viernes, 28 de junio de 2019

Gianni Vattimo, su gato y el mundo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
"Morir me sabe mal por el gato y por algún amigo". La frase aparece en la entrevista con el filósofo italiano Gianni Vattimo. Su foto está en lugar preferente en la primera de El País, sobre un titular mucho más espectacular: «Gianni Vattimo: “Espero morir antes de que reviente todo”». El periodismo nunca renuncia a lo espectacular, pero las verdades están en los detalles. Y el detalle es la pena por el gato y el amigo, dos formas de relación en las que habrá encontrado momentos de pequeña felicidad, que es a lo que su puede aspirar con el tiempo. El tiempo lo es todo para los humanos, especialmente si tienes ganas de dejar algo a un mundo que dudosamente lo merece, pero al que te aferras por algún amigo que ha sobrevivido y un gato que no te manifiesta cariño especialmente, pero al que se lo puedes manifestar. Cuando te desengañas de recibir, solo te queda la satisfacción del poder dar Quieres a tu gato o a tu planta o a tu pez... y punto. La coherencia entre ambos titulares es grande; cuando esperas morirte antes de que reviente todo, como dice Vattimo, es normal que sientas hacerlo por tu gato y un amigo. Son los problemas de la lucidez. Otros, simplemente, mueven la cabeza.

Algunos pensarán que Vattimo simplemente se ha hecho "viejo", algo que le recuerdan y de lo que es consciente. Cosas de la gente mayor. No creo que sea el caso más que en el sentido que en nuestras sociedades tiene ese hacerse mayor, que implica el desplazamiento laboral y la incomprensión generacional. 
Vattimo es de los que trataron de decir algo al mundo, de explicar a los nuevos tiempos las viejas ideas, que son las que nos rondan y a las que no dejamos de dar vueltas. Dice Vattimo que las viejas glorias que le ilusionaron ya no dan más de sí. Lo dice de Heidegger, no porque lo que dijera no fuera importante, sino probablemente porque el mundo ha ido y va en otra dirección.
De nuevo, la lucidez como problema. Quizá ese sea el mayor castigo; mantener la lucidez en mitad de la estupidez. ¿Qué puede esperarse de un mundo en el que su centro más poderoso está ocupado por Trump, un mundo en el que sus estornudos provocan el Efecto Mariposa? Quizá por eso Vattimo echará de menos a su gato, indiferente a Trump y le envidiará su suerte como un San Antonio tentado anhela la insensibilidad de la piedra para no sufrir.
A los cuadros habituales del dolor, del sufrimiento, se abre ahora el que queda abierto por la estupidez ambiental, por el rechazo de la situación en donde se educa para ser "eficiente" en el sistema fabril y a aspirar a poco más una limosna en un mundo en donde la gente acabará pagando por trabajar.
Pese a ello, Vattimo sigue trabajando en un próximo libro. Nos dice:

Es un esfuerzo para no tirar a la basura a Heidegger. Siempre me he ocupado de él y de Nietzsche. Soy un poco monótono, pero me parecía interesante ver el mundo desde ese punto de vista. Y en ese libro hay tres núcleos conceptuales. El primero, filosófico: la verdad es un tejido de interpretaciones y no una suma de datos. Es decir, ¿es lo que vemos u otra cosa? Y ahí es esencial el lenguaje, un tejido de proposiciones y creencias colectivas que tienen su estructura conjunta.*


Del segundo núcleo nos hablará más adelante, de su pensar desde un cristianismo crítico, como parte de una cultura marcada por lo religioso. El tercero no aparece, tapado por las cuestiones importantes del día, por el perverso efecto periodístico: Salvini, Europa, su militancia de izquierda comunista, su homosexualidad, etc.
Pero con el primer núcleo, efectivamente, ya tenemos lo que convirtió a Gianni Vattimo en padre de esa corriente del "pensamiento débil", de esa hermenéutica, hija de la inflación de los mensajes por el estallido de los medios en la segunda mitad del siglo XX.
No es casual que le pregunten por las "fake news", que es la forma en la que —gracias a Trump, ¡triste sino!— hemos redescubierto que existen, como recordó Foucault, la palabras  las cosas, los eventos y los discursos, que lo propio del hecho es desaparecer y los propio de la cultura recogerlo como discurso en memoria o archivo. Que no accedemos a lo que ocurre, sino a lo que otros nos cuentan, lo que nos lleva a un estatus epistemológico determinado. Las consecuencias han sido la crisis profunda de la Historia, como discurso, cuestionado y condenado a la revisión perpetua.


Ya se nos ha olvidado aquello de la "edad de la sospecha" o de la "época del recelo", etc. El mundo se nos ha llenado de "verdades" infumables, que son las que han permitido a la gente volverse tan segura de sus creencias por viejas, obsoletas, equivocadas, que puedan estar. Se acabó la modestia del pensamiento débil, de la crisis de la certeza, etc. Ha llegado la era de la rotundidad, de la verdad gritona, de los pulgares alzados.
Pero Vattimo quiere a su gato. Es importante. Se hace difícil el amor entre tanto egoísmo, pero es nuestra debilidad. Una hermosa debilidad la de querer a otros. En el fondo es lo que nos queda entre tanto ego. Frente al instinto reproductivo e interesado, frente al "gen egoísta", de Richard Dawkins, el amor desinteresado y absurdo. Te quiero y no me importa que no me quieras, le dice Vattimo a su gato y a las personas sensatas que deben aprender que el vivir, como dice una canción china tradicional, es ir perdiendo lo que se ama, hasta que al final nos perdemos a nosotros mismos.
Vattimo es filósofo y es cristiano, comunista y homosexual, aunque le cuesten todas estas cosas cosas un disgusto. Viene de un tiempo de síntesis, de locuras conciliatorias porque nuestra razón no da más de sí y porque han descubierto que no es tan razonable como pensábamos.
Se dice monótono, pero el problema del Lenguaje, el núcleo hermenéutico, sigue siendo el central en el siglo XXI, como ya lo fue en el XIX, en el que resurge la vieja Hermenéutica con nuevas preguntas y en el XX, en donde se hace necesario hacer sitio a lo que nunca lo había reclamado en la Filosofía, el diálogo, más allá de lo retórico. Se pasa del otro al que convencer (retórico) al otro al que comprender y con el que coexistir, algo bastante diferente.

En el concepto de diálogo se encierra nuestra relación con el mundo (el bosque de símbolos baudeleriano) y la cuestión del otro, como una salida a la frialdad del ente metafísico, a su universalidad e indiferencia. La reflexión del XX, como la del XIX, nos lleva hacia el problema de la alteridad, de la "otredad". Cuando entra el problema del otro (o el otro como problema) es cuando se hace necesario revisar la herramienta del diálogo, el lenguaje. De ahí ese doble giro lingüístico y hermenéutico, que se complementará con la semiótica como necesidad de comprender los signos que forman nuestra cultura y las capas de nuestro propio ser, suma de lenguajes, erratas.
Pero el mundo viaja por una vía paralela, la de la información. De la apertura del diálogo, del sentido hermenéutico de búsqueda, se da por otro lado el cierre de la información, la de la transmisión de signos inequívocos hasta reducirse a la mayor simplicidad, lo binario, los ladrillos de la comunicación.
Comunicación y diálogo son dos formas distintas de enfrentarse a la vida. Lo humano es el diálogo, lo que nos hace vivir y establecer el vínculo con los otros, los afectos, los sentimientos y nuestra lucha por expresarlos y por comprender la forma en que los otros lo expresan, en una continua lucha, en la agonía de la imperfección de la carne. Frente a ello, las máquinas que se comunican entre ellas con la precisión de lo inequívoco, sin necesidad interpretativa, es decir, de ponerse en el lugar, la mente del otro. Forzamos a las máquinas a aprender a comunicarse con los humanos y a los humanos a enfrentarse a este falso diálogo con nuestro propio producto. Así, frente al otro, la máquina es nuestra imagen especular ante la que fingimos dialogar.


Esto ya está en Platón y el problema de la escritura y de lo oral, solo posible con el otro presente, impidiendo el olvido de la diferencia. Por el contrario, el diálogo con la máquina es solo buscar en lo ya sabido, en lo almacenado. No hay descubrimiento, solo superación de los lapsus. Con la máquina llenamos huecos, completamos la información necesaria. Con los otros vivimos, crecemos, experimentamos.
Vattimo ha encontrado en su gato y un amigo el apoyo a la existencia, a seguir viviendo. ¡Feliz él! Muchos no llegan a tanto. Quizá la vida del humano sea esa, la de encontrar en su consciencia un punto de justificación que le haga sobreponerse a su propia lucidez melancólica. El siglo XIX comenzó a teorizar sobre el suicidio (y a practicarlo) precisamente por eso.
La vida filosófica de Vattimo es un pensar sobre lo que se da por supuesto, porque forma parte del acto mismo de hacerlo, del lenguaje. El siglo XX ha sido el del Lenguaje desde varias perspectiva, una de ellas la filosófica. Desgraciadamente, calificar de "filosófico" algo supone desplazarlo del centro existencial y llevar a lo controlado de la educación o de la profesión.
Lo que Vattimo va a contarnos ya lo ha dicho, probablemente. Pero la filosofía es diálogo con lo que hemos sido y lo que entrevemos ser, un punto de revisión de las heridas abiertas que no llegan a cicatrizar. La eficiencia filosófica solo es la tonta ilusión del que cree que los problemas humanos se resuelven y no que son consustanciales a nuestra propia humanidad. Por eso la pregunta (típica en los Ministerios) ¿para qué sirve la Filosofía? es absurda.
Hay un aspecto interesante de estas heridas abiertas: la constatación de que el pensamiento está más vivo en Latino América que en nuestro Occidente que se dedica a mirarse el ombligo provocando dolores cervicales. Nuestra conversión absoluta en espectáculo y en negocio (es lo mismo) hace que nuestro pensamiento sea mero refrito con aspiración de bestseller. Vattimo está más vivo en la América por debajo del muro de Trump. También sobreviven por allí otros pensadores de la época, acogidos en textos y debates. Por aquí, solo hace calor.
El nuevo circo no tiene aspiraciones, solo la permanencia rutinaria del éxito. Una nueva máquina, más eficiente qué Sísifo (ahora en el paro), rueda la roca por la ladera. ¡Qué precisión la suya!



* Entrevista de Daniel Verdú "Gianni Vattimo: “Espero morir antes de que reviente todo” El País 28/06/2019 https://elpais.com/cultura/2019/06/27/actualidad/1561645934_992756.html

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