miércoles, 3 de abril de 2019

La palabra sin influencia

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
"La influencia de lo que se escribe es absolutamente nula", nos advierte Rafael Sánchez Ferlosio desde el otro mundo, en este caso el programa radiofónico Efecto Doppler, de Radio Nacional. ¿Es cierto? Habría que matizar muchas cosas y definir qué entendemos por "influir" y por "escribir", pero creo que en cierto sentido —y por ir más allá— hay un aspecto más peligroso de lo planteado por Sánchez Ferlosio, que es el ascenso de lo trivial frente al hundimiento de lo esencial.
No podemos decir que no haya "comunicación" o que lo que se escribe no tenga trascendencia. De hecho, el gran peligro es precisamente el de la trascendencia de lo intrascendente. El fenómeno del que hablamos es el de la trivialización densa, por decirlo así. No hay ligereza en lo intrascendente, sino una densidad envolvente, una asfixia progresiva que nos transforma en animales que volvemos a las aguas, pasamos del pulmón a las branquias. Respirar es absorber las aguas polutas que nos envuelven.
Para Sánchez Ferlosio, "escribir" e "influir" es algo de un mundo anterior, un mundo en el que se escribía con una intención y se leía con atención. Eso no existe para las generaciones que han llegado al universo caótico y cacofónico actual.
Sánchez Ferlosio crece en un universo diferente, en otro planeta. En aquel mundo existían las referencias intelectuales; en este no. La palabra que define el cambio es la del intelectual. En el universo de Sánchez Ferlosio existían referencias intelectuales y morales a las que, sobre todo, se leía, frente al aparataje audiovisual actual, de alta velocidad y poca atención o, si se prefieren, de llamadas constantes que apenas permiten fijarla. Ha aumentado la velocidad, ha disminuido la atención. Es la diferencia en contemplar el paisaje mientras se pasea en bicicleta o ver cómo este desaparece en un tren de alta velocidad.

H. Arendt, A. Camus y J.P. Sartre
En el universo de Sánchez Ferlosio existían voces respetadas que provenían del mundo de las artes, de la escritura, de la ciencia, incluso de la política. Me refiero a un J.P. Sartre, a un A. Camus, a una S. de Beauvoir, en Francia; a un Chesterton, un G. Green en la Inglaterra del caos actual; a un Andréi Sajárov, un Aleksandr Solzhenitsyn; a un I. Montanelli, un Pavese, un Pasolini. En nuestra lengua, Unamuno y Ortega, Azorín, O. Paz. A. Reyes... Ha sido en la América de habla hispana donde más tiempo se ha mantenido el respeto a la palabra y a quien la cultiva para llevar ideas, análisis a la sociedad.  En resumen, gente que tenía algo decir, lo escribía y se leía. Eran un contrapoder independiente.
Se podía hablar de libros influyentes en generaciones a los que nadie se atrevería a aplicar la etiqueta de best seller, de La náusea a El Extranjero, de Cien años de soledad a Siddharta o El Lobo estepario. El cine tenía también sus pensadores, de un Fellini aun Bergman. La pintura tenía también los suyos. Tampoco la ciencia estaba muda y podemos leer las reflexiones de grandes científicos sobre el mundo y el ser humano.
En ese universo polifónico era posible escuchar voces. En este es difícil porque existen demasiados ruidos, por un lado, pero por otro el mensaje ha perdido vitalidad enmascarándose para ocultar su debilidad. Es la sociedad del espectáculo, el show universal.


Entiendo la tristeza de Sánchez Ferlosio. Su mundo era un espacio de intelectuales, de referencias culturales, de artículos que se comentaban, de libros que se releían. Habría que recurrir a McLuhan y decir que cuando entró la TV ya fue posible hacer trucos de magia que la página impresa o la radio incluso no permitían. La imagen trajo a los magos con sus chisteras, con su exhibicionismo, su narcisismo. Pronto al razonamiento le siguió la fascinación envolvente.
"No hay que querer apartar las apariencias (la seducción de- las imágenes). Es necesario que este intento fracase para que la ausencia de verdad no salga a la luz", escribe Jean Baudrillard en Sobre la seducción (1981). Vivimos en un mundo que trata de encubrir su vaciedad con intensidad, con bombardeos, con hiperestimulación para esconder precisamente su propia vaciedad. Es el exceso de voces que trata de tapar la ausencia de la palabra o del sentido.
Hoy tenemos el desgraciado ejemplo del Brexit para comprender lo que es andar sin saber a dónde se va, dirigidos por demagogos que hablan sin decir. El espectáculo que abochorna al propio Reino Unido es una lección de futuro desde el propio presente. Un parlamento, un lugar pensado para el debate, la racionalidad, etc. se convierte en el altar de la ceremonia de la confusión. El ascenso de los cómicos a las presidencias dice mucho de los cómicos y de sus espectadores y votantes. El mundo camina hacia el chiste.

A. Solzhenitsyn y H. Hesse
Escribir ya no influye. Para influir tiene que haber respeto y atención, que no son precisamente los signos de estos tiempos. Escribir, para Sánchez Ferlosio, es un acto de racionalidad explicativa, una transmisión al otro de las reflexiones que el mundo suscita. Hoy existen los llamados "influencers", un ejemplo de cómo son los medios los que determinan el mensaje y cómo son los mensajes los que modelan las mentes colectivas a través de los flujos invisibles de información que cruzan el mundo.
El empobrecimiento del discurso social es evidente. El silenciamiento u olvido de las voces significativas es un hecho. Creo que el hecho determinante proviene de la propia potencia de los medios para configurar la opinión. La intensidad y poder de los medios han determinado irónicamente su vaciedad. Esto ya lo dijo Marshall McLuhan: un medio es tanto más trivial cuanto mayor es su alcance. Gran verdad.
Todo ello lleva a una serie de reflexiones sombrías sobre la propia evolución de nuestras sociedades mediáticas. La comunicación se ha convertido en mercancía, es el hecho del intercambio lo que genera el valor y no la calidad de las ideas transmitidas. De ahí que el valor hoy esté determinado por el número de visitas, descargas o cualquier mecanismo de medición. No se entra en la calidad de lo dicho, sino en cuántos han sido "alcanzados". Ante esta perspectiva, la lógica del negocio nos dice que es lo trivial lo que llega más lejos. Es el espectáculo... que debe continuar.
La tristeza de Rafael Sánchez Ferlosio es la de ver que el gran teatro del mundo se ha convertido en un inmenso circo romano virtual. Pese a ello, no hay que cesar. Hay que escribir como si se influyera, como si sirviera para algo, como si al final de un aula, al fondo de una sala, hubiera alguien que trata de esconder el hecho escandaloso de atender, de estar interesado, de intentar comprender. Solo un pequeño destello en sus ojos permite suponerlo. Es una esperanza.


A. Einstein y W. Heisenberg

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