Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En posts anteriores hemos insistido en la necesidad de una política de defensa europea
ante el cariz que está tomando la política internacional y el nuevo
reordenamiento mundial. Ayer veíamos en los medios de comunicación de todo el
mundo los actos de celebración del desembarco de Normandía, el llamado día D. Aquel mundo ya no existe. Podemos condecorar a
los supervivientes de aquella acción bélica, pero no es mucho más lo que queda
por motivo de la propia historia. El mundo ha cambiado mucho desde entonces y
lo que era una guerra que comenzó en Europa, entre europeos, con agresiones e
invasiones, requiere hoy una defensa de Europa en su conjunto, una defensa
común y autosuficiente.
Este último
concepto, como todo lo referido a la defensa, es relativo. Una defensa es
autosuficiente en función a la magnitud de la agresión. La carrera armamentística
y nuclear se basó en la idea de una posible agresión de enorme fuerza. El mismo
temor hizo que se formaran alianzas, de la OTAN al Pacto de Varsovia. Nunca se
sabe cuál es el tamaño de una posible agresión. Si quieres evitar la guerra, trabaja la paz, podríamos decir
invirtiendo el sentido de la célebre frase. La mejor forma hoy de defender la
paz es trabajar por ella y mantener una defensa en manos controladas, es decir,
no verse arrastrado a conflictos que acabarán pasando factura.
Los
conflictos hoy son otros. Europa ya no está dividida en dos partes y lo que la
guerra y la Unión Soviética separó ya no existe. Rusia es Rusia y no ella y un
puñado de países ocupados por sus tanques, situación que no cambió hasta la caída
del Muro en un efecto dominó. La caída del régimen soviético devolvió el
territorio ocupado por su carrera hasta Berlín en un viaje de ida, sin fecha
programada de vuelta.
Los
problemas hoy en Europa son otros muy diferentes. En el aniversario de
Normandía podemos leer cosas como las que nos trae el diario ABC:
Vladimir Putin y Marine Le Pen coinciden en
«devaluar» la importancia del desembarco aliado en Normandía, el 6 de junio de
1944, lamentando o menospreciando la ausencia del presidente ruso en las
conmemoraciones del LXXV aniversario de aquella jornada, capital en la historia
de Europa.
Cuando el resto de las fuerzas políticas
glosaban al unísono el heroísmo de los aliados trasatlánticos, recordando una
página capital en la historia nacional y europea, la presidenta de Agrupación
Nacional (AN, extrema derecha) prefirió salir en defensa de Vladimir Putin y la
visión del dirigente ruso sobre el «D-Day» y el Desembarco.
A través de su cuenta Twitter y breves
declaraciones despectivas, Marine Le Pen hizo el jueves afirmaciones de este
tipo: «Es muy lamentable que Vladimir Putin no haya sido invitado a las
ceremonias de Normandía» [ .. ] «Por otra parte, comportarse de esa manera es
algo así intentar minusvaluar el puesto capital que jugó Rusia en la liberación
de Europa» [ .. ] «Hay algo de innoble en todo eso».*
Aunque
sea lógica la admiración de Marine Le Pen por su financiador, Vladimir Putin,
no debería ser innoble ella misma. Nadie duda de lo que Rusia hizo. El problema
es lo que hizo el día después. ¿Habrá que preguntarle a los polacos, los
húngaros, los checos, etc.?
Rusia y
Estados Unidos fueron los dos grandes beneficiados por la II Guerra Mundial. La
primera engulló la mitad de Europa, convirtiéndolos a su ideología por decreto,
imponiendo sus gobiernos y eliminando la disidencia sin miramientos. Habrá que
recordarle a Marine Le Pen los intentos de sublevación de Hungría, por ejemplo.
Pero el
problema de las relaciones perversas de los nacionalismos populistas con
Vladimir Putin solo es superado por sus relaciones con Donald Trump y unos
Estados Unidos que entiende que el poder es poder sobre alguien.
Las
políticas de Trump, lo que está mostrando al mundo desde su llegada a la casa
Blanca y que parece que cuenta con el apoyo republicano, muestran que es
peligroso dejarse arrastrar. No hay que dejarse arrastrar ni arrastrarse.
Desde
antes de ser elegido, Trump manifestó una extraña interpretación de Europa: el
continente es un parásito desagradecido que ha olvidado que fue gracias a las fuerzas
americanas que siguen con vida. La visión interesada y simplificada de Trump no
ve más allá.
A los
norteamericanos les gusta usar en los medios la expresión "líder del Mundo
Libre" para referirse a los Estados Unidos y, mediante un ejercicio
retórico, trasladarlo al liderazgo de su presidente. La fórmula, claro está, es
narcisista y cada vez menos justificada, nacida de la Guerra Fría, la que
enfrentó a los Estados Unidos y Europa a la Unión Soviética.
Hoy
Estados Unidos no es un líder sino, como decíamos el otro día, un casero
cascarrabias que amenaza a sus
inquilinos y les sube el alquiler en cuanto que protestan por el mal estado de
la casa. La visión del mundo de Trump es parecida a esta, pero desde el lado
del casero: los inquilinos son parásitos que se resisten a pagar lo que se les
pide.
El
diario El País dedica su editorial a la cuestión de la necesidad urgente de una
defensa europea que garantice nuestra autonomía militar, señalando:
Desde que los soldados de EE UU desembarcaran
en las playas de Normandía, la presencia militar estadounidense y sus medios
materiales han garantizado la seguridad de las democracias europeas. Pero esa
asociación ha sido puesta en cuestión en un momento particularmente inestable
en todo el mundo. La autonomía estratégica de Europa ha dejado de ser una
opción teórica para convertirse en una vía deseable cuando no necesaria.
Que Alemania y Francia se hayan manifestado a
favor de una integración militar europea o el presidente de la Comisión,
Jean-Claude Juncker, defienda desde que asumió el cargo en 2014 la creación de
un Ejército europeo, responde a esta dinámica, cuya puerta legal ya está
abierta por el Tratado de Lisboa.**
La
justificación de la protección norteamericana de Europa era su debilidad frente
a la Unión Soviética, la superpotencia que amenazaba su seguridad. Europa era
entonces un puñado de países destrozados por la guerra que necesita protección
y ayuda. Nunca se agradecerá bastante, pero eso no justifica las políticas actuales
de Trump ni el condenar a Europa a un papel secundario, el de la eterna
protegida.
Europa
está viendo con el "America First!" el peligro de no tener autonomía.
Unos días será víctima de Trump, que se manifiesta pública y claramente contra
la Unión apoyando a sus destructores, y en otros se le exigirá seguirles sin
remedio o aceptar a algunos de sus peligrosos socios no europeos.
La
doctrina Trump no es de aliados, sino
de subordinados. La Europa dividida y
enfrentada de la primera mitad del XX era heredera de los nacionalismos que
habían causado más guerras en el continente en el XIX. La creación de la Unión
Europea ha sido lo mejor que podía ocurrir al continente, que ha tratado de
extender la democracia entre sus miembros y ser agente de paz. Somos
imperfectos, pero mucho mejores de lo que éramos en solitario. Los enemigos de
Europa son hoy, curiosamente, los amigos de Donald Trump y Vladimir Putin,
empeñados en desmembrarla para debilitarla. Las manifestaciones de Trump sobre el Brexit no dejan duda de su visión de Europa y su papel subordinado. Por eso hay que mirar más allá del Día D.
*
"Putin y Le Pen revisan la historia de la liberación de Europa" ABC
7/06/2019
https://www.abc.es/internacional/abci-putin-y-revisan-historia-liberacion-europa-201906070355_noticia.html
**
"Defensa de Europa" El País 6/06/2019
https://elpais.com/elpais/2019/06/05/opinion/1559755334_805121.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.