Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Bajo el
título "La política salta de generación"*, el diario El País insiste
en considerar que los males y remedios españoles tienen que ver con algo tan
nuestro como las "generaciones". En ningún lugar del planeta —con la
posible excepción china, en la que, por ejemplo Zhan Yimou se considera
representante de la 5ª generación de directores de cine chinos— se le saca
tanto provecho a lo de haber nacido en fechas similares como en España. La
España autonómica se aventuró por los campos confusos de explicar escritores,
músicos, etc., ligándolos a la tierra y creando cosas como la "escuela
leonesa", por ejemplo, en cuanto que había más de dos, pero creo que la
idea ha ido perdiendo fuelle desde que a la gente le apetece más el
cosmopolitismo al no haber tanta subvención como antes.
El País
se apunta a la renovación generacional de la política como clave explicativa.
Desde que se produjo el desencuentro electoral de los partidos mayoritarios y
su entrega en brazos de jóvenes galanes, las especulaciones sobre qué hacer se
han disparado. La renovación generacional
gana explicadores:
En noviembre de 2011, un inexperto Alberto
Garzón llegó a Madrid para un debate en 59
segundos, el programa de TVE. Acudieron a la estación de Atocha a recogerle
dos personas de IU expertas en comunicación: Ramón Luque y Pablo Iglesias. Le
acompañaron y de paso le dieron consejos televisivos para el programa. Iglesias
colaboraba aún con IU. Él y Garzón, que a sus 28 años se ha convertido en el
nuevo hombre fuerte de la federación, se hicieron muy amigos. Garzón compartió
también durante un año tertulia en la cadena SER con Eduardo Madina, aspirante
al liderazgo del PSOE. Y habla de él con enorme respeto: “Es brillante”. Pedro
Sánchez, su rival, también ha coincidido en tertulias con Iglesias, o con
Albert Rivera, el líder de Ciutadans.
Todos son de la misma generación o parecida,
se conocen, y desde la discrepancia ideológica coinciden en una cierta forma de
entender la política y la comunicación. Y en esto también coinciden con otros
políticos de su generación de partidos que aún no han iniciado esa renovación
en la cúpula, como Irene Lozano de UPyD o Borja Sémper del PP, que también se
diferencian de los demás en que no están en la carrera para liderar sus
formaciones. Todos son mediáticos, con buena formación académica y huyen del “y
tú más” que ha dominado la política en los últimos años.*
Debo
reconocer que la expresión "todos son de la misma generación o
parecida" tiene su gracia histórica porque tampoco hay tantas
posibilidades, aunque es cierto que aquellos "25 años" de separación
entre unos y otros ya no funcionan. Los tiempos son muy distintos y en un mundo
sujeto a las modas y a lo efímero, las diferencias se notan con cuatro o cinco
años, es decir, con unas cuantas temporadas televisivas de diferencia.
Deberíamos clasificar a los políticos por "Friends", "Los
Soprano", "Juego de Tronos", etc., para ser más precisos.
La
descripción de los lazos de sangre mediática existente entre los miembros de la
misma generación ("o parecida"), según parece, nace de sus horas juntos
en maquillaje, experiencia que une mucho, sí, porque uno discute bajo los
focos, pero confraterniza mientras le ponen presentable y le quitan brillos y
ojeras.
Parece
que la Televisión es el útero del que todos han salido, hijos catódicos, seres
bidimensionales (la próxima generación será en 3D y habrá que verlos con gafas).
La "caja tonta", como dice un amigo mío, se ha llenado de
"listos", convirtiéndose en un espacio-tiempo bipolar, capaz de
albergar las experiencias más cutres y retrógradas, en términos de evolución,
con las nuevas generaciones dispuestas a saltar de unas cámaras a otras. Es el
trampolín mediático.
Todos
son políticos profesionales que han escalado sus posiciones a golpe de
discusión tertuliana; dominan la retórica y tienen un tiempo rápido de reacción
acreditado. Los que se entrenaron en el programa "59 segundos" son
capaces de descender de ese tiempo en una descalificación o en una propuesta
como si se tratara de un récord deportivo. Dominan el tuit y les sobran caracteres.
Explican lo que sea por debajo del minuto. ¿Complejidad,
qué complejidad?
El
artículo se mueve en direcciones contradictorias, como suele ocurrir con la
idea de las generaciones. Las generaciones
son más poesía, metáforas, que ciencia, pero da igual, la gente también se
mueve por las metáforas. Lo que no es claramente aceptable es que por el hecho
de tener una edad esté ya uno por encima de los demás o tenga más derechos que
los otros, que deben dejarle sitio
cuando decidan. La batalla por el control será dura:
“La gente tiene sed de nuevos referentes”,
explica Pedro Sánchez. “Pero no podemos cometer el error histórico de ponernos
a descubrir ahora que el fuego quema. Se necesita una alianza entre
generaciones. Estamos en la antesala de un gran cambio de sistema político, va
a haber una reforma constitucional, un cambio en el modelo de los partidos, y
eso exige que lo haga una nueva generación”.*
Lo de
"la alianza de generaciones" no deja de tener su gracia. Estas cosas
se repiten y te llegan a parecer normales, claro. En eso consiste el poder de la
Comunicación, en el que esta generación es tan competente. Los descubrimientos
básicos, como que "el fuego quema" ya se hicieron en las cavernas
políticas; ahora toca recoger el fuego y que los fósiles descansen. Sánchez
habla de "sed de referentes" y se ofrece, como hacen los otros, como
vaso de agua. Su forma de expresarse muestra la convicción del que ya ha ganado
primarias, generales y hasta autonómicas y municipales con una sola frase:
"va a haber" cambio de todo. Y los demás..., ¿no cuentan?
Pero el
momento más divertido del artículo generacional
—más que lo de la "alianza"— es la descripción costumbrista de los
pasillos del PP, preocupados todos por no ofender al "abuelo" Rajoy:
En el PP, la mayoría de los dirigentes
consultados, entre ellos ministros, miembros de la cúpula, personas cercanas al
presidente o barones territoriales, prefieren hablar con la condición de
anonimato, ya que se trata de un asunto sensible puesto que es Rajoy el
principal interpelado a sus 59 años. La mayoría cree que, a pesar de todo, la
edad no pesará en contra del presidente porque él jugará otra baza: en tiempos
de crisis, mejor la experiencia y la estabilidad. Esa será su campaña y la
clave estará en los datos económicos que pueda exhibir, explican los suyos.*
El
secreto mejor guardado —¡lo siento,
Presi!— sale a la luz: ¡59 añazos! ¡Este ya no es de "Friends",
sino de "Bonanza"; de un solo canal y en blanco y negro! El retrato
insinuado de los cortesanos evitando hablar de la edad del
"presidente" nos remite al "¡espejito, espejito!" y al
temor de que en cualquier momento le digan que no es "Bibí, el más guapo,
el más rico y el más feliz", como decía aquella canción de su generación. Esto oscila entre dos imágenes, la del espejo de la madrastra y la del retrato de Dorian Gray, con sus pecados acumulados.
Llevar
nuestros problemas al terreno generacional, como una disputa entre estilos
musicales, es un error. Pero da igual, es otro más. Pensar que las cuestiones
se resuelven por la edad, dominando la comunicación y las redes sociales es
infantil.
La
lucha por la comunicación es la lucha por el poder no por la solución de los
problemas. Nuestro problema es de eficacia institucional; el de los partidos,
el ser elegidos. Y si para serlo tienen que pasarse en día en las redes y
televisiones, pues lo harán. Todos.
Hay una
ley que dice que habla más el que está
más lejos del poder, que hacen falta muchas horas de parloteo ante las
cámaras y micrófonos para romper las defensas del que juega con blancas. Los
medios han demostrado como no solo contribuyen a la política sino que,
sabiamente usados, pueden crearla. Son los nuevos ruedos a los que tienen que
descender, sí o sí, para garantizarse los apoyos que les mantengan donde están.
Parece que este partido [el PP] sí ha
decidido, a partir de septiembre, recuperar la iniciativa —se habla incluso de
un posible cambio de Gobierno— y sobre todo volver a las tertulias, a los
debates, tener más presencia de los ministros y los dirigentes después de meses
de encierro mediático por el caso Gürtel y en general por el estilo de Rajoy y
Santamaría, reacios a las entrevistas y la exposición mediática.
De momento solo Borja Sémper, de
la misma generación que Madina, Sánchez o Iglesias, se arriesga a esa
exposición. “Creo que hay un nuevo lenguaje político”, explica Sémper. “Pese a
las enormes diferencias ideológicas, hay algo en común entre personas de
distintos partidos. Todos estamos hartos del y tú más, los políticos y los votantes. Queremos hablar de
contenidos, confrontación ideológica real. Todos estamos en las redes sociales,
en un mundo abierto, hemos aprendido que no puedes aislarte de quien no piensa
como tú”.*
El argumento del lenguaje se sigue manteniendo como
prioritario. Es el obligado si concentras la política en su faceta mediática,
en la comunicación. Lo que se nos está presentando no es muy diferente de lo
que estanos rechazando: el político profesional que vive de y para la política.
Son más jóvenes, pero son lo mismo. No hay cambio, solo relevo.
Tan profesor universitario era Pérez Rubalcaba como lo es Pablo Iglesias, de la
misma universidad, por cierto. El énfasis puesto en la comunicación no es más
que el resultado, eso sí, del cambio mediático característico de esta
generación en casi todo el mundo.
Creo que ningún país está centrando tanto su destino en la
telegenia y la retórica como el nuestro. A los políticos hay que valorarlos por
otras cosas más allá de su dominio mediático, lo menos sustancial de todo. El
gran peligro es el de caer en la política espectáculo
y en el político showman, un buscador
de micrófonos, un retórico constructor de frases antes que un solucionador de
problemas.
Me da relativamente igual los años que puedan tener los
políticos. Me importan sus capacidades, proyectos y honestidad; menos su físico
y su labia, aunque sí hay que exigirles claridad. Lo que no me parece adecuado es vender la idea de generación como
una solución porque no lo es. Los problemas
son más profundos y necesitan algo más que comunicadores
para ser resueltos.
En 1968, año de cambios, el canta-autor Manolo Díaz (antes citado por "Bibí") cantaba un machacón estribillo: "vino una ola / vino una ola / vino una ola... / y su corriente te aparta de mí ". La "nueva ola" está aquí, no sabemos si es de Tsunami o del Mar Menor, pero —nos cuentan— ya está aquí. Lo importante es que se necesita enderezar rumbos y que sea para bien.
* "La política salta de generación" El País 5/07/2014
http://politica.elpais.com/politica/2014/07/05/actualidad/1404591777_972344.html
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