Los que
criticaban a lo que llamaban "bipartidismo" puede que se estén
arrepintiendo. El panorama actual de la gobernabilidad o de su ausencia hace
que muchos se preparen para una legislatura a la que habría que poner nombre
como a los huracanes, tormentas tropicales y no sé qué desastres atmosféricos más.
Los acuerdos a los que se pueda llegar no significan que duren para siempre,
como cantaron Freddie Mercury y Montserrat Caballé, un buen himno para la
política actual española.
Los politólogos
deberían establecer algún principio teórico que vinculara la fragmentación de
un electorado con la gobernabilidad o, si se prefiere, el número de partidos en
liza para que la cosa funcione. Pero en principio se trata de ocupar el
"poder", aunque luego no se pueda hacer nada.
La
cuestión se complica mucho cuando tenemos nuestros tres niveles de poder: el
central, el autonómico y los ayuntamientos, que se utilizan para el fuego
cruzado de un nivel a otro. Esto implica, por ejemplo, que se haga oposición
desde grandes ayuntamientos a los gobiernos autonómicos o desde las autonomías
al gobierno central y desde allí a todos. Esto es una barbaridad.
El
fraccionamiento se produce por cuando se dan dos circunstancias: la insatisfacción
de electorado con el comportamiento de un partido y la escisión del partido por
conflictos internos y desacuerdos.
Nos
olvidamos a veces que tanto el PP como el PSOE son el resultado de procesos de
integración de otros partidos. En el caso del PP hay dos procesos de fusión,
primero los 7 partidos de la antigua Alianza Popular y luego los 3 que se
integraron en la Coalición Popular. Por la izquierda, el PSOE acogió a
diferentes partidos socialistas, como el que presidió Enrique Tierno Galván o
el PSC, que sigue activo. Por su parte, Izquierda Unida ya reflejaba en su
nombre lo que se había agrupado alrededor del Partido Comunista de España. En
los partidos de las autonomías también se dieron procesos de unión bajo
distintas fórmulas, como el caso de Convergencia y Unió.
Todo
aquello se produjo por algo. Se hizo especialmente para hacer gobernable a
España y por puro pragmatismo político, sumar fuerzas y simplificar opciones. El
proceso actual va en dirección contraria, por lo que la complejidad de los
pactos los hará mucho más inestables.
Pero la
cuestión no acaba ahí. El hecho de que el abanico de posibilidades aumente nos
hace aparecer nuevas tensiones internas. Los conflictos ya no son solo
exteriores, sino que en el seno de los partidos existen los que son partidarias
de pactar con unos, con otros, con ambos o con ninguno. Eso hace más complicada
la situación. Si pensamos que, además, lo pactado en un sitio puede hacer
aumentar la tensión por lo pactado en otro, el panorama que tenemos por delante
es realmente complicado.
Hasta
el puesto de "oposición" es disputado cuando no se tiene claro el
resto. Alguna victoria hay que tener, aunque sea la de perdedor de primera,
segunda o tercera categoría. Los que han sacado más votos dicen que han ganado,
lo mismo que aquellos que tienen la llave del acceso al poder en determinados
lugares.
Todo
esto se complica más todavía por la existencia de vetos o, como se dice ahora,
cinturones. Es ahí cuando entran los nuevos conflictos, como estamos viendo por
la alcaldía de Barcelona, una pieza grande. Los límites de la elasticidad
política existen. Los argumentos de por qué hacemos lo que hacemos no pueden
cambiar demasiado de un lugar a otro.
La
visceralidad del electorado, que ha sido calentado previamente, llevado a los
límites es algo que hay que tener en cuenta. Es el resultado de la agitación
para conseguir que el río esté revuelto. Al estar tan fraccionado el mapa, el
electorado tiene muchas más facilidades para desplazarse de un grupo a otro y,
por ello, más capacidad de presión para forzar o evitar pactos con quien no le
guste.
En fin,
un enorme lío. Las fuerzas centrífugas han creado un mapa complicado cuando más
sencillo lo deberíamos tener, dada la naturaleza de nuestros problemas. La
gobernabilidad es esencial para un país.
Mucho me temo que hay mucho que
aprender. El tremendismo era un estilo muy español, nuestra aportación al realismo exagerado. Pero siempre la exageración de los rasgos realistas puede hacer que sea el sentido de lo real lo que se pierda. Hoy muchos practican el tremendismo político. Las consecuencias es que el retrato resultante es difícil de manejar.
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