Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Dentro del panorama negacionista norteamericano, el caso de Texas es fuente de conflictos constantes. Hay un negacionismo de base, por decirlo así, donde el activismo negacionista se hace en la calle, pero hay otro desde las alturas, que es cuando son las propias autoridades las que llevan políticas negacionistas que afectan a las normas y a la convivencia.
Ejemplo de negacionismo de base lo tenemos en las noticias de ayer mismo, donde se nos informa de la muerte de un conocido locutor conservador de Nashville, en el estado de Tennessee. La muerte por COVID-19 de Phil Valentine, que como dice el artículo se dedicó a "menospreciar" la peligrosidad del coronavirus y la eficacia de las vacunas. Señala la CNN:
But his message changed in late July when his
family announced that Valentine had been hospitalized in "very serious
condition" and was suffering from "Covid Pneumonia and the attendant
side effects."
"Phil would like for his listeners to know
that while he has never been an 'anti-vaxer' he regrets not being more
vehemently 'Pro-Vaccine', and looks forward to being able to more vigorously
advocate that position as soon as he is back on the air, which we all hope will
be soon," his brother Mark Valentine wrote on July 22.
Mark Valentine told CNN's Alisyn Camerota in a
July 26 interview his brother was doing better but was "still very deep in
the woods" and breathing with assistance.
"He recognizes now that him not getting the
vaccination has probably caused a bunch of other people not to get
vaccinated," he said in the interview. "And that he regrets."
"This is a real threat, it is a real
public health crisis and it is something that if he had to do over again ...
his cavalier attitude wouldn't have been what it was and he would have gotten
vaccinated and encouraged everybody to get vaccinated," he added.*
Demasiado tarde. La muerte de Valentine no le da muchas opciones para la rectificación, por eso las familias —lo hemos visto en varios casos, incluido alguno en España— se vuelve activa ante el fallecimiento. No sé si la última voluntad es que se cuente su caso o los cambios de mentalidad al ver la muerte tan cerca o el sufrimiento producido, pero el hecho es que es cada vez más frecuente la aparición en los medios de "arrepentidos" o de sus familias mostrando este error cometido al minimizar el problema real de la salud o las medidas para la protección. Ya hemos hablado en algunas ocasiones sobre las diferencias dentro del negacionismo —del virus y de las vacunas o medidas de protección—, por lo que no vamos a explicar más, pero el cambio cuando se produce primero la infección (o reinfección) y después la gravedad de los síntomas hacen cambiar a más de uno su actitud. Esto suele suceder con el negacionismo de base, el de personas que viven su propia experiencia. Es difícil negar la gravedad de lo que puede ocurrir si estás ingresado en una UCI.
Puede que la actitud de muchas familias haciéndolo público sea un intento de alcanzar no solo el perdón de aquellos que se vieron influidos por sus actitudes (en el caso de Phil Valentine, desde sus programas de radio) sino el deseo de una muerte en la racionalidad, es decir, irse de este mundo sin parecer un estúpido completo. No sé si sirve de algo, pero me imagino que forma parte del acto de contrición final que las familias hacen público.
En España, los medios recogen cada día testimonios de personas que han estado en las UCI, que siguen teniendo síntomas graves que les dificultan la vida diaria o de las familias que les han sobrevivido. Hace unos días comentábamos aquí las declaraciones de un familiar sobre el negacionismo de su hermano muerto y de cómo este había intentado convencer a la familia de que no se vacunaran, algo que afortunadamente sí hicieron. Él ya no está con ellos y ellos tratan de dar sentido a su muerte absurda aportando algo de sentido común al transmitir el mensaje.
Desgraciadamente, por cada persona que cuenta su caso, vemos unos cientos de tarados haciendo negacionismo práctico. Hace unos minutos, como lunes que es, nos daban en los primeros informativos de la mañana las declaraciones de jóvenes que han dedicado el fin de semana a la fiesta continua, que sería una forma de negacionismo práctico. Si el espectáculo es deprimente en su conjunto, lo es más todavía cuando se les acerca un micrófono para que se expresen. Lo que escuchas ya es una provocación insolente y ridícula, de auténticos descerebrados. Las "razones" que dan son sorprendentes por su frivolidad e inconsciencia. Hacen ver que algo falla en el sistema si es capaz de producir este tipo de respuesta a algo de tamaña gravedad.
Pero el más preocupante es el negacionismo de las autoridades. La CNN nos trae un artículo, firmado por un docente de una universidad tejana, Stephen I. Vladeck, con el titular directo "I live in Texas and I am really angry". La noticia allí, al igual que lo es la muerte del locutor radiofónico que minimizaba el covid y las vacunas, es la infección del gobernador del estado, Greg Abbott, una autoridad que mantiene un negacionismo militante desde el poder, lo que se traduce en la incapacidad de forzar a medidas de prevención en muchos lugares. Escribe Vladeck:
I live in Austin, Texas, where the school
district is just one of several across the state defying Governor Greg Abbott's
executive order prohibiting government entities from requiring face masks.
I also teach at the University of Texas, where
in-person classes start next Wednesday. Thanks to Abbott, the school is not
allowed to require students to be vaccinated or to wear masks. We're not even
allowed to ask our students if they are vaccinated. Meanwhile, the 11-county
area around and including the city of Austin had a grand total of four ICU beds
left as of Thursday.
When I read that Abbott tested positive for
Covid-19 on Tuesday, I didn't see it as karma, like so many others did. I felt
no schadenfreude. I didn't even find
it galling that Abbott, who is asymptomatic and fully vaccinated, would receive
monoclonal antibody treatment. I don't begrudge those who are sick for pursuing
all measures legally available to get better -- even though I wish everyone
else had the same access to advanced care and treatments as our elected
leaders.
But I was angry. Angry because Abbott's
positive test underscores a lesson so many still haven't managed to learn over
the past 18 months: the SARS-CoV-2 virus that causes Covid-19 doesn't
discriminate. And while those who are vaccinated are better protected against
serious illness, hospitalization or death, they can still transmit the virus to
others -- including those who are unvaccinated.
I'm angry that so many adults still seem
oblivious to the benefits of the vaccines -- and the need for continued
protections like masks, especially since we're seeing more positive cases among
fully vaccinated individuals like Abbott.
I'm feeling anger, too, because I'm a parent of
two children who are too young to be vaccinated. Texas hasn't just barred
public schools from requiring students, staff and teachers to wear masks -- the
state also does not mandate that teachers or other staff members be vaccinated.
And when there are positive cases (as there already have been in Austin since
the school year officially started Tuesday) schools are not required to
contact-trace positive cases to identify the scope of potential clusters, and
students are not required to quarantine even when they know they were exposed.**
Es lógico su enfado ante esta situación. Desgraciadamente, lo que Greg Abbott ha hecho en Texas, tiene ciertas conexiones con algunas de las cosas que se están haciendo aquí. Evidentemente, no somos antivacunas, pero se está actuando sobre las medidas de prevención a través del poder de los jueces, que están permitiendo algunas situaciones como las que se señalan en Texas.
La no exigencia de vacunas a las personas en determinados ambientes o actividades compartidos es una de ellas. Si yo no puedo saber, como veíamos hace un par de días, si las personas con las que estoy están vacunadas o no y tampoco se lo puedo preguntar porque violo su derecho a la intimidad, la situación no es muy diferente a la tejana. Ya sea porque los políticos lo hacen mal o porque los jueces tengan un peculiar sentido del concepto de "intimidad", el hecho es que forman parte de la configuración del sistema en que nos encontramos.
Fue el gobierno central quien hizo que las mascarillas no fueran obligatorias en exteriores allí donde se dieran las circunstancias de distancia, etc. El resultado lo vemos cada día, especialmente los lunes, donde al final esta "interpretación" sobre las condiciones se traducen en cada vez más violencia, como ha ocurrido este fin de semana. La suma de intereses políticos y económicos, aderezados con unas gotas de intenso poder judicial, convierten la situación en "estresante", que es como Vladeck califica la situación tejana. El comienzo de su curso se lo provoca, como lo provoca el hecho de tener que mandar a sus dos hijos a una escuela en la que los maestros no tienen ninguna obligación de vacunarse o llevar mascarilla.
Stephen Vladeck es jurista, profesor de Derecho en la Universidad de Texas. En el artículo señala algo que aquí hemos sostenido desde hace tiempo:
All of this anti-mask, anti-vaccination
hysteria is wrapped around a fundamentally flawed -- and irredeemably selfish
-- conception of "freedom." Even in Texas, we have seatbelt laws,
speed limits and, in many jurisdictions, bans on smoking in workplaces,
restaurants and bars. And wouldn't you know it -- we even have vaccination
requirements for school-age children, at least for diseases not named Covid-19.
Before Covid-19 became highly politicized, we
seemed to understand and accept the importance of public health and safety --
even if it required some degree of personal sacrifice. That's because, like
every other state, Texas recognizes the age-old principle that my right to
swing my arms ends at your nose -- and vice-versa. That's why we did have a
statewide mask mandate in July 2020 -- one imposed by, you guessed it, Abbott.
So why is it that mask mandates are suddenly banned, when Covid cases are now
higher in Texas than they were last summer?
When people like Abbott cast the fight over
mask mandates in terms of "freedom," they're knowingly misleading the
public. This debate isn't about "freedom" in any analytically
coherent sense; it's about the politicization of a specific public health
crisis -- where "owning the libs" has become a policy priority,
especially for those like Abbott, who seem to be clamoring for attention and
support.**
¿Hay algo de esto también aquí, algo de politización? La respuesta de nuestro gobierno es desde hace tiempo: la Autonomías tienen medios, mientras que estas le recriminan el no legislar para establecer los mecanismos de aplicación para que no sean rechazados después por los jueces, como ha venido ocurriendo.
Es una forma de politización diferente, pero con resultados graves en muchos sentidos. No solo se plantea un problema con el inicio de curso, sino que lo estamos viendo con la cuestión de los trabajadores de residencias de mayores, a los que no se les puede exigir la vacunación, pese a estar con un grupo de riesgo. Las nuevas muertes en las residencias se producen por la entrada del coronavirus a través de trabajadores y familiares de visita. Como a nadie se le puede exigir estar vacunado o que lo demuestre porque han echado para atrás todas las medidas de prevención, incluido el pasaporte Covid, la situación se vuelve peligrosa y, como señala el artículo, estresante.
Sin duda, al igual que ha sido el pulso del trumpismo en Estados Unidos el que ha motivado que en un estado como Texas ocurra lo que está ocurriendo, aquí ha sido el miedo al desgaste político tras el estado de alarma. Las encuestas son determinantes y los resultados electorales, de Andalucía a Madrid, han mostrado que enfrentarse a la pandemia tiene un desgaste político. Pero no es solo cuestión del gobierno. Quien ha llevado la tensión política a este terreno ha sido también la oposición que pasado cierto punto, cuando se pensaba en una recuperación (la famosa desescalada) entendió que el gobierno quería aprovechar el tirón y ponerse medallas, por lo que se lanzó a degüello. El resultado de toda esta doble obcecación, de gobierno y oposición, nos ha llevado a esta quinta ola en una semana.
El estrés lo tienen sanitarios, cuerpos de seguridad, docentes, etc., todos aquellos que se ven empujados a situaciones complicadas, sin medios y sin defensas. La preocupación del profesor tejano por sus dos hijos, por él mismo cuando empiecen sus clases, es la que tenemos muchos, que nos enfrentaremos a clases "presenciales" por decreto sin saber si los que tenemos enfrente están vacunados o no, si han estado de botellón el fin de semana o si se han ido de viaje aprovechando que están baratos.
Estresante es la palabra. Y lo es porque implica que todo el peso de la seguridad cae sobre ti, que es de donde va a salir la única protección porque el sistema no va a poner sobre el tapete medidas. Las últimas medidas acordadas por el ministerio para las escuelas es la reducción de las distancias entre mesas hasta dejarlo en 1'30 metros, para que quepan más alumnos en las aulas. Así se legisla. En vez de tomar medias para estar más seguros, se amplía el aforo y se meten más personas. Es el mensaje que están deseando de bares a universidades, del transporte a los escenarios.
Como bien señala Stephen I. Vladeck, esto no tiene nada que ver con la "libertad", ni con el "derecho a la intimidad" ni ninguna otra fórmula que usemos para camuflar los intereses del orden que sea, de económicos a políticos.
Los negacionistas, ya sean de a pie de calle o de las alturas políticas, son malos para ellos y para los demás. Pero los que no actúan u obstruyen cuando otros lo hacen son también peligrosos para esta situación de salud pública a la que nos enfrentamos sin herramientas jurídicas y conceptuales adecuadas.
Muchas zonas de los Estados Unidos se enfrentan decididamente a lo que el COVID supone, pero otras no lo hacen, manteniendo un pulso político que ha hecho que Estados Unidos, la súper potencia mundial, líder en tantas cosas, lo sea para mal en el número de muertos y contagiados. Trump ha escuchado abucheos cuando ha recomendado en un mitin en Alabama que la gente se vacune, lo que demuestra que esto se está enquistando y será difícil de controlar. El mismo Greg Abbott estaba vacunado y, pese a ello, se ha contagiado, ya que mostrarse sin la mascarilla en reuniones se toma como un signo político (lo mismo ocurrió en el contagio en la reunión de la Casa Blanca).
La mentalidad de algunos políticos no admite el largo plazo de las medidas contra el COVID y el sentido de una pandemia; son incapaces de pensar en términos simultáneamente de localidad y globalidad. Las medidas locales ayudan a contrarrestar el estado global de la pandemia. Pero esto solo funciona si se extiende; si no, el trabajo de unos se viene abajo por la desidia de otros o por su cesión a las presiones que anteponen sus intereses.
Negacionistas de base, como el locutor Phil Valentine, o los que lo hacen desde el poder, como el infectado gobernador de Texas, Greg Abbott, por moverse sin mascarilla por entre sus simpatizantes —deseosos de hacerse un selfie con él, como muestran los vídeos—, nos enseñan los peligros de entender mal lo que es la libertad y convertirla en irresponsabilidad social y en cuestión de imagen.
A algunos, como a Valentine, los deseos de corregir su error les llegó demasiado tarde. Al gobernador, veremos si lo ha entendido. Por aquí deberíamos tomar nota.
* Stephen I. Vladeck "I live in Texas and I am really angry" CNN 20/08/2021 https://edition.cnn.com/2021/08/19/opinions/texas-covid-greg-abbott-vladeck/index.html
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