domingo, 13 de julio de 2014

Diez mil dientes

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cuando al escritor chino Yu Hua le preguntaron —en una entrevista en "La 2" con motivo de la aparición en español de su obra "Vivir"— si mientras trabajaba como dentista había soñado con ser un escritor de fama mundial. Hua les contestó que estuvo trabajando durante cinco años y que extrajo durante ese tiempo más de diez mil dientes. Mientras sacaba dientes (“the inside of a mouth is one of the ugliest spectacles in the world"*), veía que la gente que trabajaba en el Centro Cultural que tenía enfrente se divertía mucho y eso le daba mucha envidia. Les preguntó qué tenía que hacer para trabajar allí y le dijeron que si escribía un libro podría trabajar allí. Entonces se puso a escribir novelas. Solo quería cambiar de trabajo.
Acabo de terminar su novela aparecida hace unos meses en España, "Crónica de un vendedor de sangre" (Seix-Barral 2014), y escucharle contar eso me ha hecho recordar momentos de su novela, esa naturalidad con la que se ven las cosas. Cuando le preguntan por la importante Exposición que se está celebrando en Shanghái, contesta sin dudarlo que no siente el más mínimo interés y que no piensa ir a visitarla porque no se le ha perdido nada por allí. ¡Qué gran párrafo habría salido de la boca de otros! El entrevistador está muy interesado en saber qué se siente cuando se es candidato al Premio Nobel y se es también el escritor chino más famoso del momento y Yu Hua le contesta que para recibir el Nobel hay que ser buen escritor y además tener suerte y que, en cualquier caso, es algo que se le escapa.

La novela de Yu Hua es una de esas obras que te reconcilian con la Literatura frente a tanto artificio engorroso, tanta simpleza vacía, tanto mimetismo sin función. La vida es como es, el arte está en contar sin disfrazarla. Y "Crónica de un vendedor de sangre" contiene la vida en cada página, algo que te hace sentir y emocionarte con los vaivenes de algo tan distinto como pueda ser la historia de Xu Sanguan, un sencillo repartidor de capullos de gusano de seda. La vida se pone en marcha con su lógica implacable y nosotros podemos seguirla, como observadores privilegiados, en todo su recorrido a través de una forma distinta de entender el mundo y lo que hacemos en él. Pronto estamos dentro, compartiendo alegrías y penalidades con esos pequeños seres que se nos describen.
Cuando se le preguntó a Yu Hua por la novela "Vivir", señaló que su escritura le había enseñado que "la vida es el resultado de lo que siente cada uno y no tiene nada que ver con lo que piensan los demás". Una gran verdad. Muchas veces el arte trata de convencernos de que todos pensamos lo mismo, confundiéndolo con la bonita palabra "universalidad". Cuando leemos "Crónica de un vendedor de sangre" entramos en una vida palpable, única. Y es esa unicidad la que hace valioso el texto.
La comicidad de Hua es algo más que "humor negro"; es la actitud ante una vida que no controlas, pero que debes vivir porque es la tuya y no hay otra. La historia de Xu Sanguan, de su esposa Xu Yulan, y de Primer Júbilo, Segundo Júbilo y Tercer Júbilo, sus hijos, nos acaba conmoviendo porque logramos entender lo que subyace bajo las palabras y las situaciones, el amor a la vida por encima de todo, enfrentados a un mundo gris. Y el amor a la vida es el amor a los que amamos, a los que la pueblan y nos hacen vivir. La primera y más rotunda enseñanza de esta novela es que no estamos solos, que para bien y para mal, los otros están ahí.


Efectivamente, "la vida es el resultado de lo que siente cada uno" y por eso es única y diferente. La novela de Hua nos trae esa evidencia. Xu Sanguan es Xu Sanguan, una tautología que ese esencial en el arte. Su vida es única porque gira sobre un par de momentos que no controlaba, pero que la fueron dirigiendo como el obstáculo que desvía el curso del río. El mundo es diferente porque un anciano decidió ir a descargarse a los servicios públicos en un mal momento. Xu Yulan, la esposa, exclamará continuamente "¡qué habré hecho en otra vida para merecerme esto!". Quizá la vida sea descubrir que confundimos premios y castigos, que no siempre son fáciles de diferenciar. La vida es el premio, la vida es el castigo. O no hay premios ni castigos y simplemente es vivir.
A través de las páginas vives experiencias conmovedoras sin el menor sentimentalismo y la brutalidad social con una sonrisa. No hay enmascaramiento, solo comprensión de unos personajes que deben sobrevivir a envidias, difamaciones, revoluciones culturales y hambrunas. La escritura de Hua entremezcla todos los elementos saltándose géneros y distinciones, rechazando clasificaciones fáciles. A alguien que confiesa haberse dedicado a la Literatura para dejar de sacar dientes y poder vivir tranquilamente como a los que veía en el edificio de enfrente, la preocupación clasificatoria, los referentes, influencias, etc. le deben traer tan al fresco como la Exposición de Shanghái por la que le preguntaban. 
El crítico Pankaj Mishra contaba en enero de 2009, desde las páginas de The New York Times, en un largo artículo que le dedicaba, la evolución de la escritura de Yu Hua:

Yu claims that he was forced to reconsider his stance of aesthetic autonomy after the events of June 4, 1989, and reconfigure his notion of the relationship between writer and society, especially as he confronted the problems created by China’s breakneck modernization in the 1990s. This meant embracing the old Chinese model of the writer as social critic and a pared-down style of cinematic brevity and much earthy humor. It meant, too, writing about China’s large but invisible majority in the age of globalization: peasants and workers in villages and small towns.*


Las críticas sociales y políticas de Hua son claras y se centran, especialmente, en la Revolución Cultural, época que le tocó vivir directamente. Ha contado con ironía que su imaginación literaria se despertó intentando completar las páginas arrancadas a las obras de ficción que intentaba leer en las bibliotecas. Cada vez que cae una de aquellas obras en sus manos, intenta ver cuánto se acercó a la realidad.
De vanguardismo estético, nos dice Mishra, ha pasado a una forma de escritura centrada más en el detalle expresivo, en la construcción del relato a través de momentos magistralmente elaborados en su desarrollo y selección.
Su escritura, en "Crónicas de un vendedor de sangre", tiene la fluidez de lo popular y una meticulosa estructura que hace que su historia ruede ante nosotros con naturalidad. Y lo que pasa ante nosotros son sus personajes, con sus grandezas y miserias. Ni naturalismo, ni novela histórica, ni comicidad extravagante, sino todo ello dando forma a la vida cotidiana de los que nunca se enteran de la Historia más que por cambios que no acaban de entender, pero que afectan a sus destinos. Es a través de estos pequeños personajes como se nos muestran los cambios y las constantes en los cambios, lo que cambia y no cambia en China.
Puede que no podamos controlar lo que nos ocurre, pero podemos amar. Xu Sanguan descubrirá que ama profundamente a los que dice no poder amar. Es el amor, incluso el que nos resulta incomprensible, el que se verán obligados a reconocer, lo que le da la fuerza y la alegría de vivir; también lo que les trae el dolor y la desesperación. El amor es la fuente de la alegría y del dolor; estar vivo es no ser indiferente. Es en ese tratar de evitarse el dolor unos a otros donde reside el secreto de la vida.
Quizá haga falta extraer más de diez mil dientes para comprenderlo.



— HUA, Yu (2014). Crónica de un vendedor de sangre [1995]. Seix-Barral, Barcelona.
 * "The Bonfire of China’s Vanities" The New York Times 29/01/2009 http://www.nytimes.com/2009/01/25/magazine/25hua-t.html?pagewanted=all&module=Search&mabReward=relbias%3Ar









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