Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Se
queja el editorial de hoy del diario El País de la ausencia de Europa —de su rapto electoral— de los
debates y programas de nuestra castiza democracia. Y tiene razón.
Muchas
veces comento con personas extranjeras, comunitarias —el otro día lo hacía con
un colega rumano— o extra comunitarias, que lo mejor que le ha pasado a España
ha sido la entrada en la Unión. Para los que tienen memoria —por la edad— de lo
que había antes y de lo que hubo después esto es una evidencia vivida.
Esto
tiene el añadido de la distancia tradicional distancia de Europa e incluso
nuestro orgulloso casticismo que va del "¡que inventen ellos!", ser
"la reserva espiritual de occidente" al "Europa empieza en los
Pirineos". Es pues injusto y peligroso que los políticos españoles se
olviden de Europa.
Algunos
pensaran que se reservan estos temas para cuando lleguen las
"europeas", que ahora son elecciones mientras que antes eran
bañistas. Hasta en eso hemos cambiado. Otros piensan, en cambio, que es peligroso
en estos momentos abrir el pastel europeo para evitar sacar los temas
correlacionados, como la inmigración, que podrían —como ocurrió en Italia— ser
manipulados. No sé si nuestros políticos se olvida de Europa por ser desmemoriados,
por ser incapaces de pensar en términos europeos o porque son "finos"
estrategas.
La
zafiedad demostrada en este tiempo me hace desestimar la tercera posibilidad y
centrarme en una mezcla de las dos primeras.
Sin
embargo, pese a tener políticos tan cultivados como los que tenemos en esta
hornada de 2019, me da la impresión que el tema europeo ha quedado fuera de sus
mentes en lo que para ellos es lo decisivo, el juego local.
Sigue
siendo una asignatura pendiente la conexión entre la política nacional y la
europea. No hay una continuidad más que cuando se convierte en una forma de
ataque a la Unión, como ha ocurrido donde los populismos más han avanzado, del
Brexit a los insultos húngaros del impresentable Viktor Orbán y sus secuaces
ministeriales y del partido, que se dedican a atacar a Europa en sus giras mundiales.
Parece
que solo los antieuropeístas tratan de Europa; son los que no tienen nada que
perder. Esto es suicida. En términos ajedrecísticos, los antieuropeos juegan
con blancas, mientras que los neutros y los europeístas se dejan ganar el
terreno ganando sus votos con la idea de destruir la Unión o de los cambios de
rumbos con esa idea absurda de la "Europa de los pueblos" o la
"Europa de las naciones". "Pueblos" y "naciones"
son ideas decimonónicas, establecidas claramente para crear uniones frente a
terceros, que suelen ser los vecinos. Son conceptos románticos que han tenido
su rastro de guerras y sangre.
Los
políticos del nivel nacional siguen sin darse cuenta —es una forma de decirlo,
porque lo saben— que es en Europa donde se deben decidir el trazado de nuestros
límites, los planos de las estructuras y que a ellos les cabe el desarrollo y
la "decoración" de lo que debe estar pactado en el nivel de
integración superior. Por eso el europeísmo de los políticos nacionales es
siempre un ejercicio de autolimitación. No se trata de renunciar a nada, sino
de debatirlo en una instancia superior de la que deben después ir hacia el
resto, a todos. Pero eso supone una pérdida de protagonismo, a lo que no
quieren arriesgarse.
La
construcción de Europa está diseñada para aspirar a la convergencia, al acuerdo.,
Cuanta más separación y discrepancia exista entre sus miembros, es peor para el
conjunto y para cado uno. Es la estrategia de los que como Orbán y los que
estaban tras el Brexit buscan la ruptura con Europa. Con todo, los casos son
distintos, pero pueden tener consecuencias igualmente desastrosas.
Lo que
es una evidencia es que Europa necesita de la participación comprometida de
todos, ya sea aplicando soluciones o buscándolas con honestidad y solidaridad.
Hacer juegos peligrosos con la unidad, dirigir contra ellas los malos
resultados locales, responsabilizarla de lo que es responsabilidad de los
dirigentes, etc. es el peor camino.
Hay a
quienes les interesa que Europa funcione; hay otros, por el contrario, que buscan
su entierro. En España Europa ha funcionado y el salto en bienestar, democracia
y justicia que se pudo dar se dio en un tiempo récord. Pero como todo lo
valioso, debe ser cuidado y mantenido lejos de inútiles y malintencionados.
Creo
que la nueva generación no ha entendido la España recibimos y cómo avanzamos
hacia un país mejor. Recuerdo personalidades que habían vivido en la España
anterior y regresaron diez años después diciendo que apenas habían podido
reconocerla. No se trataba de una cuestión económica, sino el cambio de
mentalidades, de actitudes y de ilusiones.
Es necesaria es energía e ilusión. Nuestra
enorme crisis fue por no hacer caso a Europa, por seguir basándonos en el "ladrillo"
y en los créditos fáciles. Hoy volvemos a eso mismo, según nos dicen cada día. Nos
dicen que debemos reducir la amplitud de la brecha que se está abriendo por la
insolidaridad, el egoísmo del sistema económica que ha interiorizado la
explotación como forma normalizada, y nos advierten de los males de la
precariedad. Son nuestros males de los que Europa nos avisa.
Habrá
un día, si seguimos por este camino, nos volvamos a acordar de Europa. Y a lo
mejor la Unión ya es otra cosa o ya no es, simplemente. Cuidemos lo mejor que
nos ha pasado.
Comparto con el editorial citado la idea de lo incomprensible de este nuevo "rapto de Europa". Espero que no lo paguemos todos. Nuestros showmen se dirigen a sus públicos con unos mensajes tan burdos y agresivos que las ideas creativas sobre Europa quedan lejos.
A lo mejor no hace falta atacar a Europa y basta con olvidarse de ella.
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