Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo
último ha sido sobre los jóvenes afectados por los suicidios. Pero habría que
sumar muchas más piezas al mosaico para poder ver el conjunto. Nos contentamos
con pensar que es un efecto más de la pandemia, que afecta a nuestras visiones
del mundo y se vuelven así más negativas. Pero esto viene de largo.
Los
datos que nos han ido dando en estas semanas dice: que tenemos elevadísimos
porcentajes de repetidores entre los jóvenes; que somos el segundo país con
mayor número de los llamados con sarcasmo "ninis" (ni estudian ni
trabajan); que tenemos también una de las tasas de abandono escolar más
altas... Podríamos seguir añadiendo indicadores y todos serían del mismo tenor.
Las imágenes que nos han servido este fin de semana muestra macrobotellones (25.000 personas en mi universidad) y unos miles en una universidad barcelonesa. Innumerables repartidos por el país. Nos preocupa, como dicen los medios, que no usen mascarillas ni mantengan la distancia de seguridad. Pero nadie se preocupa por lo que representa esto, por cuál es su significación social, qué tipo de respuesta implica y, sobre todo, que forma de ver la vida supone.
Desde
hace mucho tenemos un serio problema y una seria distorsión aceptada de nuestro
futuro. Hace mucho que nuestra industria principal es el ocio más que otros
tipos de producción que quedan relegados del foco de atención. Aquí de lo único
que se debate es del "ocio" en todas sus variantes, no del trabajo
sino de lo que hay que hacer cuando no se trabaja. Realmente hay que tener muy poco que hacer para mantener este
ritmo de ocio que nos caracteriza.
Comentamos
aquí aquel suspiro inaugural de la señora madurita al poder sentarse en una
terraza y tomarse su cafelito. Los españoles salían de las sombras de la
pandemia a la oscuridad de la noche de juerga, un fin patriótico para mantener
en orden la economía del ocio que es la principal del país. Más allá del
turismo, que tiene que venir, está el residente laborioso que se curra su ocio
para mantener la actividad, tanto la propia como la ajena.
Las
consecuencias de esto son variadas. Quizá las principales sean la precariedad y
el subempleo, los bajísimos sueldos. Estas traen otras en cadena, la
permanencia en la casa familiar, el retraso de los matrimonios y de los
nacimientos, el envejecimiento de la población, solo paliado por la llegada de
inmigrantes que nos permiten cubrir lo que no cubrimos.
Me sorprende cómo los medios dedican tanto tiempo a todo eso que llaman "ocio", ya sea como conflicto o como negocio. Hay mucho menos tiempo dedicado a algo más ejemplar que los cotidianos informes sobre botellones de los lunes por toda la geografía española. Comenzaron hace más de una década, precisamente como respuesta a una crisis económica y al deseo del ocio nocturno o diurno de entonces de mantener a distancia a unos consumidores jóvenes sin recursos. Lo del ocio está muy bien si gastas, sin no es parasitismo. El botellón es el listón más bajo. Te coges la botella de casa, los hielos y ¡a vivir! Si vas con prisa, y no te ha dado tiempo a pasarte por el supermercado (los veo haciendo la compra de botellas en mi centro comercial los viernes y sábados), te puedes hacer con algo en los vendedores que deambulan por el gentío ofreciendo botellas. Son los nuevos emprendedores, la cutrez del emprendimiento, el inicio de una gran carrera. Otros ofrecen otras cosas. Es un buen mercado y siempre hay demanda.
A todo
esto se ha incorporado un nuevo aliciente: la violencia. El hecho de que la
Policía tenga que intervenir ante las quejas de los vecinos, que se concentren
cada vez más personas y que esas personas se diviertan lanzando botellas,
golpeando los coches patrullas, etc. es un fin de fiesta divertido que poder
compartir con los amigos el lunes cuando te pregunten.
La
necesidad de los toques de queda no ha sido comprendida o, peor, ha sido
ignorada y llevada al ámbito de la diversión y en muchos al descaro. ¡Soy joven
y no me voy a morir!, decía uno ayer al ser entrevistado. Son los nuevos
héroes: salen, beben y pelean. ¡Qué más se puede pedir! El aumento de la
violencia en las calles es otro indicador. Cada vez salen más rápido las
navajas, que forman ya parte del equipo de salir.
Esto es
divertido y hasta atrae Erasmus del extranjero. ¿Dónde se lo van a pasar mejor
que aquí? Pero si nos preguntamos por el futuro de este país, envejecido y con
este modelo, real y mediático, no hay para muchas alegrías.
Las
universidades, los parques, las calles, las plazas... son escenarios para beber y desbeber,
para gritar y perder el sentido de la realidad, de una realidad que no gusta, que
no ofrece alternativas, en la que nos desentendemos de los demás, donde lo
aceptamos todos. Solo ofrecemos alternativas de ocio al ocio, ofertas de competencia para reconducir el "gasto". No hay alternativa al margen de esto y de todo lo que implica socialmente.
Mañana llegaré temprano a la universidad; debo dar clases como si nada de esto hubiera ocurrido. Tienes que ignorar lo sucedido, fingir que no ha pasado nada y que la estatua ecuestre que simboliza el traspaso de conocimiento a la siguiente generación está allí por algo. No sé lo que me espera, pero la depresión ante el espectáculo es grande, una enorme tristeza, frustración, una dolorosa pregunta sobre el sentido de lo que haces y sobre cómo la propia sociedad fagocita a sus integrantes en este proceso de la macro trivialidad rentable, en esta caricatura trágica del "ocio".
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