Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Pasamos
ayer el ecuador de nuestras Jornadas Mujeres de 3 Culturas, las cuartas ya, lo
que no suele ser frecuente en estos mundos universitarios. La iniciativa surgió
ante la diversidad de doctorandos —90% mujeres— que tenía en los seminarios de
formación que mantengo con mis doctorandos. Suelo repetir que las tesis son un
proceso, un camino hacia el objetivo real, la formación de los investigadores
durante el período de trabajo. Junto a la investigación en sí, está el
verdadero objetivo que es la formación del investigador que debe pasar por las
diferentes formas de trabajo aprendiendo no solo sus técnicas y métodos, los
procesos investigadores, sino por un elemento esencial que es la comunicación
de los resultados en la variedad de formatos que se usan en el ámbito académico
científico. Nuestro campo de experiencia son estas Jornadas en las que se
realiza algo que se va perdiendo en nuestro mundo académico, más volcado en la
consecución de méritos que en objetivos reales de la investigación, el debate
de ideas en el encuentro con los otros, el intercambio de informaciones en
procesos comunes o paralelos y la comprensión del mundo en las facetas
investigadas para actuar en él.
Nuestro
campo son las Ciencias Sociales y nuestra explicación del funcionamiento del
mundo no es esteticista, sino comprometido. La definición de nuestros
"problemas" de investigación es también, en la mayoría de los casos,
indagación en los problemas del mundo en diferentes niveles. Uno de ellos es la
comprensión del funcionamiento de la cuestiones de género desde una perspectiva
intercultural, es decir, desde el análisis comparado de situaciones conflictivas
en diversas culturas.
En
ocasiones, el propio trabajo de investigación usa de metodologías comparadas,
en otras conocemos los trabajos que otros hacen con perspectivas similares de
fenómenos culturales. En las cuestiones de género son esenciales estas
perspectivas porque permite conocer la profundidad de las raíces de la desigualdad
y de la violencia. Es un camino que va de los datos de la realidad (o de su
representación simbólica) a los determinantes culturales que son su origen.
Partimos del principio de la manifestación superficial de lo subyacente, es
decir, de los elementos que configuran una cultura a través de un sistema que
se presenta como obvio, natural e incuestionado.
Cuando
traspasamos esas barreras de la irracionalidad explicativa, los mitos
fundadores, podemos adentrarnos en zonas que nos muestran semejanzas y
diferencias que nos permiten la realización de las comparaciones analíticas.
De los
encuentros en las Jornadas salen muchas ideas porque se ponen muchas ideas
sobre la mesa. Ha habido ponencias muy sugerentes, llenas de líneas de trabajo
que se pueden desarrollar como investigaciones nuevas.
Hemos
convertido los doctorados, como gran parte de la vida universitaria, en un
laberinto burocrático en el que se confunden muchas cosas. En muchos aspectos,
se confunde la burocracia, la vigilancia constante, con la eficacia y la
atención. Hemos unificado, "estandarizado" Lo hemos transformado en
el lugar en el que se aprende además los vicios que se han ido acumulando sobre
las carreras de los docentes producidas por el sistema mismo en su intento de
moldearlo para una mayor eficiencia
mediante la lucha por los méritos y las financiaciones, los dos
"románticos" motivos que rigen la actual vida académica.
He
tratado siempre de transmitir lo contrario, una cierta alegría por el conocer,
como actitud, y la diversidad del conocimiento frente a la limitación a la
visión única de las escuelas, tendencias o modas. Las tendencia a la
uniformidad es aberrante y más propia de un organismo burocrático que de aquel
del que se supone que debe salir lo novedoso, lo que es vanguardia en el
conocimiento en cada campo.
Me
gustaría traer aquí un fragmento de la Historia
de la Historiografía (1965), de la académica mejicana Josefina Vázquez de
Knauth, que me parece paralelo a la situación que vivimos con todas las
gloriosas excepciones que se quieran poner sobre la mesa:
Leopoldo van Ranke, el más grande historiador
científico, reunió con gran maestría el método filológico y la ideología
histórica para realizar su intento de escribir historia verdadera. Con todos
los defectos que se le puedan señalar, alcanzó el rango de gran historiador,
pero su semilla fue en muchos sentidos funesta. Bajo sus postulados generales
se empezaron a cobijar los cazadores de documentos inéditos y los nuevos
analistas que, con pobre juicio y apelando a una historia «sin interpretación»
empezaron a invadir las bibliotecas con pequeñas y superespecializadas monografías sin sentido
alguno. De ello resultó como dice Benedetto Croce en su Teoría e historia de la historiografía, que «cualquier pobre
copiador de textos... se erigió en hombre de ciencia y de crítica y osó no sólo
mirar cara a cara sino con superioridad y desprecio, como hombres
antimetódicos, a hombres como... Hegel».
La historia científica procuró grandes
conquistas para el método, pero su optimismo era sorprendente en algunos
aspectos. Creía haber alcanzado la objetivización de la historia y, con ello,
asegurado la imparcialidad del historiador porque sus verdades estaban
comprobadas, sin duda para nadie. ¿Cómo era posible esto? Mediante la
separación del historiador del pasado. Convertía a la historia en algo muerto,
a lo que el historiador ya no podía inyectarle su vida y sus pasiones. Los
defensores de la historia científica creyeron que con la selección cuidadosa de
fuentes y atenidos solamente a los datos logrados, era posible relatar lo que
de hecho sucedió».
Los resultados parecen demostrar, por lo
menos desde un punto de vista de la crítica contemporánea, que entre el
historiador y la historia hay una liga tan íntima que, además de ser
difícilmente superable, es la razón misma de su importancia. ¿Qué objeto
tendría un pasado muerto, sin relación vital con nosotros?
El
pasaje me parece muy ilustrativo respecto a una actitud mecánica, que no se
cuestiona los métodos y, especialmente, que aleja al investigador de su objeto
con la excusa de la objetividad, que
no es aquí más que el disfraz de la falta de profundidad producida por los
sucesivos recortes temporales en la formación, la reducción de los tiempos para
las investigaciones y el fraccionamiento constante de las materias que impiden
tener una visión ordenada de los complejos fenómenos culturales.
En los
campos de la Humanidades y las Ciencias Sociales, el método no basta y hasta
puede ser un maquillaje de la ignorancia. Nuestros grados y posgrados están
diseñados desde otros supuestos más que los de la formación real de la persona,
que se tiene que compensar con abundantes parches que solo la buena voluntad de
unos y otros, esfuerzos paralelos, pueden ayudar a paliar.
La
reducción de los tiempos en el periodo doctoral, su estandarización no son más
que el fiel reflejo de la incomprensión de un fenómeno sencillo: no todos los
problemas que se estudian requieren el mismo tiempo de preparación,
documentación, formación, etc. Los vacíos se van acumulando en la formación y
se manifiestan en toda su gloriosa fatuidad en los momentos decisivos, los de
la investigación, cuando hay que buscar la creatividad, la perspicacia, la
sutileza del análisis y la maduración crítica de las teorías. Todo eso falta.
Las
Jornadas son un intento de maduración investigadora, de rito de paso académico,
de enfrentarse a los problemas desde una perspectiva que combine las diferentes
fases de la investigación hasta llegar a esa comunicación final.
Sin
duda, es la parte más gratificante de la vida académica, pues es donde se
integran formación e investigación. Lo que se transmite aquí precisamente es la
necesidad de comprender y madurar para poder criticar y mejorar los marcos
teóricos; a no aplicar mecánicamente los métodos o recetas, sino a valorar su
eficacia; y finalmente el sentido crítico de la producción propia, siempre
abierta a revisión, mejora, etc. en función de nuestro propio avance y de la
ampliación constante del nivel de conocimientos adquiridos.
Hoy
terminamos nuestras cuartas Jornadas, cansados, pero contentos por el trabajo
general, por la ilusión mostrada y por los resultados obtenidos, un camino
inacabado siempre, sin final, hacia la investigación. Lo hacemos personas de muy distintos lugares, con educaciones distintas y formas de ver el mundo diferentes. La universidad se revela entonces en su universalidad, que es su origen y objetivo. Comprender, comprendernos. Como escribía Josefina Vázquez de Knauth, ¿qué objeto tendría un pasado muerto, sin relación vital con nosotros? Es nuestra vitalidad la que da vida a lo investigado.
Gracias a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.