Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
relación entre lo conocido y lo desconocido y entre lo previsible y lo
imprevisible definen nuestras vidas. Allí donde las demás especies sobre la faz
de la tierra solo se preocupan del día a día, que no va más allá de alimentarse
y salvar el pellejo, nosotros tenemos un don que se parece muchas veces a un
castigo: el futuro.
Casi
todas las culturas han tenido una relación ambigua con el futuro, lo que quiere
decir que lo esperamos, pero también que lo tememos porque nos provoca
inseguridad, angustia. Casi todas han desarrollado creencias tranquilizadoras,
ya sea construyendo historias que nos traen algún tipo de sosiego o
desarrollando técnicas con las que pretendemos adentrarnos en él y tratar de
evitar sus obstáculos o consecuencias. Ya sea que nos prometan un buen futuro
si seguimos las reglas adecuadas en el presente o si alguien nos asegura que tiene las llaves de
nuestra vida futura, la preocupación no
cesa.
La
buena suerte, la mala suerte, el destino, el azar, etc. todo tiende a tratar de
explicar lo que nos ocurre. Muchas veces, sin embargo, nos cuesta reconocer que
es nuestra propia estupidez la que escribe los capítulos más notables y oscuros
de nuestra biografía, individual o colectiva. Quizá sea esta característica de
la dependencia de los demás, es decir, nuestra red de relaciones la que nos
hace más sensibles a lo que ocurre a nuestro alrededor.
El
escritor William Boyd es entrevistado por el diario El País con motivo de la
publicación de su última novela, titulada El
amor es ciego. En la entrevista se habla de esta forma de ver la relación
entre los acontecimientos y el futuro:
P. La novela ocurre cuando acaba
el siglo XIX y los personajes se preguntan qué pasara en el XX.
R. El gran cambio de siglo no pasa
hasta 1914, cuando comenzó la I Guerra Mundial. Encendió la mecha un asesino en
Sarajevo, fue un hecho azaroso, muy desafortunado. Si el archiduque no hubiera
hecho ese viaje, si el conductor no se hubiera despistado, si el asesino se
hubiera ido antes de la panadería… Este es un ejemplo para mí de lo azaroso que
es el universo y eso es de alguna forma lo que le pasó al siglo XIX…
P. Y al siglo XX…
R. ¡Y al XXI! Fíjese en el Brexit.
He aquí un ejemplo de la estupidez aleatoria con la que se maneja el destino.
El terror que sentía David Cameron le llevó a ofrecer un referéndum que creía
que ganaría fácilmente. Ese acto de estupidez complaciente desgarra ahora a
este país. En el pasado lo hemos hecho. La I Guerra Mundial es un ejemplo.
Llegó Hitler después, con su resentimiento por el tratado de París, creó el
partido nazi, fue canciller por pura suerte, vino la II Guerra Mundial y hoy
aún vivimos las consecuencias de ambas guerras.*
La
consecuencia de los actos. ¿Somos malos calculadores de los efectos de nuestras
acciones o simplemente es imposible saber su efecto? La calificación del Brexit
como "acto de estupidez complaciente", algo que ocurre por la falta
de cálculo sobre nuestras acciones se amplifica cuando a la estúpida decisión
de David Cameron se superpone la decisión colectiva de aquellos que echaron en
la urna su voto a favor. ¿Tampoco sabían ellos lo que ocurriría?
La
estupidez de Cameron es poco disculpable. Sin embargo, en el caso global de las
urnas puede decirse que la decisión tomada se hizo con bases en información
engañosa, cuando no mentiras claras sobre lo que iba a ocurrir. El futuro llega
rápido. Los británicos han tenido ocasión de darse cuenta de ello. No están
todavía fuera y ya se han dado cuenta de lo que implica hablar de la Unión en
términos de pasado, por un lado, y han empezado a ver desde la ventana isleña
que el panorama que se aprecia no es el que ponía en el folleto, que la
habitación con vistas no era tan cómoda ni soleada.
"Estupidez
complaciente" es una expresión que define la concepción que Cameron tenía
sobre el futuro. Él lo veía muy claro; tanto que se lanzó sin calcular el fondo
de la piscina ni el nivel de agua.
El
ejemplo del Brexit es claro, un punto que se puede señalar con pelos y señales
en los libros de Historia. Habrá un antes y un después, un punto de giro bien
definido, y un responsable. La señora May es un ejemplo de tozudez, con su
visión del futuro, tratando de que este se ajuste a sus visiones. Sin embargo,
ha conseguido... no convencer a nadie, algo que tampoco está al alcance de todo
el mundo.
A
Theresa May se le han ido ministros, diputados, votantes, socios... Como diría
Nietzsche, tiene una visión y trata de meter en ella la realidad a martillazos.
La señora May le está echando un pulso al futuro o a la percepción que tiene de
él. Por el momento no ha logrado convencer a nadie que lo que ella ve sea el
futuro, el bueno.
Hay dos
o tres cosas que alguna gente ha aprendido sobre el futuro. La primera es que
un pequeño accidente puede tener enormes consecuencias, para bien o para mal,
solo que esto no lo sabemos. Sí sabemos que tiene consecuencias y lo llamamos
"efecto mariposa", ya saben.
La
segunda (tiene que ver mucho con la primera) es que todo está interconectado,
aunque no sepamos exactamente cómo. Es como las jugadas del ajedrez, podemos
prever la siguiente pero el nivel de dificultad va creciendo en cada jugada
futura. La primera puede ser sencilla, pero las siguientes se van oscureciendo.
La
tercera es que no se trata de saber qué
ocurrirá porque el futuro está abierto. Esto implica una forma de pensar
distinta, no fatalista, sino probabilística.
La razón es que, por el aumento de la complejidad de las interrelaciones,
desconocemos el alcance preciso de nuestras acciones. El futuro no está
escrito.
La cuarta
es que es más fácil frustrar el futuro previsto por los demás que tratar de
ajustar el propio. Esto es de suma importancia porque implica las acciones que
se han de tomar. Farage y compañía, los antieuropeos, no tienen que plantear un
futuro posible; basta, como hacen, con frustrar los planes de futuro de la
Unión Europea. Es lo que hacen. Basta con crear el caos con pequeñas acciones
que tendrán resultados imprevisibles, sí, pero impedirán que se cumplan los
planes de los que lo calculan en un entorno estable.
La
incertidumbre introducida por el Brexit no solo afecta al Reino Unido, a quien
se la ha prometido un falso futuro seguro al "recuperar el control".
Afecta a toda la Unión Europea, desestabilizándola. Mientras, se alientan
fenómenos similares por el resto de la Unión. Son como los focos múltiples en
los incendios.
La
prensa de este fin de semana citaba a un funcionario de la UE diciendo que ya
estaban hartos de tener que ocuparse del problema del Brexit, que ya era hora
de volver a centrarse en los problemas europeos de nuevo. La estrategia del
caos funciona.
Pensar
en los futuros posibles requiere manejar mucha información. El crecimiento de
la complejidad hace que en muchos aspectos esto se haga muy complicado y, desde
luego, incierto.
No sé
si el futuro está escrito en algún página, a lo Jacques el fatalista y su amo
(Diderot), o si por el contrario se parece más a El libro de arena (Borges), de
infinitas páginas, inabordable. Como humanos nos enfrentamos a situaciones
borgianas que después mitificamos con nuestro gusto por el fatalismo. Todo se
puede explicar una vez que ha ocurrido. Antes, nada.
¿Cómo
encontrar un punto de equilibrio entre la previsión y la indeterminación
causada por lo inabarcable? Esa es la miseria de la inteligencia; esa es la
responsabilidad de la acción. ¿Cómo actuar inteligentemente sin constatar
después que has cometido una estupidez?
Nuestro
cerebro es una enorme maravilla, pero no está hecho para el cálculo con tanta
información como el futuro necesita. Porque el futuro es una mezcla de nuestras
interacciones —cada vez más y más complejas— y lo que llamamos azar, que puede
que sea el resultado de lo que provocamos y nos resulta incomprensible.
Desde
hace sesenta años, ante la constatación de que nuestros medios naturales eran
incapaces de prever el futuro, comenzamos a desarrollar procedimientos para
intentar anticiparnos o para llevar al futuro por las riendas. Todo ello es
insuficiente —a veces incluso contraproducente— para conocer el futuro, cada
día más escondido en la oscuridad compleja.
Como
novelista, Boyd habla del destino. La metáfora del libro es poderosa y, como
Diderot señaló, pensamos que vivimos en una página sin ser conscientes que el resto está
escrito en el "gran rollo", como le gusta repetir a Jacques, el
criado fatalista. Pero el destino es una solución demasiado fácil para un mundo más allá
de las novelas. Que seamos capaces de decidir no significa ni que siempre
acertemos ni que todo esté escrito. El arenoso libro borgeano está más cerca de
una realidad acorde a nuestras posibilidades de anticipación, un futuro difuso y en constante construcción, desbordante, inabarcable, intratable.
Es como
si tardáramos dos días en leer lo que nos ocurrirá mañana. ¿Es imposible
prever? Cada vez es más y más difícil. Por eso hay que tener cuidado con aquellos que prefieren la vía, más sencilla, del que no se pueda producir. Puede que no veamos el futuro, pero sí se le pueden poner zancadillas. Paradojas de la vida.
*
Entrevista a William Boyd “El Brexit es el ejemplo de la estupidez con la que
se maneja el destino” El País 7/04/2019
https://elpais.com/cultura/2019/04/07/actualidad/1554639336_689207.html
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