domingo, 16 de junio de 2019

Poder roto

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo ha expresado con claridad Lucía Méndez en su artículo en el diario El Mundo. Lo ha hecho invocando el clásico texto de Max Weber sobre el político y el instinto de poder. Lo que tenemos ahora ante los ojos es un espectáculo bochornoso de cálculo sobre el poder. La política, recordamos hace tiempo citando a otros clásicos, puede ser el arte de conseguir el poder o el arte de gobernar para satisfacer a los ciudadanos en su conjunto, no a unos pocos. Sin embargo, lo que se advertía ya está aquí: el poder atomizado y narcisista, contra natura y contra la razón. El artículo de Méndez termina con una observación: el único que ha sido coherente con su objetivo ha sido Manuel Valls. El pago, señala, es que "Ciudadanos ha roto con él"* La situación debería hacernos reflexionar, pero ¿cómo hacerlo cuando se es la bola de nieve que rueda por la ladera de la más alta montaña política?
El proceso de degradación política va en aumento, no solo por esta incongruente estrategia del poder por el poder, que es la que se revela con claridad, sino porque irá a peor. Si las acciones anteriores fueron incongruentes, llevando a escisiones, las nuevas incongruencias elevadas al cubo provocarán más desavenencias y nuevas escisiones. El sillón para quien se lo trabaja es el lema y lo demás para los teóricos.


Hace tiempo que pocos venimos advirtiendo de los peligros de la fragmentación política, que lleva a una estrategia cainita primero, para resolverse finalmente en pactos que nadie espera o desea por lo visto en la primera parte. Los que compiten en la primera fase por un electorado similar acaban sorprendiendo a sus electores abrazándose a los mismos que denigraban. Si multiplicamos por  las tres administraciones —la central, la autonómica y la local— la complicación que surge es  realmente enorme, tanto ahora como para el futuro. He usado "complicación" y no "complejidad" porque no necesita una explicación extensa para entender su móvil: conseguir el máximo de poder. Se puede disfrazar de muchas cosas, pero la realidad es esa.
No somos los únicos. A Estados Unidos ha llegado Donald Trump, que se presentaba como antisistema político, como un hombre del pueblo; en realidad es un hijo de millonario que se pasó a la farándula, un hombre del espectáculo. Sus efectos sobre el mundo los conocemos. Los países europeos, por su parte, se ven sacudidos por vacíos al que aspiran demagogos (Reino Unido), cómicos que arrasan (Ucrania) o autoritarios populistas como Salvini o Viktor Orbán. La generación de aspirantes en la reserva son los Marine Le Pen y compañía.


El escenario político que sale de las últimas elecciones es digno continuador de la política seguida en la anterior legislatura para acabar con el poder. Al final, a Pedro Sánchez le hicieron poco más o menos lo que hizo a los demás en aplicación de la justicia poética mal entendida. Ha sido solo el anticipo de lo que irá ocurriendo en los pactos de los ayuntamientos y demás instituciones afectadas por el encaje de bolillos trazado en el mapa.
Escribe Luz Méndez:

El cambio operado en el sistema político español -por decisión soberana de los ciudadanos al fragmentar su representación- ha desembocado en una realidad más deudora del instinto de poder que de las convicciones, de las causas o de los principios. Las contradicciones y las incoherencias son la moneda de uso corriente entre los partidos españoles. Ya a casi nadie le extraña que los líderes digan una cosa hoy, otra mañana y, si es preciso para satisfacer su instinto de poder, otra distinta pasado mañana. El valor de la palabra dada ha dejado de cotizar en la política. Los líderes de todos los partidos interpretan la realidad en cada momento de forma distinta y contradictoria según venga bien a sus intereses.
Los prolegómenos de la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, y el enloquecido mercado de los pactos municipales en vísperas de la constitución de los Ayuntamientos, evidencian que la política en España es una insoportable contradicción permanente.*


No le falta razón. Pero esto no es un azar, sino un resultado de una forma de hacer política desde dentro de los partidos que se ha ido extendiendo hacia el exterior. La política emocional seguida no es más que una forma de segmentación del mercado electoral. El problema es que un país no se puede concebir como un mercado. Ni mercado ni show. Y ahora es ambas cosas.
Estamos cogiendo lo peor de lo que vemos. Hubo un tiempo en que España fue modelo por su transición política ordenada y democrática. Pero tampoco podíamos dejarlo en paz. La nueva generación tenía que renegar de la estabilidad y volver a ofrecernos el escenario frentista, los enfrentamientos a cara de perro y retroceder en el tiempo con todas las excusa hasta encontrar lo que buscaba para crear los segmentos, necesarios, barrancos y barricadas que le aseguraran la llegada al poder eliminando a los débiles o fracasados.


La "nueva política" ha resultado canosa antes de tiempo. Las palabras lanzadas contra otros se vuelven ahora contra todos en medio de contradicciones, de incongruencias a un simple clic de distancia. Basta con rebuscar un poco en las hemerotecas para sacar los colores a cualquiera de ellos. El tiempo dirá lo que duran estas incongruencias en pie, este juego a múltiples bandas por el que Europa ya está sacándonos los colores. Y con razón. Lucía Méndez ha titulado su artículo  "La política española, una insoportable contradicción", algo que es cierto. El problema es que aunque sea insoportable, la tendremos que soportar. Es lo que queremos, nos dicen. Siempre a nuestro servicio.
El poder. No hay otro fin. Ellos contestan que es por una buena causa, la suya. Pero ese poder atomizado, fragmentario, roto, es muy poco estable e implica un desgaste continuo, una erosión de la política, de los políticos y de las instituciones. Y una pérdida de paciencia por parte de los ciudadanos que creen que hay otra forma, otras maneras de convivir y de organizarnos.


* Lucía Méndez "La política española, una insoportable contradicción", El Mundo 16/06/2019 https://www.elmundo.es/espana/2019/06/16/5d053bd2fdddffcc858b4657.html

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