Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Desde
que el periodismo se ha hecho "interactivo" a usted no paran de
preguntarle por su opinión. En realidad su opinión no le importa a nadie, pero
queda muy bien eso de preguntarle. Ni siquiera son personas las que le
preguntan, como harían micrófono en mano por las calles. Usted solo tiene que
marcar alguna opción de las que le ponen delante y ya está, el gráfico se hace
solo. Allí esta, en colores, su "opinión".
Hace
mucho que se inventó el arte de preguntar, tanto la pregunta inteligente del
entrevistador al entrevistado, como la pregunta fundamentada del encuestador al
anónimo representante de una porción, perfectamente calculada, de la población
que se quiere conocer.
Pero
esto de la preguntita interactiva es más bien una ocurrencia, formulada de
cualquier manera, en la que a nadie realmente le importa su opinión, puesto que
se trata solo de que usted se sienta como en su casa. Es cierto que a usted no
le preguntan estas cosas es su casa —se habría ido hace mucho tiempo por tanta
discusión—, pero se trata de una casa hipotética y virtual, un fachada decorado
de interés por usted.
Es
evidente que la validez de este tipo de preguntas es poco relevante o nula, que
se puede votar sin garantías de ningún tipo. Lo malo son los usos que se les
puede dar. Hace un par de días recogíamos aquí un titular de la Televisión Rusa
(RT) en la que se anunciaba que "tres cuartas partes de los
ucranianos" creían que su gobierno era el "responsable" del
derribo del avión de pasajeros malasio. El origen eran los resultados de una
desconocida web en Ucrania en la que se había formulado la pregunta. Son los
riesgos de estas cosas. La falta de vergüenza de RT es evidente. Pero ahí está
los resultados de este tipo de preguntas. Es cierto que en la mayoría de los casos
no tienen la más mínima trascendencia, pero eso es cuestión de las manos en las
que caigan. Siempre pueden ayudar a elaborar un titular tóxico, como en el caso
de la RT, que sea aceptado por aquellos que quieran ver reforzadas sus ideas o por
incautos que no saben lo que leen más allá del titular.
Muchas
veces, más allá de este tipo de encuestas, se recoge respuestas de personas que
aportan poco pero llenan tiempo (televisión, radio) en los programas. El
periodismo audiovisual tiene la gran suerte del acontecimiento directo, pero la
maldición de que el tiempo no es reversible ni se detiene para beneficio de los
medios. Muchas veces, cuando se llega al lugar apenas queda nada más que el
testimonio de los que estaban o simplemente de los que pasaban por allí. Nada
más desconcertante que las respuestas de los vecinos del asesino, que nunca
notaron nada, que les parecía un señor
normal; que las declaraciones del que vivió años puerta con puerta con los
terroristas y siempre le saludaban amablemente. Ellos tampoco notaron nada. Pero
¿a quién preguntar si no?
Las
respuestas interesan al por mayor (las encuestas bien hechas, con todas sus
limitaciones) y al detalle, es decir, a aquellas personas que tienen realmente
algo que decir. El arte periodístico es saber qué preguntar a cada uno. Muchas
veces vemos que se desperdician personalidades interesantes porque se les
preguntan obviedades, tonterías o, sencillamente, cosas en las que no tienen
nada que decir y, por tanto, dejan de ser relevantes. Salvo en los casos en los
que se trata de descubrir al público alguna faceta desconocida de un personaje,
algo al margen de su actividad pública, suelen reflejar la poca entidad del que
pregunta, que no sabe a quién tiene delante y desconoce el alcance o sentido de
su labor. Desgraciadamente, vemos a muchas personas interesantes someterse a
baterías de preguntas presuntamente ingeniosas para resaltar lo gracioso del
interrogador a costa de los entrevistados. Este tipo de entrevistas florece
como las malas hierbas. El que pregunta intenta ser la estrella constante,
mientras que el entrevistado es el efímero visitante de su espacio mediático.
¡Que se plieguen ellos!
El arte
de preguntar requiere de preparación, de conocimiento del que se tiene delante
y nada hay más deprimente que las preguntas tópicas que suelen exigir el mismo
tipo de respuestas desganadas por parte de quien está deseando terminar el
suplicio periodístico al que se le somete.
Una buena
entrevista, aunque sea a un desconocido, a un habitante de un humilde pueblo,
es el arte de llegar a aquellas zonas en las que esa persona es capaz de despertar
nuestro interés. Las habrá técnicas,
con especialistas en campos de los que nos interese saber su opinión cualificada;
otras, en cambio, se moverán por terrenos más próximos a lo vivo, que tras las
fachadas distintas, mantiene su unidad. Muchas se realizan, en cambio, a
personas que nos son capaces de decir nada en ningún campo. Las hay, por triste
que nos parezca.
En
ocasiones los textos recogen voces dispersas para tratar de mostrarnos un cronotopo, un espacio-tiempo colectivo.
Los protagonistas constituyen el coro que nos permite conocer la diversidad de
un lugar, mayor o menor. He leído magníficos reportajes en los que ahondaba en
un espacio público a través de las miradas y voces de los que lo poblaban. Es
un arte difícil porque requiere comprensión del conjunto y capacidad de crear
un mosaico de voces con las que reflejar un momento de la historia.
En
estos días que se prometen automatismos para la elaboración de las
informaciones, es necesario reivindicar el lado humano de la comunicación periodística. Cada vez más, las informaciones
llegan del espacio cibernético y no del contacto en el real. A finales de mayo,
se celebró en San Miguel de la Cogolla, lugar emblemático, el Seminario
Internacional de Lengua y Periodismo, con presencia de expertos en ambos campos.
Lo malo es que los dos campos, el de la Lengua y el del Periodismo, se han
abierto a ciertas tecnologías que buscan su automatización. Es el caso claro de
la Lengua, a través de los caminos de la Inteligencia Artificial, en la que el
lenguaje juega un papel esencial, y lo mismo ocurre con las múltiples
actividades del mundo periodístico y de la comunicación.
Hay un
"lenguaje" deshumanizado, abstracto, concebido como un conjunto de reglas al margen de quien lo use. La Pragmática precisamente trata de hacer obvio el proceso
comunicativo, que la lengua la usan dos o más seres en una situación
determinada para conseguir algo los unos de los otros. Las máquinas ya hablan y, obviamente, lo hacen con
nosotros, ya que entre ellas ya se entendían desde hace tiempo. El reciente paso del Test de
Turing por un ordenador no es más que el indicador —en términos periodísticos—
de que ya puede ser entrevistada, que basta con meterle un pasado ficticio para
que nos hable de que sus vecinos (ficticios) terroristas le saludaban todas las
mañanas en el ascensor.
Las
noticias del Seminario Internacional nos muestran cómo van entrando estas formas
de automatismo en el mundo periodístico:
[...] Pablo Gervás, profesor del departamento
de Ingeniería del Software e Inteligencia Artificial en la Universidad
Complutense, ha llamado la atención sobre la velocidad de los avances
tecnológicos y ha puesto como ejemplo al buscador Google, que "ha
aprendido a leer y nos dice qué leer".
Para él, en el futuro existirá un
"periodismo automático" , en el que "no se busque sustituir por
máquinas a los periodistas, sino cambiar su papel".
Ha explicado que ya se ha dado el caso de un
ordenador que redactó una noticia sobre un terremoto en Los Ángeles y ha
explicado que hay empresas que usan ese mismo proceso para redactar informes
económicos e, incluso, crónicas de partidos de fútbol americano.
[...] "La tecnología está ya lista para
verificar y corregir el trabajo periodístico, y estamos es en fase de
asumirla" , ha dicho la lingüista Concepción Polo, quien ha recalcado que
el trabajo automático de verificación permite a los periodistas "dedicar
más tiempo a la reflexión, a aprovechar su verdadero potencial".
En esta misma línea, el ingeniero José Carlos
González, uno de los creadores de Daedalus, ha defendido la coexistencia con el
periodismo de "servicios de información" que pueden ser realizados
por máquinas a partir de los datos que reciben.
En realidad, ha afirmado, eso se hacía antes
con llamadas de teléfono a algunos servicios con lo que luego se hacían
noticias que siempre eran iguales, algo que demuestra, ha concluido, que
"si se automatizan las tareas auxiliares, el periodista tiene flexibilidad
para hacer otras cosas".*
¡Tremendo
error de cálculo el de los lingüistas e ingenieros! Un periodista no necesita
más tiempo para hacer otras cosas,
sino que le dejen hacer las suyas.
Todo se vende siempre como un "avance" que nos liberará de esfuerzos,
límites o enfermedades. ¡Trucos baratos! A estas alturas del siglo, estas cosas
son abaratamientos descarados una vez demostrado que la gente no las echa en
falta pasado un tiempo, que es la desgracia de fondo. La idea divertida de que
el periodista está reflexionando
mientras la máquina escribe es de una ingenuidad pasmosa. Lingüistas e
ingenieros tendrán su justo castigo, aunque ellos, en la medida en que
manipulan en las tripas del sistema se reservarán algún as en la manga. Pero ya
les llegará su hora y serán sustituidos por máquinas para que tengan tiempo
para "reflexionar" y más "flexibilidad". Pan para hoy,
hambre para mañana; lo barato, sale caro.
Pronto
la maquina seleccionará de la información disponible en la red diez preguntas "interesantes"
que le serán enviadas por correo electrónico al entrevistado, cuya entrevista
será promovida por su agente, otra máquina con una agradable voz telefónica. No
hará falta ir a ningún sitio a hablar con la gente y bastará con sondear las
redes sociales, comprobar los trending topics. ¿Para qué hace falta más? El 10
de septiembre de 2011, tras no ser capaces de distinguir textos periodísticos escritos
por máquinas, The New York Times titulaba uno de sus artículos así: "In
Case You Wondered, a Real Human Wrote This Column".
En realidad, cuando se trata de venta de información, de puro negocio, es irrelevante quien la escriba. Pronto habrá "información artesana", hecha "a mano", como hay zapatos, bolsos o edredones, frente a los hechos a máquina. Las imitaciones son cada vez más perfectas. Lo malo no es la cuestión profesional de los periodistas, sino el hecho de que los periodistas tienen o deberían tener opinión y criterio independiente frente a las máquinas, que son programables. Esa independencia es la que da sentido a la información misma y al hecho de que la recibamos. Pero todo cambia y no buscamos estar bien informados sino adecuadamente entretenidos. Es la narcosis de Narciso anunciada por Marshal McLuhan. El vacío ruidoso avanza
Muy
pronto (si no lo hacen ya) las máquinas se concederán exclusivas unas a otras o
se preguntarán su opinión. Apasionante.
*
"Tecnología tiende a ayudar al periodista, no a sustituirle" El
Universal (Mx) 29/05/2014
http://www.eluniversal.com.mx/sociedad/2014/tecnologia-tiende-a-ayudar-al-periodista-no-a-sustituirle-1013658.html
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