"La
influencia de lo que se escribe es absolutamente nula", nos advierte
Rafael Sánchez Ferlosio desde el otro mundo, en este caso el programa
radiofónico Efecto Doppler, de Radio Nacional. ¿Es cierto? Habría que matizar
muchas cosas y definir qué entendemos por "influir" y por
"escribir", pero creo que en cierto sentido —y por ir más allá— hay
un aspecto más peligroso de lo planteado por Sánchez Ferlosio, que es el
ascenso de lo trivial frente al hundimiento de lo esencial.
No
podemos decir que no haya "comunicación" o que lo que se escribe no
tenga trascendencia. De hecho, el gran peligro es precisamente el de la
trascendencia de lo intrascendente. El fenómeno del que hablamos es el de la
trivialización densa, por decirlo así. No hay ligereza en lo intrascendente,
sino una densidad envolvente, una asfixia progresiva que nos transforma en
animales que volvemos a las aguas, pasamos del pulmón a las branquias. Respirar
es absorber las aguas polutas que nos envuelven.
Para
Sánchez Ferlosio, "escribir" e "influir" es algo de un
mundo anterior, un mundo en el que se escribía con una intención y se leía con
atención. Eso no existe para las generaciones que han llegado al universo
caótico y cacofónico actual.
Sánchez
Ferlosio crece en un universo diferente, en otro planeta. En aquel mundo
existían las referencias intelectuales; en este no. La palabra que define el
cambio es la del intelectual. En el universo de Sánchez Ferlosio existían
referencias intelectuales y morales a las que, sobre todo, se leía, frente al
aparataje audiovisual actual, de alta velocidad y poca atención o, si se
prefieren, de llamadas constantes que apenas permiten fijarla. Ha aumentado la
velocidad, ha disminuido la atención. Es la diferencia en contemplar el paisaje
mientras se pasea en bicicleta o ver cómo este desaparece en un tren de alta velocidad.
H. Arendt, A. Camus y J.P. Sartre |
En el
universo de Sánchez Ferlosio existían voces respetadas que provenían del mundo
de las artes, de la escritura, de la ciencia, incluso de la política. Me
refiero a un J.P. Sartre, a un A. Camus, a una S. de Beauvoir, en Francia; a un
Chesterton, un G. Green en la Inglaterra del caos actual; a un Andréi Sajárov,
un Aleksandr Solzhenitsyn; a un I. Montanelli, un Pavese, un Pasolini. En
nuestra lengua, Unamuno y Ortega, Azorín, O. Paz. A. Reyes... Ha sido en la
América de habla hispana donde más tiempo se ha mantenido el respeto a la
palabra y a quien la cultiva para llevar ideas, análisis a la sociedad. En resumen, gente que tenía algo decir, lo
escribía y se leía. Eran un contrapoder independiente.
Se
podía hablar de libros influyentes en generaciones a los que nadie se atrevería
a aplicar la etiqueta de best seller, de La náusea a El Extranjero, de Cien
años de soledad a Siddharta o El Lobo estepario. El cine tenía también sus
pensadores, de un Fellini aun Bergman. La pintura tenía también los suyos. Tampoco
la ciencia estaba muda y podemos leer las reflexiones de grandes científicos
sobre el mundo y el ser humano.
En ese
universo polifónico era posible escuchar voces. En este es difícil porque existen
demasiados ruidos, por un lado, pero por otro el mensaje ha perdido vitalidad
enmascarándose para ocultar su debilidad. Es la sociedad del espectáculo, el
show universal.
Entiendo
la tristeza de Sánchez Ferlosio. Su mundo era un espacio de intelectuales, de
referencias culturales, de artículos que se comentaban, de libros que se
releían. Habría que recurrir a McLuhan y decir que cuando entró la TV ya fue
posible hacer trucos de magia que la página impresa o la radio incluso no
permitían. La imagen trajo a los magos con sus chisteras, con su exhibicionismo,
su narcisismo. Pronto al razonamiento le siguió la fascinación envolvente.
"No
hay que querer apartar las apariencias (la seducción de- las imágenes). Es
necesario que este intento fracase para que la ausencia de verdad no salga a la
luz", escribe Jean Baudrillard en Sobre la seducción (1981). Vivimos en un
mundo que trata de encubrir su vaciedad con intensidad, con bombardeos, con
hiperestimulación para esconder precisamente su propia vaciedad. Es el exceso
de voces que trata de tapar la ausencia de la palabra o del sentido.
Hoy
tenemos el desgraciado ejemplo del Brexit para comprender lo que es andar sin
saber a dónde se va, dirigidos por demagogos que hablan sin decir. El
espectáculo que abochorna al propio Reino Unido es una lección de futuro desde
el propio presente. Un parlamento, un lugar pensado para el debate, la
racionalidad, etc. se convierte en el altar de la ceremonia de la confusión. El
ascenso de los cómicos a las presidencias dice mucho de los cómicos y de sus
espectadores y votantes. El mundo camina hacia el chiste.
A. Solzhenitsyn y H. Hesse |
Escribir
ya no influye. Para influir tiene que haber respeto y atención, que no son precisamente
los signos de estos tiempos. Escribir, para Sánchez Ferlosio, es un acto de
racionalidad explicativa, una transmisión al otro de las reflexiones que el
mundo suscita. Hoy existen los llamados "influencers", un ejemplo de
cómo son los medios los que determinan el mensaje y cómo son los mensajes los
que modelan las mentes colectivas a través de los flujos invisibles de
información que cruzan el mundo.
El
empobrecimiento del discurso social es evidente. El silenciamiento u olvido de
las voces significativas es un hecho. Creo que el hecho determinante proviene de
la propia potencia de los medios para configurar la opinión. La intensidad y
poder de los medios han determinado irónicamente su vaciedad. Esto ya lo dijo
Marshall McLuhan: un medio es tanto más trivial cuanto mayor es su alcance. Gran verdad.
Todo
ello lleva a una serie de reflexiones sombrías sobre la propia evolución de
nuestras sociedades mediáticas. La comunicación se ha convertido en mercancía,
es el hecho del intercambio lo que genera el valor y no la calidad de las ideas
transmitidas. De ahí que el valor hoy esté determinado por el número de visitas,
descargas o cualquier mecanismo de medición. No se entra en la calidad de lo
dicho, sino en cuántos han sido "alcanzados". Ante esta perspectiva,
la lógica del negocio nos dice que es lo trivial lo que llega más lejos. Es el
espectáculo... que debe continuar.
La
tristeza de Rafael Sánchez Ferlosio es la de ver que el gran teatro del mundo
se ha convertido en un inmenso circo romano virtual. Pese a ello, no hay que cesar. Hay que escribir como si se influyera, como si sirviera para algo, como si al final de un aula, al fondo de una sala, hubiera alguien que trata de esconder el hecho escandaloso de atender, de estar interesado, de intentar comprender. Solo un pequeño destello en sus ojos permite suponerlo. Es una esperanza.
A. Einstein y W. Heisenberg |
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