Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Aborda
el diario El País, en su suplemento o sección Retina, un problema etiquetado
como "Educación" y al que pone un título directo: "Los alumnos
españoles fallan a la hora de buscar fuentes fiables". No sé si etiquetar
demasiado las cosas nos conduce a un aislamiento sectorial, acostumbrados como
estamos a que a cada uno le toque lo que le corresponde y sintiéndose los demás
liberados del problema que pasa a ser de otros. El problema de las fuentes
fiables no es un problema educativo, sino que —mucho más allá— lo es social y
político, algo que afecta a la calidad de las democracias y muy directamente
interviniente en su deterioro. No es algo que competa solo a educadores, sino
que nos ha de preocupar a todos.
No se
trata de lo que se haga en la etapa escolar, sino que los hábitos
—especialmente los malos— que en ella creamos es muy difícil de cambiar
posteriormente. No se trata, pues, de un problemilla de los trabajos escolares
del fin de semana. Se trata en primer lugar de una actitud, pero también de los
nefastos resultados que tiene el acceso a cualquier tipo de fuentes sin
discriminarlas. Es a partir de ellas como se forma nuestra opinión y desde esta
se toman nuestras decisiones. Por definición, lo que aprendemos en el sistema
educativo es lo que aprendemos y practicaremos en nuestras vidas.
Se
señala en el artículo de Retina:
Casi el 80% de los españoles se encuentra al
menos una noticia falsa a la semana, el 55% dicen ser capaces de identificarlas
y el 88% considera que son un problema para la democracia, según datos del
Eurobarómetro de 2018. Contra esto, contar con una buena formación, un criterio
claro y tener pensamiento crítico son fundamentales.
Un estudio de la Universidad de Stanford
encendió las alarmas en 2016: los estudiantes de instituto y universidad de EE
UU no solo no entendían bien la diferencia entre un anuncio y una noticia;
también eran víctimas fáciles de los engaños más burdos en cuestión de noticias
falsas, información interesada y rumorología en general.*
Ya en
el primer párrafo se expresa lo que es necesario para combatir esta permanente
turbulencia informativa que nos impide ver con claridad las cosas. Una "buena
información", "criterio claro" y "pensamiento crítico"
son los ingredientes de la receta. Decir esto es un brindis de obviedad al sol.
Evidentemente, los problemas provienen de la incapacidad de separar el trigo de
la paja informativa, lo que impide formarse un criterio claro que discrimine y,
finalmente, la incapacidad de someter a crítica nada por la ausencia de
criterio que proviene —volvemos al principio— de haberse formado con
información dudosa o contradictoria.
La
cuestión, como suele ser habitual en casos de este tipo, es dónde localizar el
problema y concentrar las energías para resolverlo o mitigarlo. Es indudable
que si nos dejamos engañar es porque nuestros conocimientos no tienen la
calidad ni la firmeza necesaria como para poder distinguir entre las cosas,
base del engaño. Teniendo en cuenta la cantidad de información falsa y
desinformación que se maneja hoy en día y los cada vez más eficaces medios de
programarla, el problema crece y tiene elementos nuevos.
No nos
encontramos ante un problema solo de "ignorancia", sino un elemento
presente en nuestra sociedad de la información: la manipulación de esta.
Vivimos en un mundo doble, el tangible y el informativo, ambos
intercomunicados. Lo que recibimos en uno nos hace volver al otro. La
información se traduce en acción cuando tomamos decisiones guiadas por esta.
La "calidad
de las fuentes" es solo una forma de llamar al problema. No es solo una
cuestión de a quién citar, sino de los efectos de la reproducción de la
información falsa en el interior del sistema. Hay una diferencia enorme entre
un "error" y una "falsedad". Esta última manifiesta una
intención de provocar en nosotros una reacción de adhesión o rechazo hacia
algo. Los que niegan el holocausto judío, el genocidio armenio o los efectos
positivos de la vacunación están haciendo algo más que equivocarse, pretenden
que nosotros lo hagamos.
La
primera enseñanza, pues, debe ser que hay alguien interesado en que tengamos
información falsa. La segunda, evidentemente, es que cuanta mejor información
tengamos, más fiable, será más difícil engañarnos, manipularnos. La tercera es
comprender que se trata de una guerra informativa, es decir, que tratarán de
camuflar mejor las informaciones, hacerlas pasar por buenas. Eso debería
llevarnos a la cuarta enseñanza: siempre tendremos que someter a ciertas
pruebas a la información, es decir, debemos tener criterio, algo que solo se
consigue si estamos bien informados. Cuanto más nos adentremos en estas
enseñanzas, más fácil nos será sortear los peligros de la mala información y de
la desinformación.
Hay una
evidencia: el ignorante es la víctima perfecta. Carece de elementos de
contraste y de comprobación para estimar si está siendo engañado o manipulado
para que actúe de una determinada manera.
Todos
los días tenemos noticias sobre las noticias falsas, sobre la forma en que se
nos intenta manipular ante unas elecciones o dar forma a la opinión pública
sobre aspectos que van del consumo a las guerras comerciales. Los propios
medios avisan sobre las informaciones falsas con la esperanza de ser
convertidos en referencias de profesionalidad y buen hacer periodístico. No
siempre cumplen lo que denuncian.
La
labor de la independencia de criterio no puede ser tampoco vivir en la duda permanente,
sin certeza alguna. Pero debemos acostumbrarnos a la detección de fuentes de
información falsa y de fuentes falsas de información. En el mundo de la
viralidad, es fácil conseguir que las falsas informaciones lleguen lejos.
Hace un
par de años trajimos aquí la noticia de las palabras de Recep Tayyip Erdogan
afirmando que Cristóbal Colón había avistado minaretes de mezquitas al llegar a
América. A veces las manipulaciones llegan de fuentes ilustres. Qué podemos decir del presidente de los Estados Unidos en sus afirmaciones sobre el cambio climático, las vacunas o los datos de la inmigración. Pero en la política parece que todo se perdona.
Plantear
el tema de las fuentes poco fiables como un problema del sector educativo es
también una forma de informar mal. El diario nos explica la situación española
respecto a lo señalado con anterioridad:
En España, la situación no es distinta: el
profesorado español entiende que el mayor reto para la introducción de las
tecnologías en las aulas es su propio aprendizaje, según un estudio reciente
elaborado por Blinklearning, compañía tecnológica especializada en el
desarrollo de soluciones para la educación. Entre los déficits más importantes
que se detecta entre el alumnado es la dificultad o incapacidad para
seleccionar fuentes de información fiables (47%), la incapacidad para percibir
los riesgos a los que se exponen en la red (38%) o la falta de creatividad para
extraer el máximo potencial de las herramientas a su alcance (28%).
¿Solo entre el alumnado? Me parece
muy bien que las compañías tecnológicas involucradas en el aprendizaje se distancien
de los "malos usos" por temor a que la tomen con ellas. En realidad no
son culpables más que de tratar de mantener sus honestos negocios a salvo de
las iras simples. La solución no está en cerrar con llave, sino en crear zonas escolares
de información segura y, sobre todo, tomar conciencia del problema. Ya no se
puede mandar sencillamente a navegar por la red a "buscar
información" a quienes por su edad y formación carecen de los criterios
suficientes para discriminar. Es pedir demasiado.
Nadie
parece que pueda poner orden en el mundo virtual. Creo que se pueden crear
bibliotecas digitales en las que se pueda encontrar información fiable, no es
un gran problema hacerlo. Pero sí lo es acostumbrar a contrastar la
información, comprobar las fuentes, especialmente cuando estas están bien camufladas
para pasar información falsa.
Hemos
construido un mundo en el que no es fácil determinar lo que es verdadero o
falso. Nunca lo ha sido, pero nunca había sido tan fácil difundir información.
Que no se rasgue nadie las vestiduras. Ha habido que forzar a los medios y
grandes empresas tecnológicas a identificar la información de la información
pagada (publicidad); ha habido que instar a los grupos de investigación a que
aclaren su financiación para asegurarse que no son pagados por grupos
interesados, por lo que muchas veces las informaciones de las mejores revistas
se han visto cuestionadas en cuanto a la independencia de sus artículos. Muchas
publicaciones se han visto engañadas por informaciones falsas de todo tipo. Los
grandes medios se han tenido que desprender de algún articulista que aspiraba
al Pulitzer (alguno lo ganó) inventando historias.
No, la
mentira no se creó esta mañana. Lo importante es que hoy la capacidad de
manipulación se ha multiplicado gracias a la extensión de la influencia
mediática. Es posible llegar más lejos y más rápidamente, para bien y para mal.
Esto significa que nuestra capacidad para detener una mentira es equivalente a
la de parar un alud de nieve en mitad de la ladera.
Hemos
profesionalizado (son muchos puestos de trabajo) la desinformación; la
investigación sobre cómo manipular se da en asignaturas con eufemísticas
denominaciones en nuestras facultades de Comunicación, Sociología, Psicología o
Marketing. La ética es importante, pero no da mucho para vivir bien. La mentira
es mucho más rentable. Y no está mal vista en círculos influyentes que la necesitan.
No es
un problema de los "alumnos"; es un grave y amplio problema social.
*
"Los alumnos españoles fallan a la hora de buscar fuentes fiables" El
País Retina 8/04/2019 https://retina.elpais.com/retina/2019/02/25/innovacion/1551073139_422100.html
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