martes, 25 de junio de 2019

Poder e identidad

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La noticia ayer de las dimisiones en cadena en el partido de Albert Rivera debería hacer pensar más allá de los límites del partido Ciudadanos y extender la reflexión al conjunto del sistema de los partidos políticos españoles.
Llevamos meses no oyendo hablar de otra cosa que de pactos o de negativas a pactos. Es en lo que se centra la política española, forzada a ello por la atomización producida por el rechazo al mal llamado "bipartidismo". Desgraciadamente, la situación seguirá así mucho tiempo pues los acuerdos que se establecen tienen pocas perspectivas de durar, máxime cuando la estrategia de los que quedan fuera será ponerlos en evidencia forzando a los votantes a percibirlos como incongruencias, traiciones, chalaneos, etc.
Pero el caso de Ciudadanos —quizá por nuevo, quizá por eje en múltiples arquitecturas— merece la pena ser considerado. Su caso es ilustrativo: un partido que sale a la palestra política al producirse un "hueco" u "oportunidad" por el escoramiento del Partido Popular que abandona el centro político, por un lado, pero sobre todo que ha sido abandonado por gran parte de su electorado debido a la corrupción que no ha sabido frenar y que se convierte en un lastre insoportable. Como salida, se produce un recambio y un recrudecimiento político con un escoramiento a la derecha y hacia el nacionalismo por los desafíos soberanistas, que pasan a formar parte del argumentario político y las nuevas señas de identidad.
En la izquierda se produce un fenómeno similar, una crisis de identidad que hace crecer otra fuerza, que proclama la inutilidad del partido socialista y se propone como nueva izquierda.


Es una simplificación, pero es clara. La fragmentación no ha aclarado mucho pero sí ha enturbiado las relaciones entre partidos y dificulta la percepción general de los mismos. En el tipo de política que se practica en España, es más importante hacer ver al otro de una determinada manera que intentar definirse. Esto es fácilmente comprensible cuando lo que se disputan no son solo los votos sino el espacio político, que es el que determina las posibilidades identitarias, la definición de los propios partidos.
La cuestión de la salida de Ciudadanos plantea esta situación en toda su crudeza e inmediatez tras unas elecciones que aclaran poco, hacen más débiles y absorben más energía política, que se pierde en disputas antes que en buscar soluciones. La pregunta surge por sí sola: ¿poder o identidad?
Los encajes de bolillos que los responsables de los partidos no afectan solo a los grandes pactos, sino que estos se reparten en todos los niveles de las administraciones, desde la disputa de si han de tener ministerios o no los "otros", el reparto de consejerías, concejalías, mesas de congreso y senado, de comisiones en todos los órdenes, etc. es la parte del poder.


La parte de la identidad es la que se resquebraja por la pérdida de coherencia que supone la aspiración al poder propio o al impedir el ajeno. Las promesas y planteamientos electorales se resquebrajan ante la visión del poder. Surgen entonces las dudas y conflictos producidos por las diferencias en territorios e instituciones, en donde unos casi rozan y otros apenas ven. Pero ¿es posible hacer en un sitio algo y en otro lo contrario sin que sufra la identidad?
El carácter sistémico del asunto se manifiesta pronto. Un partido que se ha medio hundido electoralmente, como es Podemos, se ve consolidado por la necesidad que otros tienen de él ante la negativa del apoyo de terceros. El caso de Ciudadanos es también claro: ofreciéndose como una alternativa de centro sobrepasando a un derechizado Partido Popular, se encuentra enredado en pactos a tres bandas con el PP y con Vox, la bicha de quien huían. Temeroso de ser castigado por los votantes, se niega a acuerdos que le situarían en el centro, actuando como bisagra, como suele ocurrir con las formaciones liberales. Pero España —las actitudes políticas— no están para bisagras, que chirrían necesitadas de aceite de la tolerancia. Tal como están las cosas, estar en el centro, es llevárselas por todos lados.


La cuestión está en que sin una identidad estable, entendiendo por esto, algo de lo que los votantes se puedan fiar, se resiente el sistema y las partes. Los votantes tienen derecho a un voto cada cierto tiempo. Cada vez se hace más difícil ante la falta de compromiso con lo pactado. Un voto es un pacto, una oferta de congruencia.
El mapa español nos remite hacia la incongruencia. Se autolimita dejándose llevar por las murallas de cristal de las dos Españas, la derecha y la izquierda. Es más cómodo y fácil polarizar y resolver internamente que abrirse a modelos de moderación y centro que sirvan para satisfacer los estándares mínimos de unos y otros.
El abandono de líderes de Ciudadanos es una señal de lo difícil que es ser centro en España. Lo es por muchos motivos, pero uno de ellos es precisamente esos cálculos de poder o de rechazo visceral en direcciones absurdas. No se puede nadar y guardar la ropa mucho tiempo. 
El problema es que eso dificulta cada vez más la tarea de votar. Si lo que se promete hoy se incumple mañana, da igual a quien votes porque acabarán haciendo con tu voto lo que tú no querías. Y eso es desmoralizador, por no decir otra cosa. Desde el punto de vista de los dirigentes ocurre algo igual. Se van de los partidos porque anteriormente ya se fueron de otros para no tener que hacer lo que ahora se les pide.
La política es la gestión del poder, sí, pero la identidad política estable es un requisito para evitar el chalaneo o el desbarre ideológico. Si no, el precio será muy alto. Los ciudadanos dejarán de confiar en lo que se les propone si esto no se cumple después. Estabilidad en la identidad no significa anquilosamiento, sino congruencia, que es la relación coherente entre ideas y acciones. 
La radicalidad de los discursos, hechos para atraer, contrasta con la necesidad de flexibilidad ante un fraccionamiento tan grande. Flexibilidad no es prestarse a todo, sino identificar y jerarquizar los problemas para darles soluciones convenientes 



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