martes, 17 de agosto de 2021

Un ridículo hombre de palabra

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Me llega por Facebook una caricatura de mi admirada y querida Doaa Eladl, la gran dibujante egipcia. Nos muestra un beso apasionado entre el "tío Sam" y un terrorista encapuchado, rodeada su cintura de explosivos. Su comentario es "Una relación sin fín... ISIS, talibanes..." Es la versión, podríamos decir, "liberal" de lo que está ocurriendo y que incide en lo que se empezó a barajar desde la época de Obama - Clinton: Estados Unidos sostiene de una u otra forma el terrorismo que asola Oriente Medio mediante el apoyo a los islamistas, como ocurrió con los Hermanos Musulmanes en Egipto. Entonces se hablaba de "Obama Bin Laden", canalizándose el anti norteamericanismo por el apoyo dado a los islamistas y, en el mismo plano, el abandono a su suerte de un pueblo.

Esa es la "versión liberal", la que rechaza el terrorismo y desea paz y democracia. La versión islamista, por supuesto, es muy diferente. En ella sería el terrorista el que estaría encima, de un tío Sam derribado y humillado en el suelo. Esa es la percepción de todos los que se pueden incluir en el mayoritario sector islamista, en cualquiera de sus versiones, de la más radical y violenta a la más hipócritamente colaborativa.

Ese beso imaginario puede parecer inexacto y exagerado, incluso injusto. Pero por muy irreal que sea, es una percepción existente en una zona del mundo.



El discurso de Joe Biden dando explicaciones ha sido la peor intervención que se podía realizar. Lo ha centrado en tres puntos. El primero no tiene objeción, es el cumplimiento de una promesa y de un compromiso ya firmado por la administración anterior. Ayer algunos comentaristas recordaban que el cerebro enfermo de Donald Trump había deseado un encuentro con los talibanes en Camp David, la residencia de verano, para "celebrar" el 11-S con un acuerdo de paz. Parece ser que alguien, esta vez, logró convencer al impresentable Trump de que aquello no se podía hacer, lo que era un buen motivo para no hacerlo. No se critica el qué de la retirada, sino el cómo, el desastre caótico formado y la falta de sensibilidad ante lo que ocurre y la tragedia que se deja atrás.

Pero son los otros dos puntos los que ya se están volviendo contra Biden en su propio terreno. El segundo de los puntos es la definición de 20 años de estancia en Afganistán como "ocupación" interesada, es decir, como un objetivo que cumplir y, una vez realizado, me voy. Esto no solo es de una soberbia impresentable sino terriblemente destructivo para la propia imagen benevolente de los Estados Unidos y es la descripción descarnada de eso llamado "intereses norteamericanos". En principio, la invasión de Afganistán es suponía una respuesta de castigo persiguiendo a Al-Qaeda y a los que le habían dado refugio, en este caso, el régimen de los talibanes. Veinte años son muchos años para revelarnos que se trataba de realizar un castigo, primero, y un cambio de régimen con el fin de evitar nuevos ataques a los "intereses norteamericanos" desde allí. No había interés en los afganos y su destino, solo un intento de convertir la mentalidad del pueblo para evitar futuras sorpresas. Confiando siempre en la superioridad de su "sistema", la mentalidad norteamericana cree que se puede "americanizar" las mentes de otros pueblos, algo que solo ha servido para un aumento del "anti americanismo" por medio mundo. La retirada deja en evidencia el fallo del sistema y el surgimiento reforzado de las ideologías contrarias. 



Estados Unidos sigue viviendo de la fantasía de las tropas norteamericanas recibidas con aplausos por las calles de París y otras ciudades en la II Guerra Mundial, que ha sido lo que le ha servido a los Estados Unidos para extender su dominio que ha ido basándose cada vez más en el poder militar antes que en otras cosas, algo que analizamos en diversas ocasiones y que volvíamos a retomar ayer, hablando del descontento creado tras Vietnam, una situación que muchos están recordando ahora tras lo ocurrido en Afganistán. Pero el 11-S volvió a sacar de casa las tropas bajo la idea de "guerra al terror", planteada por Bush en su momento, lo que llevó a enredar todo Oriente Medio, algo que ya estaba complicado por los vínculos con Israel y la política de los cinturones de seguridad tras los acuerdos de Camp David, que convirtieron a Egipto, por ejemplo, en guardaespaldas de Israel, una de las bazas que los islamistas usan contra los gobiernos que son financiados militarmente por los Estados Unidos en la zona.

Frente a su idea idílica anterior, la realidad que describe Biden es de pura relación de costes. La guerra ha costado mucho dinero y hay que invertirlo en nuevas amenazas. Hemos analizado en días anteriores la cuestión del error interpretativo de los norteamericanos en Afganistán (no es el único sitio) y su pretensión ingenua de que el mundo cambia bajo su presencia, aunque sean 20 años. Esos años han permitido a los que ya habían cambiado previamente sobrevivir. Hoy, con los norteamericanos fuera (las demás tropas son testimoniales, algo para que no se hable de "invasión norteamericana" y se plantee de forma "internacional"). Esas personas están el punto de mira talibán y es difícil que muchos sobrevivan. Puede que los talibanes decidan ser más "discretos", pero no van a renunciar a ser "ejemplares" y ya salen a la luz algunos de sus actos.

El terror de los que huyen —las dramáticas imágenes del aeropuerto de Kabul, con la gentes cayendo desde las alturas al vacío, agarrados al tren de aterrizaje— muestran algo más que "preocupación"; es auténtico terror. Y está empezando.



Pero es el tercer punto del discurso de Joe Biden lo que me parece indigno y moralmente reprobable. Este argumento de Biden es que ellos no van a luchar por un pueblo que no lucha por sí mismo. El argumento es doblemente falso. En primer lugar, no era esa su creencia cuando se fue. Es la salida norteamericana la que deja en evidencia la debilidad su ejército y deja al pueblo al descubierto. No son los pueblos los que hacen las guerras, sino los ejércitos y el ejército afgano no es más que una construcción de los propios Estados Unidos, al igual que muchos de sus dirigentes, que han llegado a donde lo han hecho bajo su atenta mirada.



El ejército afgano es solo una caricatura de ejército. Pero los Estados Unidos siempre han creído que debían darles las gracias por invadir a los demás, viéndose a ellos mismos como "libertadores", portadores de una verdad y bondad que contrasta precisamente con el argumento de los "intereses norteamericanos". Pero no es cuestión de "congruencia", sino de construir discursos compatibles, por más que sean infantiles los planteamientos. En breve: Biden ha llamado cobardes e indignos a los afganos después de dejarlos en la estacada. ¿Es tanta la ceguera como para no entender que el orden creado por los norteamericanos no era más que una burbuja de ficciones que solo se sostenía por la sombra de los invasores? Bastan 24 horas para deshincharlo. Todo lo que era la normalidad se desvanece ante el paso de los talibanes. Ellos son los nuevos amos. Habrá quienes luchen, pero como decía el otro día la tradición sumisa es la de sobrevivir, ajustarte a los "nuevos viejos" amos.

El mito del libertador no es compatible con el imperialista, pero eso da igual si prefieres creerlo así.  El problema es cómo se viene abajo ante los ojos de tu propia opinión pública que se ha alimentado de ese mito "libertador" que permite vivir con la conciencia más o menos tranquila. Es la lección aprendida de Vietnam; pero el 11-S y la "guerra al terror" iniciaron una espiral difícil de calcular en sus efectos. Lo que se inició hace 20 años hace que sea difícil abandonar el juego que comenzaste. Biden lo ha hecho.



En la CNN, Stephen Collinson, con el titular "Desperate scenes lay bare an Afghan defeat that Biden cannot deny", escribe:

On Monday, 19 years and 11 months later, desperate Afghans fleeing the Taliban reinstatement, a decade after the US won its revenge against Osama bin Laden in neighboring Pakistan, clung to a departing US cargo aircraft at Kabul airport. Several apparently fatally fell to earth after takeoff, hauntingly recalling those who leapt to their deaths from the Twin Towers rather than burn in the inferno set off by airliners hijacked by the Taliban's terrorist guests -- al Qaeda -- on September 11, 2001.

The battles, human tragedies and political errors that unfolded between these era-defining moments are culminating in the current defeat and are driving the treacherous crisis politics facing another White House 20 years on.

Biden appeared before the world Monday, under rising political pressure, to explain his failure to plan the exit from America's longest war in the way his constituents and global allies expected -- in an orderly, dignified and humane manner.

He is accused of missing the imminent collapse of Afghanistan, of slow-walking the evacuation of Afghans who worked for and trusted America and of overseeing scenes of defeat that tarnish US power in the eyes of the world.

Biden's defenders have rightly focused on the poor choices left him by ex-President Donald Trump, who negotiated an earlier US withdrawal with the Taliban that cut out the Washington-backed official Afghan government. And mistakes by four administrations led up to a US defeat to a repressive regime, which will send geopolitical reverberations through the Middle East and across the globe.

But Biden is the commander in chief, and the current chaos looks more like an ignominious defeat than an exit with honor.

"I am the President of the United States of America. The buck stops with me," he said.

Yet as he blamed former presidents -- including, implicitly, Barack Obama, whose 2010 surge Biden noted he had disagreed with -- for not ending the conflict and the Afghans themselves for refusing to fight for a land devastated by generations of war, the President didn't really follow Harry Truman's maxim. Biden instead tried to reframe a weekend of mayhem and humiliation in Kabul. He suggested the choice he faced was between staying for years or decades more -- or leaving.*



No es casual que a Collinson las trágicas caídas al vacío desde el avión le recuerden la desesperación de los saltos también al vacío de los que estaban en las Torres Gemelas aquel 11 de septiembre del que se cumplen 20 años. Podrían establecerse muchos paralelismos. La desesperación es la misma, aunque las causas que motivan el terror sean diferentes. Las caídas al vacío quedarán en la mente de muchos y, como ya señalamos, ilustrarán para la Historia el mandato de Biden, que a partir de estos momentos es de supervivencia. A veces hay que tener cuidado con los "hombres de palabra" porque les da igual la forma en que se cumple.

Hay otro aspecto más del discurso de Biden y que se recoge en la cita anterior de Collinson: la responsabilidad a los presidentes anteriores, incluido Barack Obama, del que Biden fue vicepresidente. Es aquí donde vemos la traición del carácter: querer hacer lo que otros no han hecho tiene el riesgo de ignorar las causas de porqué no lo hicieron. La soberbia es mala consejera y la frase citada " I am the President of the United States of America. The buck stops with me ", tiene mucho de "yo asumo la responsabilidad que otros no asumieron", pero supongo que son frases que se dice cuando, por ejemplo, lanzas la bomba atómica. En este caso, ha sido entrar en la Historia por la puerta equivocada.


Puede echarle la culpa a Trump, claro, por haber firmado la retirada. Pero el "¡Estados Unidos ha regresado!" quizá debiera dar un poco más de sí, ser un poco más generoso con el desastre creado en esos 20 años de burbuja. En esos 20 años ha crecido una generación condenada a la frustración, al terror porque han crecido dentro de la burbuja cuya cruda realidad son los talibanes.

Lo que ha conseguido realmente Joe Biden es convertirse en la cara de la vergüenza por la forma desastrosa en que se ha hecho esta retirada, por el desastre creado y ahora le recrimina la propia prensa norteamericana, la mundial, y que los republicanos aprovecharán para crear su "realidad alternativa" diciendo que con ellos esto no habría pasado.



Pero apenas ha pasado nada... todavía. Las noticias fluirán poco a poco con las imágenes y testimonios que irán saliendo desgraciadamente a la luz en días, cuando los talibanes hayan visto que no hay nada que temer. En The New York Times leemos un titular claro, "Lawmakers from both political parties united in fury over the Afghanistan withdrawal". Al menos, Biden ha conseguido el objetivo de unir a los norteamericanos y situarse por encima del bipartidismo. El problema es que se han unido para criticarle, pero eso a un "hombre de palabra" no le importa demasiado. Otro, firmado por un tal Timothy Kudo, dice en su titular "I Was a Marine in Afghanistan. We Sacrificed Lives For a Lie". Junto a él, otro titular reparte las sensaciones: "U.S. veterans are observing the collapse in Afghanistan with anguish, rage and relief". En The Washington Post un gran titular se centra en los hechos, "Biden defends Afghanistan exit". Una imagen recurrente es la que contrapone el desastre de la retirada de Saigón, con los helicópteros sacando a gente por las azoteas y nuevas imágenes ahora calcadas en Kabul.

En The Washington Post se preguntan "What’s happening in Afghanistan can’t be reduced to images with historic parallels. When will we learn to see things in real time?". La pregunta es interesante pero inútil, siempre vamos a interpretar el presente (en "tiempo real" dicen) en términos de lo ocurrido anteriormente, ya que forma parte de nuestra psique individual y colectiva. Esa es precisamente la función de la Historia desde el pasado, ayudarnos a interpretar (distorsionar, si lo prefieren) lo que no tiene sentido por sí mismo, lo que es factual. Las imágenes de la Torres Gemelas y de Saigón se entremezclan con las actuales saliendo a la luz los momentos más dolorosos.



Es el pasado que se vuelve contra Joe Biden sacando todos los fantasmas que pueblan la historia norteamericana. La viñeta de Doaa Eladl, con el Tío Sam y el terrorista besándose, interpretaba lo que ocurría en términos de lo ocurrido anteriormente. Las cosas solo tienen sentido cuando se colocan unas detrás de otras. "Einmal ist Keinmal", una vez no cuenta, lo que solo ocurre una vez no tiene sentido, nos recordaba el gran escritor Milan Kundera en su obra La insoportable levedad del ser. Inevitablemente, Afganistán es interpretado en términos de "derrota" —un nuevo Vietnam— por unos y de victoria por otros. Por mucho que Biden se empeñe, es un fracaso histórico que servirá para ese debilitamiento de la imagen norteamericana que todos los comentaristas en los propios Estados Unidos resaltan ya en sus crónicas y análisis.

¿Quién puede defender lo que vemos? ¿Quién puede defender ese caos, esa falta de previsión y comprensión, ese dolor, esa angustia producidas, esas muertes? ¿Quién puede decir que solo se trata de un error de cálculo, que no pensaban que el ejército afgano desaparecería tan rápido? Solo un "hombre de palabra".

Pero no nos equivoquemos. Esta no es la tragedia de un ridículo "hombre de palabra" que se equivocó. No, es la tragedia de un pueblo que, como otros, está dividido entre el retrógrado camino al pasado y el futuro del que solo atisban tímidos destellos. Es la tragedia de una modernidad que no llega, de un mundo que te muestra otras posibilidades pero te encierra entre sus fronteras. 

En la CNN ponen un aviso sobre la llegada de imágenes molestas, duras al inicio de las escenas del aeropuerto de Kabul. Son artificios mediáticos. No por no mirar dejan de pasar las cosas. La tragedia, la mires o no, está ahí. Biden prometió decir la verdad, lo que no excluye que esté profundamente equivocado. En cambio, ha dejado al descubierto el problema de fondo, sus propias limitaciones y las del sistema.



* Stephen Collinson "Desperate scenes lay bare an Afghan defeat that Biden cannot deny" CNN 17/08/2021 https://edition.cnn.com/2021/08/17/politics/joe-biden-afghanistan-defeat/index.html

 

 

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