sábado, 11 de septiembre de 2021

Un 11 de septiembre distinto

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Si hace 20 años cambió el rumbo del mundo con el atentado a las Torres Gemelas, hoy el rumbo ha cambiado de nuevo con la pandemia que asola el planeta. Los atentados tienen fecha, lo que permite el recordatorio, con las manifestaciones de dolor y los actos en memoria de los muertos de entonces. El COVID-19, por el contrario, tiene una irrupción incierta por su propia naturaleza, pese a los intentos de algunos —infructuosos pasado el tiempo— de ponerle fecha y lugar de surgimiento. No por ello, la pandemia es menos importante, tanto por los millones de muertos repartidos por todo el mundo como por lo que ha sacudido todas sus instancias repercutiendo en la vida de todos los seres humanos del planeta. ya sea por la salud, por la economía, por el transporte o cualquier otra dimensión.

Si el 11-S es un acontecimiento localizado en el tiempo y en el espacio, perfectamente localizados sus orígenes e intenciones, la pandemia muestra los rasgos contrarios. Es un fenómeno de la naturaleza favorecido por el propio movimiento humano que lo ha esparcido por todo el planeta. El 11-S tiene la planificación meticulosa mientras que el coronavirus se dispersa conforme a lo imprevisto de nuestras interacciones en las que se difunde.




Al comienzo de la pandemia comentamos aquí un intento de convertir en terrorismo el contagio: un radical egipcio, asentado en los Estados Unidos, consideraba el coronavirus como un arma de los pobres y recomendaba a todo el que quisiera escucharle a través de internet que si se estaba contagiado corrieran a abrazar y besar a policías, jueces, políticos, etc. para acabar con ellos. Otros fundamentalistas islámicos lo interpretaron como una bendición para que las mujeres llevaran mascarillas y ocultaran sus rostros. Hay antivacunas dogmático-religiosos que lo ven como una prueba de su fe y con ellas les basta; mueren igual que los demás que están si vacunar.



La fecha unificada del 11-S une a los familiares y amigos, a la gente en un dolor que pide celebración para exorcizar los recuerdos. Antena3 y ABC, entre otros, nos proponen el ejercicio de saber si recordamos dónde nos encontrábamos en el momento de los atentados. Yo sí, en un aeropuerto canario, a punto de embarcar. Recuerdo las palabras de alguien frente al monitor de la sala de espera: "Uno es un accidente; dos, un atentado". Lo dijo casi temiendo compartir sus pensamientos con los demás pasajeros. Llegamos a casa y encendimos los televisores.



El 11-S y la pandemia forman un paréntesis, de colores distintos, pero que nos envuelven en su centro. No hay compartimentos en la vida, por más que los libros tengan capítulos, que el lenguaje etiquete las cosas como distintas. Nuestra mirada interpreta y saca consecuencias, clasifica, etc., pero lo cierto es que en la olla del día a día se cuecen todo tipo de ingredientes.

Lo que hoy vivimos es una consecuencia del 11-S, algo que ha determinado nuestras relaciones estos años, tanto internas como exteriores. Se ha vivido, como querían los terroristas, bajo presión; ha causado discusiones internacionales con multitud de agentes implicados. Era la estrategia del caos.

El 11-S dividió el mundo en dos, los que lo veían como terrorismo y los que lo aplaudieron oficial o extraoficialmente. Supuso el ver un enemigo no solo en Estados Unidos, sin en un "difuso Occidente" que pasó a ser objetivo de nuevos grupos terroristas o de lobos solitarios al hilo de la admiración por Al-Qaeda y que surgieron por todo el mundo árabe-musulmán sembrando de muerte sus propios países en muchas ocasiones.

ABC comenta que los talibanes han elegido el día de hoy, 11 de septiembre, para conmemorar su "victoria" sobre Estados Unidos. Las efemérides las carga el diablo y juegan con fuego en esa "victoria" que solo ha consistido en estar ahí y esperar a que se fueran los otros. Celebrar el terrorismo te convierte en terrorista. Es cuestión de tiempo.



La pandemia, por el contrario, nos ha dividido de múltiples maneras; como ricos y pobres, con acceso o sin acceso a la vacunación, vacunados y sin vacunar, pro vacunas y anti vacunas, grupos de poco riesgo y grupos de bajo riesgo, enfermos graves y personas asintomáticas. Hasta las variantes que van surgiendo nos dividen entre afectados por unas y otras.

Sin embargo, esta circunstancia atomizada, dinámica, extensa, cambiante... no debe hacernos perder el carácter unificador como seres humanos capaces de contagiarnos y morir. Las cifras de la pandemia se han convertido en millonarias pero, como se preguntaban el otro día en los medios, ¿nos estamos insensibilizando ante las muertes diarias? ¿Nos contentamos ya solo con no morir? ¿Solo nos afectan ya las muertes que nos llegan directamente, las de las personas que conocemos, las de familiares y amigos, las de personas célebres?

Hoy conmemoramos los atentados de Nueva York, los que hicieron que todos nos convirtiéramos en habitantes de la Gran Manzana. Fue esa solidaridad la que hizo transcender el acontecimiento más allá del terrorismo y cumplir una función de resistencia.

La pandemia, con sus idas y venidas en función de nuestra vida diaria, es un tipo de situación (no acontecimiento) que se nos escapa porque no acabamos de asimilarla más que como excepcionalidad, como algo que nos puede suceder y que en algún momento desaparecerá. Los tiempos de la pandemia son tiempos de espera, como el que sabe que tras la tempestad llegará la calma. Sin embargo, no está claro que esto vaya a ser así y que no se haya producido un salto a una dimensión nueva en todo el planeta.



Si el 11-S, más allá del hecho, del momento, nos ha hecho vivir con la amenaza del terrorismo y con la necesidad de prevención por todo el mundo, la pandemia debería despertar un tipo de conciencia de este tipo. Sin embargo, hasta el momento, no ha sido así. Se sigue pensando en ella como en el chaparrón que pasa después de descargar el agua.

Hoy es 11-S extraño, una rara confluencia de estados. Por un lado el atentado en sí, por otro la salida de Afganistán y la fuerte represión talibán que se está padeciendo allí. Todos sabemos que esto, además de desastre local, tendrá una consecuencia de radicalización en otros lugares. Hay que cambiar la visión actual de la Historia fundada en "qué le puede pasar a Estados Unidos" y desarrollar nuevas perspectivas de las relaciones internacionales asumiendo responsabilidades frente a situaciones que habrá que enfrentar porque son próximas y nos afectarán.

Todo ello se da en un clima en el que la colaboración es más necesaria que nunca para vencer a la pandemia y reparar los estragos que está causando por todo el mundo en todos los niveles. Las cifras de desplazados suben por todo el planeta. No es solo Afganistán; es Centro América, son los millones que huyen de Venezuela, de un África caótica, de muchos otros escenarios en los que la intransigencia, el dogmatismo, la ignorancia, la pobreza escalan puestos destruyendo vidas y cambiando destinos.

No hay cooperación y sí muchos intereses particulares, mucha transigencia interesada con los dictadores. Los gobiernos se enzarzan en discusiones estúpidas incapaces de solucionar los problemas reales ante la indignación de los ciudadanos.

Hay muchas cosas sobre las que pensar hoy, un sábado, 11 de septiembre, veinte años después. No basta con mirar hacia atrás; hay que hacerlo alrededor. El 11-S no es pasado, en el sentido de distante; está presente no solo como recuerdo, sino como parte del presente que llevamos en nuestra mochila histórica y personal. Pesa como recuerdo, como condicionante, como efecto. Dicen que fue cuando realmente comenzó el siglo, que el mundo cambio, etc. Es nuestra forma de expresar la relevancia del acontecimiento sobre el estado actual en donde confluyen muchas otras cosas. Quizá, más allá de los 20 años, este aniversario debe estar cargado de muchas reflexiones, además de recordar el hecho. 

Pasados 20 años, este extraño mundo en el que vivimos hoy me hace verlo como distinto, más intenso y sombrío. Hay una sombra de pesimismo que nos afecta a todos los que tienen conciencia del tiempo y de lo poco que se ha ganado.





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