entendemos fuera de este espacio cultural.

El "buen gobernante" tiene dos características: a) respeta la ley islámica, y 2) provee a su pueblo, mantiene esa instrucción de cuidar de él. Pero poco tienen que ver con la idea de "progreso", idea occidental, frente a la idea de un presente sostenible, centrado en los dos elementos señalados.



Hace unos días, una cadena de TV entrevistaba en la frontera con Pakistán a una persona de la población. Anteriormente unos se manifestaban partidarios de que se abriera la frontera, otro, por el contrario, eran partidarios de que siguiera cerrada. Pero un tercero contesto: "Si el gobierno decide abrir la frontera estará bien; pero si decide que no se abra, también estará bien. El gobierno piensa en lo mejor y lo que haga estará bien". Podrían dedicarse tratados enteros a lo que hay detrás de esa declaración.

Si se comete el error de dejar en manos de los talibanes las ayudas, estos las utilizarán como ejemplo de virtud islámica, de preocupación por su pueblo, con lo que el pueblo se irá expandiendo en función de sus necesidades resueltas. Esa "normalización" implica poner a las mujeres en su sitio, devolverlas a los lugares donde deben estar.

El proceso se produce allí donde los islamistas llegan al poder y no dejan articular resistencia. Las mujeres tunecinas lo sabían e hicieron frente a la llegada al poder de los islamistas plantando cara. Lo hemos visto en otros países con las misma tendencias retrógradas.



La mujer es el gran ejemplo, en positivo y en negativo. Son el ejemplo vivo de las aspiraciones de libertad y, por ello, son aquello que hay que evitar que se organice, se visibilice y avance. Por eso el temor a ser olvidadas desde el exterior es real y fundamentado. Es el mayor miedo porque en la medida en que Afganistán se vaya apagando en los noticiarios, en los artículos y editoriales de prensa, comenzarán a desaparecer en el silencio, a ser reducidas y reconducidas hacia el fondo de la casa, a la oscuridad y a la ignorancia mediante la denegación de la educación.

Hay algo que hay que entender: los talibanes no cambian; no pueden. El cambio es traición y herejía. La rápida acomodación de los afganos al paso de los talibanes armados no es más que una variante clara de las palabras del paquistaní: quien manda, manda y lo que mande está bien.



Mucho me temo que muchos de los afganos que han vuelto a la piedad lo hacen después de haber servido antes a quien les alimentaba. Es lo que hemos llamado "supervivencia", una especie de síndrome de Estocolmo en donde uno acaba acatando a cualquier amo porque en él están ambos el castigo y el pan. Lo importante es que las reglas estén claras, que sepas qué debes hacer para sobrevivir. Eso implica, igualmente, que algunos de los que han salido fuera no ha sido por una ideología sino por haber colaborado con los que mandaban antes. Lo que te pase, está escrito. Solo los que han salido de ese espacio mental pueden ser conscientes de su propia libertad. Esos no son muchos realmente; una determinada educación, una salida al exterior, etc. pueden —no siempre— hacerles cambiar y se conscientes de su libertad o capacidad de serlo si se alejan de estas situaciones en que el dogma es la base.

En todos los países islámicos, las mujeres son la pieza central. La mayoría de las  imágenes de manifestaciones que nos están llegando de Afganistán están protagonizadas por mujeres. Saben los que le va en ello, que su supervivencia es precisamente la de evitar caer en el olvido, que necesitan salir cada día y que cada día, igualmente, necesitarán una mártir, alguna mujer que sea eliminada por los talibanes.


La noticia de la muerte de una mujer policía, embarazada de ocho meses —según apuntaban los medios— ha sido un leve flash. La disolución a tiro limpio de las manifestaciones femeninas ha encontrado un poco más de hueco, pero pronto es desplazado. El máximo protagonismo dramático lo ha suministrado el cerco al aeropuerto de Kabul, que nos ofrecía momentos que los medios no han desaprovechado. Pero ¿qué queda? Evidentemente, la propaganda, como la de esa escuela separados hombres y mujeres por una manta divisoria, que ven como una señal de "modernidad" y moderación.

Los talibanes no son gobernantes, son vigilantes. La función de 99% de ellos es solo vigilar, vigilar que se cumpla una ley que no es necesario escribir porque lleva siglos escrita, la de Dios. Todo lo demás se analiza desde la perspectiva de la ortodoxia. La incapacidad de pensar en términos de "gobernantes" es esencialmente porque su propia imaginación o su sentido de las causas son limitados. La imaginación, lo novedoso son malos per se.¿Conoce alguien su "programa" más allá del cumplimiento de la Sharia? Su base es precisamente matar las iniciativas, matar el arte, volver el mundo monocolor. ¿Qué hicieron cuando estaban en el poder o, si se prefiere, "vigilando"?



Pronto los hombres que "dejen ir" a sus esposas e hijas a diversos lugares para trabajar o estudiar o simplemente pasear, empezarán a sentir que eso repercute en su estatus social, que se les cierran puertas, y algún familiar caritativo se le acercará a decirle que estás manchando el nombre de la familia y que eso no se hace. Poco a poco, todo volverá a su cauce y serán de nuevo las ayudas externas las que sirvan para cubrir la inoperancia, la corrupción, el fatalismo mental. Pedirán cuando no tengan y darán gracias a Dios cuando reciban.

Es necesario crear redes de información para que las mujeres afganas no se sientan olvidadas, lo que no solo les afectará a ellas, sino al conjunto del país. Ya se habla de "negociar", no de "reconocer" (es demasiado pronto) a los talibanes en muchas cancillerías europeas. Ellos por su parte desean el reconocimiento oficial pleno. Es lo que les permitirá jugar en las negociaciones y recibir, poder intercambiar lo que algunos desean (personas, minerales...) por lo que son incapaces de producir, riqueza.



No olvidemos a las mujeres afganas. Ellas, como en otros lugares, son las que pueden redimir a unos pueblos patriarcales, anclados en la complacencia de poder pisarlas, encerrarlas, matarlas, si así lo desean o les niegan obediencia. Es el único poder que les queda en la miseria.

Temen, nos dicen, que Europa se olvide, ahora que se ha sacado de allí a lo s suyos. Ahora ya son algo distante, lejano. Escribamos sobre ellas libros, artículos, reportajes, entrevistas... todo lo que sirva para mantener su esfuerzo y sacrificio en el punto de mira del recuerdo. No las olvidemos, borradas por las noticias del día. Aquí llevamos mucho tiempo escribiendo sobre ellas y lo seguiremos haciendo.

Escuché la noticia de la muerte de la mujer policía en una cadena televisiva, dicha como una frase rápida, antes de llegar a publicidad, sin sentido, sin dolor, sin explicación alguna. Es algo que pasa donde pasan estas cosas.



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