sábado, 25 de septiembre de 2021

Lo que queda de la cultura

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Se referían a la música, pero podría haber sido a cualquier otro sector de la cultura. Se jubilaban tristes, desesperados por la falta de respuesta. Han aprendido mucho a lo largo de su vida, tienen un enorme depósito de conocimientos, pero nadie quiere escucharlos. Al menos no los suficientes como para que sea rentable. Se ha perdido además el sentido numantino de oponerse al mercado, de poder ir por libre para mantener la bandera de la cultura en alto.

La cultura como legado ha sido transformada en la cultura como mercado. El concepto de lo antiguo se ha convertido en lo anticuado, pero no ligado a un sentido crítico, sino fundado en la nueva ignorancia que producimos, la de la desconexión. Sencillamente, estamos desconectados de todo aquello que no se vincula con un presente, que es apenas una línea, no una franja. Si antes era el pasado lo que se distanciaba de nosotros, ahora ese mismo concepto se traslada al presente que se devora a sí mismo sin piedad mediante mecanismos de transformación continua.  

Sí, un mundo efímero en los que los regresos están planificados mediante mecanismos de "revival" destinados a los grupos que se sienten más aislados del resto, un fenómeno que se produce indefectiblemente por el deslizamiento en la edad. Pronto mi mecanismo de cambio continuo se estanca y comienzo a vivir en mi burbuja generacional, distinta a las de los otros. Es el efecto real de la conversión de los micro públicos, la desaparición de los fenómenos unificados de masas y la capacidad tecnológica de dirigirnos a esos nichos casi unipersonales.

Eran locutores los que se quejaban de que la radio no se escucha, que todo se ha personalizado. Entiendo lo que quieren decir. Hoy hablar de libros, de música, de cine, de pintura al margen de la tendencia efímera y caprichosa, es como lanzar una botella al océano. La atomización es el enemigo de la creación de un clima cultural porque un cultura es compartir y hemos llegado a un uso degradado de lo que esto significa. Y esto claramente es un efecto de la tecnología, pero también de una visión superficial y mercantilista de la cultura que la aprovecha para sus propios fines.



Las líneas de formación y de consumo no logran encontrarse y corren paralelas en una especie de carrera en la que el consumo lleva una enorme velocidad respecto a la formación. Hoy tenemos todo al alcance de nuestra mano, pero lejos de nuestras mentes, que se guían por las llamadas de atención, en un gran sinfonía cacofónica de atracción. Los mismos medios de comunicación se han visto dirigidos al espectáculo como forma atractiva ante el desinterés por los grandes temas en una clara falta de jerarquía que afecta a todos los ámbitos.

Hoy asistimos a una enorme paradoja: es en los países más ricos donde crece una forma de ignorancia liberada a su poder. Es en los Estados Unidos o en Alemania, por ejemplo, donde más crecen los negacionismos, las teorías conspiratorias o la negación de haber llegado a la Luna. Mientras en países en desarrollo la formación tiene un sentido personal y social, en los países desarrollados el conocimiento se ha fraccionado en especialidades (un viejo problema), lo que nos convierte en ignorantes relativos. La pandemia nos ha enseñado mucho en este terreno.

En los países industrializados la cultura es ignorada en beneficio de un mercado al que le da igual lo que se promociona, que busca en las nuevas herramientas del neuromárketing y demás la manera de asegurar la difusión de su producción, piezas hechas a la medida de las audiencias.

Desesperante es ver cómo entre los comunicadores, los auténticos intermediarios, el éxito se mide por su capacidad de vender. Ese es el papel de los "influencers" y de muchos informadores que han empezado a imitar su forma de trabajo. 



El valor hoy no está en lo que dices, sino en cuántos te creen, es decir, aquellos que te siguen. No se transmite conocimiento, sino emociones, el gran "descubrimiento" que ha llegado a todos los campos en la medida en que todos han de  pasar por el refrendo de los seguidores. De la política al arte, se trata de seducir, de evitar la reflexión en la medida de lo posible.

No se trata, pues, de tener algo que decir, sino en saber qué quieren escuchar, para lo que se habilitan todo tipo de técnicas a la sombra de la información recogida constantemente de nuestras acciones que va a parar a los fondos del Big Data, de los protocolos que los analizan y emiten finalmente un diagnóstico sobre lo necesario para atraer. Lo extravagante, lo chocante... sustituyen a la verdadera originalidad, a la inteligencia creativa. Es mucho más fácil atraer con esto que formar a las personas. Tras el entretenimiento, solo queda el cansancio. Hay reponerse para seguir.

La cultura desaparece. Es un hecho. Queda lo que llama la atención, no lo que me forma ni me hace crecer. El sistema favorece el engreimiento, la creencia en que lo sabes todo, cuando en realidad es lo contrario, crees que lo poquito que sabes es todo lo que hay que saber. La cultura, por el contrario, te da el sentido de cuánto camino queda por recorrer, cuánto hay que aprender para crecer un poco, todo lo que falta en el camino de la vida. Hoy Fausto ya no se queja de que su vida ha pasado y apenas ha logrado una pequeña muestra de conocimiento. Hoy los tenemos que presumen de saberlo todo desde el principio de su camino solo porque se puede consultar un teléfono, el nuevo mejor amigo del hombre.

Fallo estrepitoso de la educación, que ha perdido sus verdaderos ideales entre los que enseñan y los que aprenden, reducido todo a cuatro recetas mal dadas.

A veces se puede sacar a alguien de la complacencia de la ignorancia, abrir un mundo de posibilidades, de descubrimientos gozosos de lo que estaba oculto por el ruido ambiental, por las voces de los mercaderes que quieren llamar nuestra atención a lo que desaparece después de ser usado.

Me produjo profunda tristeza leer a esas personas, amantes de la música, confesar su fracaso, su incapacidad para encontrar personas interesadas en algo más de lo que se le ofrece desde la complicidad de las ventas diarias. Una vez agotado si ciclo de ventas, todo queda en el agujero del sumidero que todo lo traga, el olvido radical.

Apostar por la cultura hoy es hacerlo por una soledad, gratificante en lo personal, pero frustrante en los social. Escribir, leer, hacer cosas más allá de una presencia efímera y viral. Es querer compartir lo que nos gusta, lo que creemos valioso más allá de empaquetarnos a nosotros mismos produciendo las más de la veces un paquete vistoso pero vacío.

¡Es terrible ver cómo desaparece lo mejor entre la trivialidad lucrativa! Si sobrevivimos lo suficiente, verán en nuestra época una producción febril pero con la incapacidad de retener en la memoria lo más valioso desplazado siempre por lo siguiente. Nos consumimos a nosotros mismos. Educados en la velocidad, apenas nos educamos en la sensibilidad, en la capacidad del disfrute de la belleza. Nos movemos incansablemente para no tener que pararnos a pensar.




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