Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
diario El País se ocupa, a través de un artículo titulado "Renacen los
tópicos negativos de España", de esta cuestión, siempre en candelero en
España, de los tópicos. Digo que siempre
en candelero porque, en efecto, una de las cuestiones más relevantes para
los españoles. Casi me atrevería a decir que nuestra permanente preocupación
por ellos es uno de nuestros rasgos más definidos. El diario, por medio del
artículo de Winston Manrique Sabogal Sabogal, indaga en el fenómeno tópico y
señala:
Mientras los filólogos, escritores,
historiados y sociólogos consultados coinciden en señalar al Romanticismo y a
los extranjeros como los principales responsables del reguero de tópicos
españoles, Salvador Giner cree que no es del todo cierto. Afirma que han sido
los propios españoles los que han “fabricado” ese mundo paralelo de oscila
entre la exageración y el drama y la serenidad. Sobre una línea parecida matiza
Aurora Egido para quien la raíces “están en el siglo XVII, en la leyenda negra
que hace aflorar un país oscuro lleno de lutos que no se corresponde con lo
festivo que cultivó el barroco”.*
Creo
que ambos, Giner y Egido, tienen razón dentro de un fenómeno tan complejo como
es este. A mi modo de ver, es evidente la participación española en el fenómeno
de nuestros tópicos, prestándole una dimensión excesiva mediante algo tan
"español" como es la "suspicacia" a través de un mecanismo "cainita",
que es otro de nuestros tópicos. A los españoles nos gusta torturarnos a través
de la exhibición de nuestros propios defectos, sean estos reales o imaginarios,
presente o pasados. En este sentido, estoy de acuerdo con Salvador Giner en que
nosotros mismos ponemos en marcha nuestros tópicos. Somos su motor principal.
La segunda
de las afirmaciones, la del origen, me parece también contracorriente y
acertada. Creo que es la pérdida de poder de España, tras su periodo de máximo
apogeo, lo que ha permitido que nos hayamos dedicado a un autoanálisis morboso,
improductivo y constante a través de esa "cuestión española" sobre la
que no cejamos de dar vuelta alimentándola, como señala Giner.
En el
artículo se mencionan cosas como la "Marca España" y las reacciones
—muy españolas— de Javier Marías, por ejemplo, que sirven para alimentar los
mismos tópicos que intenta combatir. Si a Marías le apetece o no formar parte
de esa imagen es cuestión de Marías, pero es trabajo de los demás —según
parece— estar debatiendo sobre esta cuestión y sus orígenes una y otra vez.
En
estos días de cierre de cursos y agotadoras sesiones de tribunales
universitarios, estoy teniendo buenos y abundantes ejemplos de lo que son los
tópicos y las imágenes con las que nos enfrentamos. No se trata de casos de
España, sino de los que exponen mis estudiantes chinos y otros compañeros en
sus defensas de los trabajos que han de realizar para cerrar sus posgrados.
Creo que a través del "caso chino" se pueden entender muy bien el
fenómeno de los tópicos.
China,
como es sabido, ha permanecido bastante aislada del mundo durante siglos. Con
ello no ha logrado ser silenciada,
sino que con ese estado de información casi unidireccional ha conseguido un profundo desequilibrio
tópico: los demás han fabricado la imagen de China a través de los tópicos y estereotipos.
Cuando los estudiantes de comunicación eligen sus temas, muchos de ellos se
decantan por cuestiones relacionadas con la "imagen" exterior de
China al descubrir que no han tenido ningún control sobre ella, que son
pésimamente conocidos, mal interpretados y que da igual lo que hagan porque los
tópicos y estereotipos forman sobre ellos una costra, injusta en muchos casos.
La China que escuchan en boca de los demás o que ven reflejada en los medios no
tiene nada que ver, en su criterio, con la que ellos perciben. Esto es
frecuente en muchos países, pero aquí el contraste es mayor por el profundo
desconocimiento de China, de su historia y cultura. Su ascenso económico actual convierte esa historia carencia comunicativa en un desequilibrio trágico. La China que perciben en la mente de los demás, no es la que ellos viven. Insisto en que esto es común a muchos, pero son las diferencias de grado lo que cuentan, las distancia entre un inabarcable imagen "real" y una distorsionada y caricaturesca imagen tópica.
Ayer me
emocioné ante una de esas exposiciones —muchas de ellas brillantes— porque me
conmovió la lucha de una estudiante tras analizar una serie de reportajes televisivos
realizados en España, en cadenas públicas y privadas, sobre China. Después de
una parte teórica de su exposición, abordó tres casos que había analizado
tratando de desmontar los tópicos transmitidos mostrando su falsedad. Dentro de
su sencillo planteamiento de que los medios deben transmitir la
"verdad", no entraba en su mente la posibilidad de que circularan
aquellos reportajes que se alejaban tanto de ella. ¿Cómo se puede decir esto?,
se preguntaba.
Después
de una serie de años trabajando con ellos, sabes lo mucho que les impacta
encontrarse con esos tópicos y su deseo bienintencionado y juvenil de intentar
deshacer esos estereotipos para que se conozca mejor a su país, algo que
sienten como un deber. Cuando me tocó intervenir como miembro del tribunal, le
dije que la mejor campaña, el mejor
mensaje positivo, eran ellos mismos, que era el conocimiento directo, por primera vez en la historia, de una
generación distinta lo que podría cambiar las cosas o. al menos, emprender la
lenta marcha hacia el diálogo.
El
interés en muchas de sus investigaciones por estereotipos, tópicos y clichés
procede precisamente por sentir lo alejados que están de lo que ellos
consideran la realidad desde su
propia experiencia. Son conscientes, mediante un despertar de jarro de agua
fría en sus espaldas, de la acumulación de tópicos y del desconocimiento
absoluto que de su riquísima cultura poseen los demás que, en cambio, son
dueños del poderoso megáfono con el que transmitirlos. Por eso —lo comenté en
otra entrada— la profunda impresión que les causó ver una película como La buena tierra (1937), basada en el
premio Pulitzer de Pearl S. Buck, una mujer que había vivido cuarenta años en
China y la amaba profundamente. Sentían que no estaban ante la tradicional
caricatura que se hace de ellos en periodos anteriores (el peligro amarillo) y posteriores (la Guerra Fría) de su historia.
El caso
de España es muy distinto y no se produce por su aislamiento o distancia. Se
produce, entre otras muchas cosas, porque el imperio español se hunde y deja de
ser la dueña del megáfono. Nuestros tópicos provienen básicamente —en mi modesta
opinión— de la pérdida del poder y del imperio, por un lado, y de las causas
que hicimos nuestras, especialmente la "católica" frente a la
triunfante de los "protestantes". La "España negra" (el
tópico negativo tiene etiqueta genérica) es la tridentina y pos imperial,
la decadente, que ha ido dejando sus enemigos por medio mundo, de Flandes a
Cuba, y que carece de medios y de voluntad para rectificarlos. Son también
nuestras luchas internas, entre ilustrados
y reaccionarios, afrancesados y castizos,
en cualquiera de sus versiones históricas, las que han contribuido a que esos
tópicos sean alimentados. Todavía hoy son usados no solo desde fuera, sino dentro,
intramuros, entre unos y otros, pues
forman parte de nuestro repertorio tradicional de improperios.
Desde
fuera y desde dentro hemos podido percibirlos, como ecos, incluso en algo tan
banal y tonto como la eliminación de "la roja" a las primeras de
cambio, a lo que algunos medios han dado el tratamiento del hundimiento del
"imperio español" y de la "armada invencible". Los tópicos
están ahí y se usan de forma inevitable.
La
preocupación de El País por los
tópicos es una forma más de ahondar en ellos. Los viajeros románticos, a los que
muchos achacan la creación de los tópicos, ya venían por ellos. Stendhal
consideraba lo importante que era ser
español porque le repateaban lo ilustrado
y racionalista de Europa. En realidad,
no nos hizo ningún favor, como no nos los hicieron ninguno de los que nos
vieron con ojos de los "últimos mohicanos" europeos, ni como
"quijotescos" hidalgos, pícaros, etc. No sé si realmente nos querían o si éramos una oportunidad de
decirle a los suyos que ellos eran diferentes,
románticos y que les gustaban las cosas exóticas
(es decir, nosotros). El que un inglés se encierre a vivir en La Alpujarra
nosotros lo vemos como un acto de amor
a nuestro país, pero el resto del universo lo ve como una excentricidad. Trasladarse de La Alpujarra a Londres o París, es,
en cambio, un signo de progreso y modernidad. Son, en el fondo, esos
excéntricos que tanto nos han querido —los Hemingway, Welles o Stendhal, los
amantes taurinos, cervantinos o calderonianos, etc.— los que han forjado nuestro destino
tópico y para los que hoy montamos tablaos, saraos y encierros para aprovechar el tirón
tópico.
Cuanto
más estudias y comprendes el funcionamiento de los tópicos, más te das cuentas
de que son como garrapatas, que no se sueltan fácilmente del pelaje de la
historia. Los tenemos siempre en la punta de la lengua. Los "tópicos
negros"—volvamos al origen del diario El País— resurgen porque se han
acrecentado nuestras luchas intestinas de nuevo y eso vuelve a poner en marcha
los mecanismos. Saltan de la punta de la lengua.
Los
estereotipos y tópicos están ahí. Cuando se habla de la "pereza" de
español, de la "picaresca", etc. debemos darnos cuenta que los usamos
nosotros mismos cuando hablamos de los "ni-nis" o de los "fraudes"
y "corrupciones". No nos debe, pues, extrañar que en un mundo
globalizado, una vez que encendemos la mecha, se produzcan explosiones dentro y
fuera. España es un país que no necesita que los demás la denigren porque lo
hace diariamente ella misma. Incluso con placer porque el tópico de la
"dos Españas" nos permite situarnos siempre en la "otra",
canalizando hacia los demás el problema. Lo penoso de esto es que los de fuera
solo ven "una", una en constante conflicto consigo misma. Así,
mientras los demás reaccionan frente a los tópicos, los españoles los aceptamos
como parte de una discusión sin fin.
No es
que los tópicos sean indestructibles;
es que renacen de sus cenizas, que es
otra cosa. Por eso señala con razón El
País que en tiempos de crisis vuelven los tópicos negativos con una especie
de "si ya te lo decía yo", que encaja muy bien con nuestra mentalidad
insegura y discutidora.
Los
tópicos y estereotipos no se combaten con campañas de imagen —es imposible
abarcar el mundo entero o borrar las memoria colectivas de la historia y el
arte, donde se insertan—, sino con hechos, muchos
hechos. Y no hay garantías de que se gane la batalla. Aquí no hay
"derecho al olvido" de Google; sí, en cambio, toda la eternidad para
ser "trending topic", para bien, para mal o para ambas cosas.
*
"Renacen los tópicos negativos de España" El País 3/07/2014 http://cultura.elpais.com/cultura/2014/07/02/actualidad/1404330698_502567.html
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