sábado, 7 de agosto de 2021

Sobre gradas y demás espacios conflictivos

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



La noticia que recogíamos ayer sobre la exigencia en la enseñanza universitaria italiana, tanto para profesores como para alumnos, de un pasaporte covid, al menos una dosis de vacuna o de un reciente test negativo, no puede ser ignorada y pronto tendremos aquí el debate y nos encontraremos, de nuevo, con la imprevisión y los conflictos.

La imposición del "modelo turístico-ocio" —exigir lo menos posible, nada a ser posible— en España no va a poder funcionar de la misma manera cuando llegue septiembre y fuera del escenario de ocio.

El argumento de si no me lo piden para entrar en un bar, por qué me lo van a pedir para entrar en un aula, se cae solo. Pero los intentos de pedir certificaciones, pasaportes, etc. ofrecen la resistencia de las poderosas patronales turísticas y del ocio, que quieren el menos número de "obstáculos" posibles para su negocio. Esto es lo que ha llevado al "desastre de julio", uno de los mayores errores cometido en toda la pandemia, lo que disparó lo que estaba controlado, por debajo de 100, a una incidencia disparada, la más alta de Europa en menos de una semana. Entre el celo de los jueces —algún día tendrá que explicarlo alguien, porque no es posible que los servicios jurídicos autonómicos estén todos llenos de ineptos— y la inoperancia del gobierno central —que ha aprendido de Díaz Ayuso a dejar que de las restricciones se ocupen otros, que siempre dan mala imagen y quitan votos— cada día estamos más desprotegidos. Seguimos con conflictos en las calles por ponerse la mascarilla (hoy la prensa da cuenta de otro incidente).



El gobierno solo tiene un objetivo numérico, es decir, dar cuenta del número de vacunados. Es un objetivo que en algún momento se puede cumplir y airearlo como "eficacia" y "cumplimiento de compromiso". Lástima que les hayan desbaratado la idea de la "inmunidad de rebaño", que los hechos desmiente por los contagios; lástima que se esté produciendo "recontagios" entre personas ya vacunadas; lástima hayamos empezado otra vez con los rebrotes en las residencias de mayores, otro objetivo que se va al traste por la contundencia de los datos que aparecen de nuevo.

Hay que señalar que todo esto tiene que ver con la propia naturaleza incógnita de la pandemia, por un lado, y de las vacunas por otro. Lo que sabemos del coronavirus es lo que vamos experimentando cada nuevo día; lo mismo ocurre con la duración de la duración de la protección de las vacunas o los efectos secundarios.

Una de las cosas que se me quedaron grabadas al inicio de la pandemia es la opinión de un científico que reconocía lo que debe reconocer un buen científico, su ignorancia. Dijo mostrarse asombrado de la amplia gama de efectos de este coronavirus, no había visto una cosa igual. Sin embargo, estos científicos parece que "no nos valen", que queremos los que nos digan cosas concretas, aunque tengan que estar cambiándolas cada dos días, como ha ocurrido con el controvertido tema de la "inmunidad de grupo" o "rebaño", un término al que le han cogido cariño políticos y demás porque incluye la palabra "inmunidad", por un lado, y la palabra "rebaño", que le da un toque muy profesional al concepto.



Los políticos necesitan de este tipo de términos, los introducen en sus discursos y les da un toque de "esperanza" y "seguridad". Lo demás se aprende en la escuelilla de Comunicación Política (mantén la mirada en tu interlocutor, un tono firme mientras lo dices, etc.).

Pero la cuestión está meridianamente clara a estas alturas. Cuando llegue septiembre no estarán vacunados ni niños ni jóvenes porque la caída vacacional de las vacunaciones es importante (¡no vamos a retrasar las vacaciones por la vacuna!) y, sobre todo, porque la idea del pasaporte COVID tiene muchos detractores entre los jóvenes, los empresarios y los políticos.

Aquí, lo raro es encontrar gente preocupada por los demás y lo que les pueda ocurrir. El ejemplo más claro lo hemos tenido hace unos días en el estadio de Mestalla, justo cuando se están debatiendo otro despropósito: la reapertura de estadios abiertos y bajo techo. ¿De qué sirve poner "aforos" reducidos si después se traducen en lo que han hecho en Mestalla? Esto demuestra que el único criterio es el económico. Juntar a todos los espectadores en una sola grada es una burla a todos. El criterio, claro, es "¡no vamos a abrir varias gradas para tan poca gente!". Abrir un estadio cuesta dinero y si se les concentra a todos, como se hizo, en una grada te ahorras el personal para abrir y la limpieza posterior. Calificar de insulto a la inteligencia lo hecho en Mestalla (hasta el presidente de la Generalidad Valencia, el Sr. Ximo Puig, ha tenido que hablar de ello) es quedarse todo ya que es un atentado contra la seguridad de las personas, hacinadas en una grada. Decir que se cumplían los requisitos es, claramente, una desvergüenza.

En Antena 3 leemos la noticia:

 

Las imágenes de la grada han generado polémica porque los 3.000 espectadores se sentaron todos juntos y sin respetar la distancia de seguridad para el coronavirus. Mestalla tiene capacidad para 55.000 personas pero los asistentes se ubicaron todos en la misma zona del recinto.

Esto sorprendió a muchos de ellos, que hoy han compartido con Antena 3 Noticias su incredulidad: "Pensábamos que estaríamos más separados, pero nos colocaron a todos juntos", señala uno de los asistentes. "No se respetaba la distancia de seguridad ni entre filas ni asientos", tercia una segunda.

 

El Valencia se defiende

El club valenciano ha salido este jueves al paso de las críticas con un comunicado en el que han explicado que durante el partido "se respetaron todas las medidas de seguridad".

"Ante las informaciones aparecidas hoy en el diario Las Provincias, el Valencia CF quiere recalcar que en el Trofeu Taronja disputado este pasado miércoles contra el AC Milan se cumplieron todas las normativas sociosanitarias en el Camp de Mestalla", reza el comunicado.

El club asegura que "se respetó la norma" de dejar un asiento vacío entre cada espectador. "La normativa dice que entre cada uno de los grupos que asistieran al partido de fútbol es necesario dejar un asiento de separación entre grupos de aficionados y sin necesidad de dejar una fila de separación entre las filas ocupadas, una distancia que se cumplió tanto en la previa, como durante el encuentro".

 


En España nos hemos acostumbrado ya a "mal cumplir" con las "mal dictadas normas". La idea del asiento por medio es una burla clara a la realidad de los contagios. Agarrarse a eso es un problema, pero no solo en los estadios.

La teoría del "asiento por medio" es válida para las clases universitarias y muchos otros espacios. Se mantiene en mi propia universidad, por lo que un aula de 100 asientos puede ser ocupada por 50, lo que no deja de ser una auténtica barbaridad sanitaria.



Los criterios de estadios, locales de ocio, universidades, etc., de todos aquellos en los que se concentra la gente, son absurdos y no recogen más que los intereses económicos para hacer rentables los negocios en cuestión. El hecho de que los propios asistentes se asustaran de la situación por las que se les hacía pasar en Mestalla es indicativo de la situación vivida.

En las universidades ya es motivo de polémica la forma de impartir las clases porque, evidentemente, los alumnos tienen edades parecidas, pero no los profesores, cuyas edades pueden oscilar, grosso modo, entre los 30 y los 70 años, lo que implica unos niveles de riego mucho mayores en los diferentes casos.

Está cada vez más claro que esas distancias están pensadas en muchos casos desde el bolsillo y no desde la seguridad —número de asistentes, matriculados, etc.— de las personas. Es fundamental afrontar la necesidad de la vacunación en todas las personas que vayan a realizar estas actividades en donde sea, máxime si las condiciones que se exigen son tan pobres como las de Mestalla.



Queremos que no se nos exija vacunarnos y queremos entrar en todas partes, por un lado; por otro, no se quiere pedir certificados para no perder clientela, pero se aprovecha el espacio y los resquicios legales para meter al mayor número de personas.

Lo ocurrido en los tres conciertos de Cataluña, con más de 2.300 contagios, muestra claramente que se trata de reunir a la gente y desentenderse. Pides test al entrar, pero dentro no le vas a exigir a nadie que cumpla con las normas. Si lo hace, nos enfrentamos a vergüenzas como las del concierto de Sergio Dalma, empeñado en que se dejara bailar a los asistentes contraviniendo las normas dadas por la propia empresa y lanzado al público al incumplimiento, por lo que tuvo que ser suspendido.

Si en unos casos es el público el que incumple y en otros las empresas e instituciones, que ponen el beneficio por delante, el panorama que nos espera va a ser de nuevo similar al que hemos tenido.

Se ha vendido la vacuna como "inmunidad", cosa que no es cierta, como estamos viendo. Eso ha creado desconfianza o desfachatez (los científicos no tienen ni idea) en muchos. Se vendió que solo los "viejos" morían, cosa que tampoco es cierta, como ya bien sabemos. Y se ha hecho —hay que decirlo— porque había unos negocios que mantener basados en diversas formas de ocio: de esta forma se animaba a la gente a salir. Los efectos los hemos visto a las claras en la explosión de junio.



Lo que ocurra en septiembre en las aulas universitarias habrá que tenerlo en cuenta porque no van a ser las únicas olas, flujos y reflujos de nuestras actividades, sazonadas con la aparición de nuevas variantes que nos dejarán cada vez más desprotegidos.

Las medidas son muy claras y no han cambiado. Lo malo es que no se nos prepara para ser una sociedad que conviva prevenida con el coronavirus, sino una sociedad a la espera de una vacuna definitiva, algo que no está a la vista por las variantes y las defensas de que disponemos. Esa llegada, que unos y otros prometen, es compleja porque no ha habido tiempo suficiente para comprender cómo avanza este.

El anuncio de que "había llegado el tiempo de las sonrisas", por parte de la ministra Darias, y que podíamos quitarnos las mascarillas queda como una prueba de la falta de sentido de la realidad. Ahora las comunidades, visto los efectos, buscan volver a ellas, pero el entramado político y empresarial, no deja hacerlo.



Nada hay más deprimente que observar el transporte público, donde los asientos ocupados, los coches llenos, muestran el fatalismo de los que se sientan juntos mientras las megafonías repiten que se mantenga la distancia de seguridad. ¿Cuál? Los carteles en los ascensores dicen que solo una persona por viaje y ves entrar 5 o 6 sin el menor problema. Decir algo a alguien es exponerte a un conflicto que puede ser grave.

Nos muestran claramente el funcionamiento. Yo lo digo por la megafonía y cumplo; luego la gente que haga lo que quiera. Esa misma actitud se manifiesta en unas gradas, un aula o cualquier otra situación. Con la variante Delta, todo comienza de nuevo y, sin garantías mínimas (vacunación, distancia, mascarilla, ventilación...) es difícil que controlemos lo que ocurra.

Las normativas dejadas a que decidan los usuarios se ha visto que no solo no son eficaces sino que son motivos de conflictos y disputas, algunas veces violentas.  Demasiadas normas son, claramente, brindis al sol.




* "3.000 espectadores acuden a Mestalla y se sientan agrupados sin respetar la distancia de seguridad" Antena 3 Noticias 5/08/2021  https://www.antena3.com/noticias/sociedad/3000-espectadores-acuden-mestalla-sientan-agrupados-respetar-distancia-seguridad_20210805610beed2a2c6e000011498a7.html

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