Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Las recetas que nos dan en La Vanguardia para tratar de alcanzar esta serenidad con tendencia al desequilibrio son de sentido común; pero no todo depende de nosotros, sino de lo que nos dejen hacer, lo que nos obliguen a hacer o lo que no podamos hacer. No es solo cosa nuestra y son muchos los factores implicados.
Durante
años, llegadas estas fechas, los medios de comunicación nos informaban sobre
dos fenómenos relacionados con el regreso: el llamado síndrome postvacacional y
lo que costaba el material escolar para cada familia. Al rededor de estos dos temas
se generaban una serie de informaciones casi calcadas cada septiembre. Los
psicólogos se alternaban para decir unos que el síndrome no existía mientras
otros nos daban consejos sobre cómo superarlo. El coste de la vuelta al cole,
en cambio, era unánime solo discrepando en la cifra del gasto por estudiante y
familia, unos euros un poco más arriba y otros unos pocos más abajo.
Esta
vez ya no tememos los efectos de dejar las vacaciones atrás y sumergirnos en
las rutinas, entre otras cosas porque todo ha cambiado y lo que hay es
incertidumbre. Lo que se repetía cada año es ahora una nebulosa que se abre
ante nosotros con música siniestra de fondo, como manda el género de terror.
Frente
a los tradicionales lloros del niño que va por primera vez al cole, ahora
lloramos todos, de la guardería al doctorado, pasando por institutos, grados y
posgrados. La extinción de otro verano extraño para muchos, igual a cualquier
otro para los irresponsables o incluso más divertidos para los narcisistas
furibundos, no impulsa hacia un septiembre con síndrome, esta vez,
apocalíptico.
Las
cadenas televisivas no ayudan mucho y se han pasado el verano programando más y más películas de epidemias y desastres bacteriológicos, radioactivos o de invasiones
espaciales, contribuyendo a la creación de este
septiembre apocalíptico en el que mañana pondremos un pie, pasando —como en Stargate— a otra dimensión. Lo que nos
espera al otro lado es un gran agujero en el que las apariencias pueden
engañarnos, descubriendo que nos encontramos en un mundo parecido al que
dejamos pero un tanto inquietante, regido por leyes distintas, en donde todos
pueden mirarte de forma sospechosa y tú sorprendente por el comportamiento de
los otros. Es una mezcla entre La semilla
del Diablo, El resplandor y La familia y uno más, pues todo nos parecerán
aglomeraciones.
Mi
nuevo equipamiento escolar incluye mascarillas (de las que he hecho acopio para
las tres próximas pandemias), geles (como para limpiar los océanos), guantes de
látex (para equipar diez quirófanos en diez años), varias pantallas protectoras
y hasta un termómetro de esos de pistola, con el que me doy cierto aire a lo
Bond.
También me he equipado tecnológicamente con nuevo portátil (entes de que escasearan, como ahora, por tanto teletrabajador), nueva cámara web y un micrófono bluetooth de solapa porque me temo que nadie me escuche detrás de la mascarilla y la pantalla plástica a las distancias que estarán mis alumnos, suponiendo que alguno vaya al aula y no se quede viéndome en la pantalla del ordenador.
Con todo, mis mayores pesadillas las tengo al ver las imágenes del transporte público, en el que me tengo que desplazar unas dos horas al día, una de ida y otra de vuelta. Ver ese amasijo de personas, es espeluznante en estos tiempos de distancia sociales. Otra batalla por delante.
También me he equipado tecnológicamente con nuevo portátil (entes de que escasearan, como ahora, por tanto teletrabajador), nueva cámara web y un micrófono bluetooth de solapa porque me temo que nadie me escuche detrás de la mascarilla y la pantalla plástica a las distancias que estarán mis alumnos, suponiendo que alguno vaya al aula y no se quede viéndome en la pantalla del ordenador.
Con todo, mis mayores pesadillas las tengo al ver las imágenes del transporte público, en el que me tengo que desplazar unas dos horas al día, una de ida y otra de vuelta. Ver ese amasijo de personas, es espeluznante en estos tiempos de distancia sociales. Otra batalla por delante.
La incertidumbre no se resuelve solo con las medidas de los políticos, que
hacen un uso absolutista y abusivo de la
palabra "seguro". La incertidumbre se vive en cada instante ante lo
que esperas encontrarte fuera. "Dentro" y
"fuera" son conceptos espaciales, pero sobre todo psicológicos.
Implican la seguridad y la inseguridad. Y lo malo es que ese "afuera"
inseguro se ha ido extendiendo como una mancha oscura a nuestro alrededor.
La
Vanguardia intenta ayudarnos desde un titular, "Cómo afrontar con serenidad
una vuelta al trabajo tan incierta y atípica". ¡Serenidad, qué bonita y
clásica palabra! ¡Qué hermoso estado de ánimo! Lo malo de este término es que
también es lo que se pide en incendios o hundimientos de barcos.
Escribe
Rocío Carmona en el artículo citado:
Pero este inicio de curso no va a ser como
los demás. La primera diferencia con que muchos van a toparse es que no será
exactamente un regreso, al menos no en un sentido estricto, puesto que muchas
personas ni siquiera volverán físicamente a su oficina, sino que se quedarán en
su casa para continuar teletrabajando, o bien se reincorporarán de forma
parcial utilizando fórmulas mixtas de presencialidad y trabajo en remoto. Para
otras, es precisamente el volver a pisar la oficina, tras meses de no coincidir
con sus compañeros, lo que añade ansiedad y exige un esfuerzo extra en esta
reentré.
La vuelta también va a estar teñida por la
incertidumbre que rodea al último cuatrimestre del año, con la crisis económica
planeando sobre nuestras cabezas y las dificultades de conciliación que para
muchas personas está conllevando la pandemia.
Helena Thomas, profesora colaboradora de los
Estudios de Economía y Empresa de la UOC, explica: “El principal problema de la
situación actual es la incertidumbre, cómo nos va a afectar en el trabajo, en
nuestra vida personal, en nuestra vida familiar, si vamos a tener que estar en
casa o deberemos solicitar algún permiso para cuidarnos o cuidar a una persona
que dependa de nosotros. En este sentido, es bueno hacer un uso proporcional de
la información. Muchas situaciones de ansiedad que se han dado durante el
confinamiento han sido por un exceso de información, muchas veces
contradictoria. Y por la necesidad de estar permanentemente informados,
actualizados”.*
La
incertidumbre es, desde luego, el estado más extendido y esto nos lleva a la
angustia. Por más que se nos den consejos sobre cómo gestionar esta situación,
nadie está feliz con ella evidentemente. No tengo clara la cuestión del
"exceso de información", creo que es, en efecto, algo que se ha ido
resaltando, pero no sé si es una cuestión de "cantidad" o de "calidad"
de la información.
La tendencia
emocional, previa a la pandemia, ya se había convertido en un estándar comunicativo. Esta
forma de sembrar inquietudes desde los mismos titulares usando términos rotundos
e intimidadores no han ayudado mucho. Recuerdo unas declaraciones de personas
muy mayores, al comienzo de la pandemia, confesando sentirse abrumados y en
permanente angustia ante las noticias de las muertes en las residencias.
Deberían
realizarse muchos análisis sobre la forma en que se ha informado en una
situación de una gravedad como esta. Ha habido muy poca reflexión por parte de
la mayoría de los medios que no han medido (o no les han importando) los
efectos psicológicos sobre diferentes partes de la población, que tiene
perfiles de edad (sobre todo) muy diferentes y, por ello, reacciona de muchas
maneras. Habrá que crear unos nuevos modos "sensibles" de comunicar
para asegurarse que se informa de una manera correcta.
Las recetas que nos dan en La Vanguardia para tratar de alcanzar esta serenidad con tendencia al desequilibrio son de sentido común; pero no todo depende de nosotros, sino de lo que nos dejen hacer, lo que nos obliguen a hacer o lo que no podamos hacer. No es solo cosa nuestra y son muchos los factores implicados.
Pero hay algo cierto. No sabemos qué ocurrirá, pero sí sabemos lo que podemos hacer. Hay que tener algo claro: mucho depende de nosotros, de nuestra capacidad para velar por nuestra seguridad. La mejor manera de manejar esto es adelantarse, no estar esperando a que otros hagan o decidan. Es molesto extender la vigilancia las 24 horas del día, pero es el único remedio y la única actitud que nos puede sacar de cierta incertidumbre. Haz lo que esté en tu mano; no esperes que la solución llegue de fuera. Es más seguro. Somos nosotros los que reducimos riesgos si somos conscientes de ellos, que es donde está el problema. Hay que tratar de relajarse, algo fácil de decir pero difícil de hacer. Por mucho que lo repitamos siempre habrá tensión, pero hay que aprender a vivir con ello, no olvidando, sino por el contrario recordando en todo momento qué es peligroso.
Sí,
este septiembre es completamente nuevo y esperemos que irrepetible.
* Rocío
Carmona "Cómo afrontar con serenidad una vuelta al trabajo tan incierta y
atípica" La Vanguardia 31/08/2020
https://www.lavanguardia.com/vivo/lifestyle/20200831/483133996389/vuelta-al-trabajo.html