Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No sé
porqué pero desde hace años ya nos hemos acostumbrado a la estacionalidad laboral. El fenómeno se repite cada vez que se nos
dan los datos del paro. Los titulares de los medios señalan "Enero cierra
con 231.250 afiliados menos y 60.404 parados más tras el fin de la campaña de
Navidad" (RTVE.es), "España destruye 231.249 empleos tras el fin de
la campaña navideña en el peor enero en cuatro años" (20minutos).
Quizás
no hemos "acostumbrado" por aburrimiento, por no llorar. Hay veces en
que nuestros políticos tan voluntariosos y prometedores (en solo un sentido de
la expresión) prefieren no hacer comentarios ante esta situación. Es más, en
los artículos que aparecen sobre esta cuestión, es decir, sobre estas idas y
venidas del empleo al paro, se desarrollan ingeniosas teorías explicativas.
Según algunas, deberíamos estar hasta contentos por no sé qué extrañas cuentas.
Pero ya saben lo que se dice (injustamente, claro) de las estadísticas.
Voy a
ser simple: toda cifran que me diga que ha aumentado el número de
"parados" es negativa por mucho que me juren que es una cifra
"mejor que las anteriores" con cualquier explicación. Me dan igual las
cuentas y matices.
Ya sabemos
que eso del "pleno empleo" es una utopía, pero no deja de sonarme mal
cualquier cifra negativa que me den pese a los apaños posteriores. Esto se
empieza a parecer demasiado a los discursos de los políticos que dicen haber
ganado aunque hayan perdido. Pero siempre tienen explicación.
¿No hay
otro modelo? Parece ser que no, que esa es la España del turismo, de la post
fiesta, del fin de semana contratado y el lunes a la calle. Es la España del
"si hace sol" o de "a la calle porque no hay nieve", según
donde toque.
Cada
vez pienso más en lo que va a ser de las jubilaciones de una generación que
solo acumula días, semanas o meses según toque antes de que vaya a la calle y
lego la contraten para el siguiente puente.
Entiendo
que es eso que nos llega desde fuera, sin intervención propia, y a la que
llaman "realidad", "destino", "imperativo" o
"esto es lo que hay, lo tomas o lo dejas". Hace muchos años
hablábamos aquí de la España que batía récords de "micro empresas",
que ya no son ni las pequeñas ni las medianas, sino las del trabajador y su
sombra. Pero, claro, entonces presentamos España como el paraíso del
"emprendimiento", que en estos términos significa estar harto de
tanto entra y salir, de firmar contratos y finiquitos, y buscarte la vida.
Entre los datos macroeconómicos que nos dicen que "crecemos más que la media europea" y los apaños estadísticos que nos dicen que tenemos más despidos pero menos parados o al contrario, que te acaban liando; entre unos empresarios a los que hay que dar las gracias no por contratar, sino por no despedir, para los que "nunca es momento" de subir salarios y amenazan con crisis apocalípticas si les quitan becarios o suben el salario mínimo... lo cierto es que se nos ha quedad para la eternidad esta precariedad que frena el crecimiento en diversos sentidos.
Nos
dicen, por otro lado, que nuestros ejecutivos ganan mucho más que antes, que
están por encima de otros países; nos dicen también que bancos y otras grandes
empresas hacen sus agostos (¡qué bonita expresión estacional!) rompiendo los
techos de beneficios, a la vez que anuncian grandes despidos de sus plantillas,
que es su forma de mantener a raya a los gobiernos y sindicatos que invocan
aquello del "¡virgencita, que me quede como estoy!". Y para colmo nos
llega ahora lo de la Inteligencia Artificial, otra excusa para poner a la gente
en la calle.
En este último caso, también nos dicen siempre lo mismo, que en ese sector crecerá el empleo. Ya sabemos que eso es una tontería porque con una buena IA no harán falta muchos desarrolladores porque se desarrolla ella sola.
Lo que
sí está creciendo, y es una pena que no coticen, es el número de estafadores,
que es un tipo de autónomos que saca el poco dinero que tenga la gente, que
acaba endeudada y, si se descuida, como los tres hermanos de Morata de Tajuña.
He
leído varios de los artículos y entrevistas con motivo de estos nuevos datos y
confieso que no me convencen los argumentos por los que se supone que debería
estar contento con el aumento de despidos. Quizá debamos proponer soluciones
como las Navidades de 12 meses o ahora que estamos con calor, el verano único
anual, es decir, de diciembre a diciembre, que dejemos de decir que tenemos un
tiempo primaveral y que digamos que lo nuestro es el verano continuo. Eso
casaría con la noticia de que hemos desbancado a Francia del primer puesto de
turistas extranjeros visitantes. ¡Dan ganas de cambiarse de nacionalidad y
vivir en esta España peculiar como un turista!, algo que saldría muy caro. Como
nos pregonan desde la "silver economy", de mayores debíamos ser
turistas, aunque sea con el IMSERSO.
Algunas
regiones exquisitas se dedicaban en el pasado a despotricar contra lo que
llamaban el "turismo de mochila" o "mochileros". Les
parecía indecente, una provocación ver a alguien tomándose un bocata en un
barco teniendo enfrente toda una oferta de restaurantes y demás esperando a que
entre a gastar. En las fronteras
españolas deberían poner carteles como en los cines, "prohibido entrar con
comida" o algo así.
Tenemos
una importante proporción de economía sumergida, en negro, etc. Es la que
permite a unos sobrevivir y a otros vivir mucho mejor que el resto. Así de mal
repartido está el mundo. Pero son estos últimos los que dan consejitos en la
oreja al mundo político.
Una vez más comprendemos el sentido de este viaje a ninguna parte, un viaje amenizado musicalmente con las disputas políticas a las que mucha gente ya no hace caso. Huérfanos de inteligencia, viajamos a la deriva, guiados por los vientos de los intereses, a los que algunos llaman destino, como quería el mago de Oz para no ser descubierto.
En la vida se puede ser inmensamente rico y querer siempre más; también cada día un poco más pobre aunque no lo desees. Es ley de vida.
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