Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hoy presentaremos en la Facultad un libro,
"Recuperemos el periodismo" (Gestión 2000 2023), una obra escrita por un grupo de profesionales del periodismo y por personas dedicadas a su enseñanza y análisis
académico, coordinado por Ignacio Bel Mallén.
Hay
títulos que definen un contenido y, en este caso, un problema.
"Recuperar" nos lleva al sentido de una pérdida, algo que muestra una
realidad percibida de la que interesa conocer sus causas. Y eso es la obra, una
indagación múltiple sobre lo que se ha perdido y que absolutamente necesario comprender,
tanto sobre el origen como sobre sus efectos.
Como suele ocurrir en el ámbito cultural, percibimos efectos y asociamos causas. Sin conocer qué ha causado la pérdida es difícil la recuperación. Sin un análisis completo de la situación será difícil revertir las causas y recuperar eso que llamamos "periodismo", un concepto y una actividad que se ha visto sometida a cambios, lo que es parte del desconcierto que surge de las propias preguntas. O, al menos, así debería ser. Sin embargo, a lo largo de las páginas se van sumando razones, causas, errores... que tratan de explicar con claridad dónde está el problema, qué extraña situación es esta en la que la gente, por ejemplo, prefiere escuchar mentiras que le agraden a conocer la verdad de sus errores; qué extraña situación es esta en la que la trivialidad gana espacio mientras que aquello en lo que nos va la existencia es relegado a los últimos rincones de los medios porque, se nos dice, "no interesa".
La "recuperación del periodismo" pasa por dos líneas imprescindibles: el análisis sincero del papel de la actividad y con ello de la profesión, por un lado; y la comprensión de la transformación social acelerada que, en apenas una generación, veinte años, ha dado la vuelta a sus prioridades, por otro.
Lo que
se debate en el fondo es el ajuste, el acoplamiento, entre una profesión con
una tradición, con una línea de trabajo, unos objetivos, etc. y una sociedad a la que se supone le interesa lo que se le ofrece.
El
cambio cultural hacia una sociedad del espectáculo, como describió Guy Debord,
la aceleración de los cambios, en lo que se llamó el "shock del
futuro" (A. Toffler) y el narcisismo de la trivialidad en el que se
produce una inversión jerárquica del acontecimiento y de las personas, se
combinan en una extraña situación en la que son los propios medios los que
elaboran una sociedad que busca verse reflejada en sus gustos de consumo, cada
vez más triviales, ante el horror de una parte de la profesión que siente que se le pide algo que es cada vez más extraño a su función.
La lucha
se da, pues, en el interior de los medios entre los que quieren recuperar un
sentido informativo, donde tratan de ofrecer a los receptores las piezas para
una mejor comprensión del mundo, por un lado. Pero en el otro lado, en los
públicos y audiencias, se da un deseo cada vez más primario de imponer sus
gustos, un narcisismo desarrollado socialmente en un mundo de pantallas y
redes, un mundo en el que todos quieren su hueco, su momento de fama.
Parte
del problema se puede establecer en esos términos, en ese conflicto, en una
tensión entre el deseo y las posibilidades de satisfacerlo. Esas posibilidades
abren, a su vez, el debate mediático entre su concepción empresarial y su
función socio-informativa. La primera puede anteponer el beneficio o la
supervivencia; plantea que lo que el público quiere es lo que el público debe
recibir; la segunda, en cambio, plantea la necesidad de información como una
exigencia de las sociedades democráticas. Quizá el problema esté en que hemos
dejado de valorar socialmente todos estos conceptos, que pensemos que se puede
vivir en las democracias sin plantearse el conocimiento de la realidad, de
estar informados sobre sus agentes, sobre sus actos y sus consecuencias; que se
puede vivir en el mundo sin saber apenas nada de él; que nadie nos puede manipular
porque estamos "bien informados" a través de vías alternativas.
Las
democracias no se pueden permitir el narcisismo social porque el narcisismo es,
por definición, acrítico. La democracia necesita, por contra, de la autocrítica
para poder mejorar eliminando lo que nos causa daño. Y ese es precisamente el
papel funcional de la actividad periodística: no alagar el ego social sino someterlo
a revisión, algo que solo se puede hacer sacando al fantasioso de su mundo y
trayéndole a una realidad.
Lo que conocemos del mundo es mayoritariamente lo que se nos ofrece a través de los medios. Todos los días se nos habla de lugares que nunca visitaremos, de situaciones de las que no estamos próximos y de gente que nunca conoceremos. Pero están ahí, forman parte de un mundo interconectado, que tiene lazos más o menos evidentes con mi propio mundo. Si los medios, en vez de mostrarlo, contribuyen a crear burbujas de trivialidad, si yo solo acepto lo que me satisface y convierto la información en un relajante masaje, son muchos los problemas reales que quedarán en la sombra.
Me han
contado hace unos días el plante de una redacción ante los responsables de la dirección. Los
periodistas, en grupo, pidieron una reunión con la dirección y manifestaron el descontento que sentían ante la nueva orientación informativa.
No se consideraban ni agentes promocionales ni entretenedores de las audiencias,
sino profesionales con una función informativa. No consideraban que su trabajo
fuera "entretener" al público.
Esto se
está produciendo en muchas mentes y lugares, lo manifiesten o no dentro de los medios. La
conciencia de no estar cumpliendo con su profesión real, de haber sido
derivados a otra función está empezando a ser más fuerte, tal como manifiestan
los diversos capítulos del libro que tenemos hoy ante nosotros.
Las
explicaciones difieren según la perspectiva de cada uno de los autores, pero
creo que el origen es esa situación encadenada en la que los cambios sociales,
el cambio de foco, nos obligan a cambiar para ajustarnos a las demandas de los públicos. Si el problema está en el público, como señala Lucía
Méndez, en su artículo en la obra, entonces es grave porque "el cliente
siempre tiene razón". Educar al público para que se olvide de sí mismo, de
la trivialidad creciente con la que se le alimenta, que sea consciente de su
importancia, de la importancia de estar bien informado no será fácil en una
sociedad cada vez más narcisista.
Hacerlo
compete no solo a los medios y a sus profesionales, sino a las instancias
educativas, a la política, a todo aquello que nos saque de nosotros mismos y
nuestros placeres y fijaciones y nos lleve hacia una madurez vital que nos haga
ser conscientes de lo que nos rodea. No es otra la función periodística,
contarnos el mundo, hacerlo de una forma inteligente y crítica.
Los
problemas son muchos y de diferentes órdenes. Todos están entrelazados, de los
educativos a los políticos o económicos. Unos llevan a otros y la salida hacia
la trivialidad deseada se defiende como forma de subsistencia. Por eso hace
falta "recuperar el periodismo" porque recuperando su actividad
significará que hemos recuperado un público mejor, un público interesado en el
mundo y su funcionamiento.
Podemos
debatir sobre quién empezó esto, si los medios dando materiales inocuos o si
las audiencias demandando trivialidad. Pero quizá debamos centrarnos en la idea
de recuperación, no sea que nos quedemos sin nada sobre lo que discutir.
Puesto
que estamos en la universidad, me quedo con una idea de nuestro invitado Carlos
Sánchez. La debilidad del periodista también procede de su mejor o peor formación.
La capacidad crítico informativa depende en gran medida de su capacidad de
comprender y de explicar a otros. Es difícil informar si no se entiende; es
difícil no ser manipulado si no controla la información, máxime en un mundo
donde los cantos de sirena buscan atraer al informador para hacerse con su
voluntad y convertirlo en mera correa de transmisión.
La
Universidad no puede esconder su propia responsabilidad en la formación de los
profesionales. Eso incluye al propio estudiante que debe entender que su fuerza
profesional se fundará siempre en su conocimiento de las materias de las que se
ocupe.
Creo
que este libro es un buen puñado de ideas hecho para ponernos en marcha
reflexionando sobre una profesión que hay que recuperar porque sin ella el
mundo no solo será peor sino que no lo sabremos.
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