lunes, 10 de junio de 2019

El tremendismo político y los pactos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los que criticaban a lo que llamaban "bipartidismo" puede que se estén arrepintiendo. El panorama actual de la gobernabilidad o de su ausencia hace que muchos se preparen para una legislatura a la que habría que poner nombre como a los huracanes, tormentas tropicales y no sé qué desastres atmosféricos más. Los acuerdos a los que se pueda llegar no significan que duren para siempre, como cantaron Freddie Mercury y Montserrat Caballé, un buen himno para la política actual española.
Los politólogos deberían establecer algún principio teórico que vinculara la fragmentación de un electorado con la gobernabilidad o, si se prefiere, el número de partidos en liza para que la cosa funcione. Pero en principio se trata de ocupar el "poder", aunque luego no se pueda hacer nada.
La cuestión se complica mucho cuando tenemos nuestros tres niveles de poder: el central, el autonómico y los ayuntamientos, que se utilizan para el fuego cruzado de un nivel a otro. Esto implica, por ejemplo, que se haga oposición desde grandes ayuntamientos a los gobiernos autonómicos o desde las autonomías al gobierno central y desde allí a todos. Esto es una barbaridad.


El fraccionamiento se produce por cuando se dan dos circunstancias: la insatisfacción de electorado con el comportamiento de un partido y la escisión del partido por conflictos internos y desacuerdos.
Nos olvidamos a veces que tanto el PP como el PSOE son el resultado de procesos de integración de otros partidos. En el caso del PP hay dos procesos de fusión, primero los 7 partidos de la antigua Alianza Popular y luego los 3 que se integraron en la Coalición Popular. Por la izquierda, el PSOE acogió a diferentes partidos socialistas, como el que presidió Enrique Tierno Galván o el PSC, que sigue activo. Por su parte, Izquierda Unida ya reflejaba en su nombre lo que se había agrupado alrededor del Partido Comunista de España. En los partidos de las autonomías también se dieron procesos de unión bajo distintas fórmulas, como el caso de Convergencia y Unió.


Todo aquello se produjo por algo. Se hizo especialmente para hacer gobernable a España y por puro pragmatismo político, sumar fuerzas y simplificar opciones. El proceso actual va en dirección contraria, por lo que la complejidad de los pactos los hará mucho más inestables.
Pero la cuestión no acaba ahí. El hecho de que el abanico de posibilidades aumente nos hace aparecer nuevas tensiones internas. Los conflictos ya no son solo exteriores, sino que en el seno de los partidos existen los que son partidarias de pactar con unos, con otros, con ambos o con ninguno. Eso hace más complicada la situación. Si pensamos que, además, lo pactado en un sitio puede hacer aumentar la tensión por lo pactado en otro, el panorama que tenemos por delante es realmente complicado.
Hasta el puesto de "oposición" es disputado cuando no se tiene claro el resto. Alguna victoria hay que tener, aunque sea la de perdedor de primera, segunda o tercera categoría. Los que han sacado más votos dicen que han ganado, lo mismo que aquellos que tienen la llave del acceso al poder en determinados lugares.
Todo esto se complica más todavía por la existencia de vetos o, como se dice ahora, cinturones. Es ahí cuando entran los nuevos conflictos, como estamos viendo por la alcaldía de Barcelona, una pieza grande. Los límites de la elasticidad política existen. Los argumentos de por qué hacemos lo que hacemos no pueden cambiar demasiado de un lugar a otro.


La visceralidad del electorado, que ha sido calentado previamente, llevado a los límites es algo que hay que tener en cuenta. Es el resultado de la agitación para conseguir que el río esté revuelto. Al estar tan fraccionado el mapa, el electorado tiene muchas más facilidades para desplazarse de un grupo a otro y, por ello, más capacidad de presión para forzar o evitar pactos con quien no le guste.
En fin, un enorme lío. Las fuerzas centrífugas han creado un mapa complicado cuando más sencillo lo deberíamos tener, dada la naturaleza de nuestros problemas. La gobernabilidad es esencial para un país. 
Mucho me temo que hay mucho que aprender. El tremendismo era un estilo muy español, nuestra aportación al realismo exagerado. Pero siempre la exageración de los rasgos realistas puede hacer que sea el sentido de lo real lo que se pierda. Hoy muchos practican el tremendismo político. Las consecuencias es que el retrato resultante es difícil de manejar.







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