domingo, 7 de septiembre de 2025

La bronca infinita

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La pregunta es necesaria: ¿hay algo con la que no se líe en España? A las dos Españas de toda la vida se une una tercera, la que se aburre de tanta disputa, de este canal monotemático con el que nos inundan ojos, oídos y alma cada día, cada hora, cada minuto.

La discusión es el arte que se ha convertido en el centro de la acción política y, por ello, el que determina el "perfil político", donde se centran los "valores" que se exigen a los que se presentan ante micrófonos y cámaras.

Algunos políticos están empezando a distanciarse de esta esencialidad de la polémica y del insulto y esbozan el principio "no voy a entrar a discutir" o similares, ya sea porque han comprendido que el número de personas hartas crece cada día o sencillamente porque no es su forma de ser, algo raro estando en política.

Dice la filósofa Victoria Camps en el diario El País que “La libertad reducida a puro egoísmo no es libertad”, pues la política reducida a pura discusión tampoco lo es, solo es una forma fácil de llamar la atención.

La "atención" se ha convertido en la gran obsesión de los políticos, que se han dejado convencer por sus equipos de comunicación, una perversión como otra cualquiera. Desde hace tiempo, los estudiosos hablan de algo llamado "economía de la atención", es decir, de la necesidad de ser mirado frente a todos los estímulos que se disputan ese privilegio, una lucha feroz por conseguir retenernos. Nuestra atención es, pues, el objetivo. Para mantenerla son necesarios todo tipo de trucos, entre los que el más manido es la polémica, el insulto, la disputa, la pelea abierta. Se trata de generar un sonido bélico, para el que es necesario el "otro", el "enemigo", la "oposición", etc. frente a los que se mantiene un tono agresivo constante.

Los políticos, empeñados en ello, centran sus discursos en destripar a los otros, en atraernos mediante el apocalipsis constante del que nos advierten. Tiene que haber problemas para que ellos sean la solución. La cuestión se planeta entonces entre los problemas reales de la sociedad y estos otros, los políticos, que son muchas veces mera retórica, ya rutina.

Existen cada vez más problemas reales que quedan en la sombra o que, por el contrario, son reducidos a esa situación de enfrentamiento, incluidos en el programa de conflictos. Algo así está pasando con la Justicia, cuyos problemas reales —lentitud, insuficiencia de medios y de personal, burocracia, etc.— no aparecen en los programas y sí en cambio la cuestión de cómo afecta a los políticos, si asisten o no a un acto, etc.

Podría hablarse de muchos otros sectores que sufren el mismo proceso. Solo salen a la luz cuando se convierte en material de disputas para los grupos. El arte de la problematización política de las carencias pasa a ser esencial y, más si, como es el caso, afectan personalmente a algunos políticos. Su defensa es llevar a primer plano la polémica, crear una cortina de humo de sospechas, recelos e indirectas.

Hay en España cada día más problemas reales, problemas que afectan a los ciudadanos. Cuestiones como la inestabilidad laboral, la vivienda, la sanidad, etc. nos afectan a todos, pero quedan ocultos tras el ruido de los políticos para atraer la atención sobre ellos y sus intereses.

La dimensión mediática de la política moderna obliga a convertir todo en espectáculo, como ya advirtió Guy Debord en su obra clásica. En la primera observación de La sociedad del espectáculo ya se nos dice: "Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una representación."

La política es representación de un producto de esta sociedad en la que el espectáculo debe continuar, una sociedad dirigida a ser consumida a través de imágenes de todo tipo, de la prensa a las redes sociales pasando por la televisión, la radio o cualquier otro medio. Consumimos la "política" como lo hacemos con los anuncios, seriales, etc.

El género textual de la política, su programación, es el conflictivo, una especie de canal temático boxístico centrado en las peleas y discusiones que nos ofrecen. El ejemplo de la entrevista en RTVE del presidente del gobierno ha generado con una sola de sus frases, la referida a la Justicia, un río de contestaciones que mantienen el "espectáculo" vivo. De juristas a analistas del lenguaje corporal, pasando por políticos de todos los grupos se han visto en la necesidad de seguir la discusión propuesta.

Mientras tanto los problemas que nos afectan a todos diariamente quedan aparcados a la espera de ser incluidos en esta suerte de bronca infinita. No significa que se resuelvan, algo que entra en otra dimensión de la política. Simplemente que serán convertidos en material para mantener viva la hoguera de la discusión.

Seis minutos de broncas: el vídeo que resume el tenso clima político en España - La Vanguardia

¿Son conscientes los políticos de que esta forma de actuación produce una reacción negativa, que tiene un coste en rechazo de gente que dejará de votar o que optará por facciones radicales que se aprovechan de la falta de eficacia demostrada? ¿Son conscientes del desinterés que generan en una parte cada vez mayor de la población, especialmente entre los jóvenes que acaban radicalizados y por libre?

La política ya no atrae a los mejores de cada campo capaces de aplicarse en la solución de problemas comunes. La explosión de la corrupción y lo alto que llega nos avisa del tipo de atracción que genera, del tipo de gente que selecciona, de sus perfiles. 

Esto no es único de España, lo que no debe ser ni excusa ni consuelo. Tenemos lo que tenemos por muchos motivos, pero también tenemos la obligación y el derecho de reclamar otra forma de hacer política.

Si, como decía Victoria Camps, el egoísmo no es libertad, tampoco la bronca extrema es "democracia". Las sociedades verdaderamente modernas avanzan asentando libertades comunes, no negando a los demás. En este sentido, vivimos un retroceso que concibe la política como una lucha constante en donde nada está asentado, una forma de polarización creciente mediante la cual los políticos pretenden asegurarse ese público para su espectáculo.

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