Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nos
dicen en RTVE.es que los nacimientos en España dan la cifra más baja desde
1941, que es retroceder en el tiempo y, en cierto modo, en la percepción que
tenemos del mundo, del futuro, propio y ajeno. Si creemos que "traer hijos
al mundo", como reza expresión tradicional es una
"responsabilidad", el no traerlo es una falta de esperanza. El
"contigo pan y cebolla", expresión romántica para un amor que solo se
miraba a sí mismo, dejando de lado las dificultades, no se aplica en el caso de
los hijos, que además de tener que estar bien alimentados, tienen que llenar la
cartera de libros nuevos en septiembre, ya no vale heredar la ropa del hermano
(muchos no tienen hermano del que heredar), etc., etc.
Ya no
es que los hijos sean un gasto inasumible por lo bajo de los ingresos paternos,
por la precariedad del empleo, la dificultad de que trabajen ambos
progenitores, etc., sino que tampoco hay donde meterlos dado el precio de la
vivienda.
Si
hacemos un rápido análisis de esta situación que nos lleva a 1941, es decir, a
plena posguerra, con un mundo en ruinas y cientos de miles de muertos, el
balance no es precisamente optimista.
No,
España no puede ser optimista porque este balance, pese a las medallas que los
propios políticos se ponen en el pecho antes de fotografiarse para la buenas
noticias y las descalificaciones diarias, es plenamente negativo.
El
modelo de desarrollo español de las últimas décadas es un desastre social y
personal. Las grandes cifras han ocultado el drama de las pequeñas, que son las
que hacen surgir los dramas vitales, existenciales, de supervivencia. España,
por decirlo así, es un paraíso para otros (turismo) que ha supuesto una
especulación en algo esencial, la vivienda, y un juego infame con el empleo,
cuyas cifras se han ido camuflando para que los políticos no tuvieran que
afrontar su incapacidad para enfrentarse al problema de la precariedad, de la
debilidad empresarial (con cientos de miles de micro empresas, autónomos, etc.)
incapaz de sostenerse más que en mínimos y con todo tipo de trampas sobre el
empleo.
Con
este panorama real, ¿quién puede tener hijos y dónde? Lo único que se mantiene
es el "cómo", que sigue fijo y sin intervención de los gobiernos.
El
drama español es que nuestros políticos se aseguran su futuro pero trabajan
poco por el de los demás. Las soluciones son claras: estabilidad del empleo,
subida de los salarios y bajadas de la vivienda haciéndola accesible. Pero este
país sufrió una de las mayores especulaciones inmobiliarias, especialmente
porque la tradición española es la vivienda en propiedad y no en alquiler, una
mala costumbre que permite convencer a los compradores de que la subida
continua de los precios es un regalo porque nos hace "más ricos". El
problema es que somos hipotéticamente
ricos, aunque no podamos comprar nada porque todas suben y en algún sitio
habrá que vivir, digo yo.
Problemas
como el abandono de los pueblos por falta de servicios (bancos, farmacias,
hospitales, escuelas...), eso que llaman la "España vaciada", el
encarecimiento de las viviendas en la ciudad (especulación, disminución del
tamaño...), la precariedad laboral (contratos temporales o sin registrar,
becarios...), etc. nos hacen ver un presente malo y un futuro peor que se
traduce en esa ausencia de hijos.
Pero
además de la continuidad familiar, los hijos garantizan, si tiene trabajo
estable, el pago de lo único que crece, el número de pensionistas. A la España "vaciada"
y "desempleada", se le añade la España "vieja", la de los
jubilados que han pasado su vida trabajando y cotizando y que ahora hay que
sostener con las cotizaciones de los que trabajan, que cada cotizan menos. La
preocupación ahora es comprobar que con esta situación el futuro es más negro,
que las personas que apenas o no cotizan por su situación dentro de unos años
tendrán que recibir muy poco porque habrán contribuido muy poco o nada.
Mientras
nuestros políticos disputan sobre el poder, los grandes problemas quedan en
manos de la gente que no puede o no quiere solucionarlo, que de los dos hay. La
pobreza de unos es la riqueza de otros, la riqueza especulativa. No se percibe
una solidaridad de futuro, una comprensión de los problemas que nos ofrezca
soluciones reales y no parcheos. Una España de viejos a los que sacar los
cuartos (la "Silver economy") y una España sin niños. Antes el
término "proletario" tenía un sentido en el que solo tenía la fuerza
de los hijos. Ahora, ni eso. La "Baby economy" es también un hecho.
Preguntarse por el futuro y la natalidad con malos empleos y vivienda cara es casi masoquista, pero necesario.
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