Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La cuestión es que ya no es posible engañar a nadie. Eso,
desde el lado egipcio, es lo que llaman "conspiración". Pero la única
real es la del régimen contra la inteligencia. Los privilegios acumulados en el
tiempo, los intereses económicos y políticos de los militares y del cuerpo de
la administración, deja poca posibilidad de cambio. Los que están arriba por
varias generaciones, la clase dominante del régimen que controlan al Ejército,
la administración, los jueces, las Universidades, etc. se han cuidado muy bien
de hacer prosperar a los que tienen mucho que perder, asegurándose el control.
Recogíamos
el otro día aquí la reacción airada de los articulistas egipcios en el diario
estatal Ahram Online (con publicación previa en Al-Ahram Weekly) ante la respuesta
mediática por la visita a los Estados Unidos del presidente Abdel Fattah
al-Sisi en días pasados. El articulista pedía que el presidente Trump castigara
a medios como The New York Times que se meten en los asuntos internos y
difunden noticias falsas sobre el paraíso egipcio, el lugar donde todo empezó y
donde se abren sarcófagos en directo.
La
opinión mediática no cambia pasado el tiempo. La opinión sobre el régimen se
mantiene y pese a los intento del régimen egipcio de presentarse como una
"democracia", lo cierto es que no logra convencer a nadie, incluido
una buena parte del pueblo egipcio. La farsa de las elecciones presidenciales,
primero, con un candidato alternativo ridículo, que tuvo que cambiar todos sus
mensajes de apoyo incondicional a al-Sisi, para ser el "opositor"
oficial; con el añadido ahora, en segundo lugar, de las enmiendas
constitucionales para perpetuarse en el poder, no han conseguido convencer a
nadie.
Lo
cierto es que, más allá de The New York Times, la condena del régimen egipcio
es casi total. Y lo es por algo previsible: el apoyo de Donald Trump es un
lastre dentro y fuera de los Estados Unidos y Egipto. La corriente de
enfrentamiento a Trump hace que las críticas sean más intensas pues ven su
apoyo como algo que los Estados Unidos no deben mantener por ser una dictadura.
En Egipto, por otro lado, el apoyo de Trump es un regalo envenenado que se
puede gestionar de forma clara dadas las maniobras de apoyo a Israel en sus
movimientos últimos. La administración Trump da palmaditas en la espalda y
sigue mandando dinero al Ejército egipcio, pero eso es difícil de sostener ante
una opinión pública que sigue siendo profunda y tradicionalmente anti
norteamericana. La poca visión norteamericana ha hecho que los países más
financiados sean aquellos en los que existe una corriente negativa hacia el
país. Se puede decir que los Estados Unidos financian el antiamericanismo.
Algo de
esto hay en el editorial de The Washington Post, otro medio de gran peso junto
a The New York Times, que con el titular del pasado día 12, no dejaba dudas
sobre su opinión: "Trump embraces another dictator. Congress has to
do better". No es ya un titular que califique como "dictador" a
"al-Sisi", es una denuncia del apoyo de la presidencia de los Estados
Unidos a un dictador y la petición de que esa situación cambie. El editorial señala en sus primeros
párrafos:
EGYPTIAN PRESIDENT Abdel Fatah al-Sissi is
orchestrating constitutional changes that will make him a de facto dictator for
life, while permanently enshrining military control over Egypt’s political
system. He continues to hold tens of thousands of political prisoners,
including at least a dozen U.S. citizens. He has reportedly agreed to spend $2
billion to buy 20 advanced Russian fighter jets, though Egypt receives $1.3
billion in annual U.S. military aid, and a purchase from Russia could incur
sanctions.
So how did President Trump assess Mr. Sissi
when he arrived at the White House for a visit Tuesday? “I think he’s doing a
great job,” said Mr. Trump. “I think we’ve never had a better relationship —
Egypt and the United States — than we do right now.”
The president’s judgment might be attributed in
part to ignorance; he claimed he didn’t know about Mr. Sissi’s effort to extend
his presidential mandate to 2034, when he would be 80. By now, too, it has
become clear that Mr. Trump is easily impressed by strongmen, from Vladimir
Putin to Kim Jong Un. But the endorsement of Mr. Sissi is also part of a
calculated, if crude, strategy: to blindly back Sunni Arab autocrats as
guarantors of “stability” and counters to the Islamic State and Iran.
As a number of senators tried to point out to
Secretary of State Mike Pompeo at a Tuesday hearing and in a letter, there are
big problems with that policy. First, it ignores the many ways Mr. Sissi is
acting against important U.S. interests, including the unjust imprisonment of
numerous Americans. Second, it is wrong about stability: Mr. Sissi’s repression
and his misguided economic policies are setting up his country for future
upheaval — much as did the previous regime of Hosni Mubarak.*
El editorial muestra el malestar propio y recoge también el
de amplios sectores de la vida política, como se concreta en la carta de los
senadores a Mike Pompeo, el secretario de Estado. El texto se abre hacia tres direcciones:
a) Trump y el respaldo económico y militar al régimen; b) la dictadura egipcia
en sí; y c) las relaciones de Egipto con la Rusia de Vladimir Putin,
especialmente en el sector militar. Hay otro punto, de otro orden: la
fascinación de Trump por los dictadores, que se adentra más en los aspectos psicopatológicos.
Una vez dejado claro que quien visita Estados Unidos es un
dictador subvencionado, el énfasis se pone el doble juego militar de Egipto con
Rusia. La estrategia de la ambigüedad egipcia ha funcionado siempre, de forma
secuencial o, como hace ahora al-Sisi, simultánea. La época de Nasser, un
socialista nacionalista, fue pro soviética. El piadoso Anwar El-Sadat fue pro americano y fijó la estrategia
egipcia en alejarse de la Unión Soviética y establecer los acuerdos de paz con
Israel, mediados por los Estados Unidos. Acabó asesinado por traidor y Hosni Mubarak se pasó treinta
años gobernando y cubriendo las espaldas a Israel.
Hoy, el presidente al-Sisi, que tiene una fijación con
cubrir todos los ángulos o repartir huevos en distintas cestas, navega entre
Estados Unidos y Rusia, además de estar al servicio de Arabia Saudí.
El editorial termina así:
As in the case of Saudi Arabia, Mr. Trump’s
unreasoning cultivation of this Arab dictator requires congressional
correction. Senators should act on their concerns by conditioning military aid
to Egypt on cancellation of Russian arms purchases, the release of imprisoned
Americans and a general easing of repression. That Mr. Sissi is sensitive to
U.S. opinion was evidenced by his presence at the White House on Tuesday.
Because Mr. Trump will not use U.S. influence, Congress must do so.*
Pero parece poco probable que Trump tome nota de nada. La
apelación a la toma de medidas por parte del congreso seguramente será mejor
escuchada, como ha sucedido ocasiones anteriores.
Durante décadas, Egipto le ha sacado provecho a su posición
en la zona. La época Obama gustó poco a los dictadores de la zona, ya que
pretendía dos cosas casi irreconciliables: llevar la democracia y que esta se
viviera en paz. Oriente medio es un polvorín en donde los dictadores han
posibilitado el crecimiento del islamismo radical, al que le han sacado
provecho (cuando no favorecido o amparado) recibiendo ayudas para frenarlo, algo
que han hecho lo justo. Justificaban así sus dictaduras y recibían a cambio
cuantiosas ayudas. Su único interés ha sido estar en el poder y hacer sus
negocios con amigos y familiares. Eso vale de Gadafi a Al-Assad pasando por Ben
Alí o Mubarak. De esta desidia y corrupción se han aprovechado los islamistas
para hacerse con grandes bolsas de población.
El editorial de The Washington Post es solo uno de los
manifiestos en contra del régimen egipcio. En Politico, firmado por Michele
Dunne, y con un título similar al del diario de Washington — Why Is Trump
Helping Egypt’s Dictator Entrench His Power? — podemos leer:
As someone who has watched the Egyptian people
struggle against dictators for years, it is hard to fathom the fact that
President Donald Trump will welcome Egypt’s brutal military leader, Abdel
Fattah al-Sisi, for a White House visit this week.
Eight years after Egyptians went to the streets
to remove 30-year ruler Hosni Mubarak and only weeks after Algerians did the
same to remove 20-year autocrat Abdelaziz Bouteflika, the White House is
betting on Sisi. It’s an endorsement Egypt’s president-for-life will use to
entrench his grip on power: Showing he has Trump’s enthusiastic support will
help Sisi force any potential critics in the army or elsewhere to follow suit.
Sisi’s Oval Office photo-op will come just a
week or two before Egypt holds a popular referendum on amendments to the
constitution that would give Sisi an exception to term limits, allowing him to
stay in office until 2034. The amendments will also give the military a
constitutional right to intervene in politics and will tighten his grip over
the judiciary. If the referendum is similar to Sisi’s second election in 2018,
Egyptian voters—demoralized and cowed by years of brutal repression since the
2013 military coup—will largely stay home.
To be clear, amending the constitution is not
about the security or prosperity of Egypt. It is Sisi’s attempt to develop a
highly personalized form of power for himself and loyal military officers,
sidelining other institutions and ending all meaningful accountability—a direct
violation of his own promises.**
De nuevo, el caso egipcio es visto con crudeza. El artículo
gira sobre los efectos del apoyo norteamericano, de la "apuesta" por
al-Sisi como un dictador maquillado y que ha llegado al poder por una vía muy
engañosa.
Hemos analizado y expresado aquí en muchas ocasiones la
necesidad de que la oposición democrática laica no se sienta —como quiere el
régimen— fuera de toda esperanza y apoyo. Los islamistas tienen sus apoyos y
refugios. Los demócratas egipcios, los activistas, escritores, periodistas,
etc. son los que han quedado para denunciar la situación en la que se vive,
cada vez más cerrada y sin futuro. Con la demonización constantes de la
Primavera Árabe como un factor de desestabilización y la falta de apoyo
internacional, quedan en tierra de nadie. Lo ocurrido con el saudí Jamal
Khashoggi por querer crear un medio que diera voz a la diáspora democrática
árabe es un ejemplo de los riesgos.
Apoyando dictaduras y regímenes autoritarios, el liderazgo
de Estados Unidos se debilita claramente y se vuelve contra él. El gran error
estratégico que impide avanzar es precisamente la falta de confianza en los
Estados Unidos para poder desarrollar una política democrática pues los
gobiernos anteponen sus intereses en la zona a los de la propia población. De
esta forma solo se consigue un antiamericanismo militante. Nadie siente
simpatía por esta forma maquiavélica de jugar en la zona. Quienes se aprovechan
son los islamistas (que se presentan como alternativa), los dictadores (que
tienen una oposición sin salida) y la Rusia de Putin, que recoge la huida.
El párrafo final del texto es de nuevo una apelación al
Congreso de los Estados Unidos:
What the United States says and does still
matters a great deal in Egypt—otherwise, why would Sisi even be coming to
Washington now? At a bare minimum, members of Congress should signal their
understanding of the plight of citizens of Egypt, where, as actor and activist
Khaled Abol Naga said at a recent briefing, Sisi’s narrative is, “nobody cares
about you anymore.”**
El caso de los dos actores declarados traidores por haber
denunciado en el exterior lo que ocurre lo hemos tratado aquí. Esa idea de que la
situación del pueblo egipcio no le importa a nadie es muy peligrosa porque ya
se puedo ver cómo la manejo el régimen de Mubarak. Le bastaba con airearse como
líder mundial y mostrar sus bromas con los altos dirigentes para que aquello
fuera un jarro de agua fría.
Hay una desgraciada evidencia: ninguno de los dictadores ha
sentido una preocupación real por su pueblo. El patrioterismo usado ha estado
siempre supeditado a la sumisión al poder. El mensaje de al-Sisi de que el
Ejército es el estado y que es el Estado lo que están protegiendo tiene una
base paternalista y definitiva. El pueblo recibirá el pan y la palabra desde un
poder que no cambia, que se hace eterno. Se mantiene al pueblo en un estado de
dependencia y miedo para evitar que las demandas se produzcan. El lavado de
cerebro respecto a que libertad supone caos es constante.
La última frase del texto hace referencia a las palabras del
actor egipcio sobre el sentimiento de que no le importa a nadie: "It’s
time, at a minimum, to show he’s wrong."** Efectivamente, sin presión o
manifestación de que hay otras formas posibles de que Egipto se gobierne,
difícilmente cambiará el régimen existente, dispuesto, como el anterior, a
sobrepasar la treintena si es necesario.
Cada vez es más difícil convencer al mundo que el gobierno
egipcio es un defensor de las libertades, de la democracia y de cualquier otro
valor político y ciudadano. La lista de tropelías va saltando de página en
páginas a través de los medios norteamericanos. En Slate, Joshua Keating —con el
titular Trump Is Helping to Bring About an Egyptian Dictatorship— explica el error en la consideración de la
figura de al-Sisi:
Many of Sisi’s backers portray him as a
defender of secular, modern values against Islamist extremism. Trump praised
the Egyptian leader for “moving his country to a more inclusive future” after
the opening of the largest cathedral in the Middle East in Cairo in January,
and his daughter and adviser Ivanka also commended Egypt for “major reforms
aimed at empowering Egyptian women.” But the showpiece cathedral aside,
discrimination against Christians and other religious minorities remains
rampant. Women who have reported sexual harassment have been arrested and
prosecuted. Men arrested for homosexuality are subjected to brutal and
humiliating anal exams.
The notion that Egypt is a steadfast ally in
the fight against terrorism is complicated by a recent report from Human Rights
First documenting the scale of radicalization and ISIS recruitment in Egypt’s
prisons. “It’s like a fire in a forest,” said one former prisoner quoted in the
report. “When you start off with a cell of 200 people, you could have by the
end of a year at least 100 of them radicalized. It was happening everywhere I
was detained.” The movement that became al-Qaida was born, to a large extent,
in Egypt’s brutal prisons, but yet another generation of U.S. policymakers is
looking on approvingly as Egypt tries to detain and torture radicalism into
submission.***
No falta razón en la afirmación de que la represión brutal
es lo que ha fomentado la aparición de los movimientos terroristas. Pero el
régimen insiste en que el terrorismo es una fabricación de Occidente, con lo
que pretende evitar que sus ciudadanos analicen demasiado y se ofrece a frenar
el antioccidentalismo que ellos mismos provocan. Es una impresionante
hipocresía política.
El control de la información que el régimen se al-Sisi
mantiene, cerrado medios, persiguiendo hasta las quejas en Facebook de mujeres
acosadas en la calle (como ocurrió con una turista libanesa) es realmente
enfermizo. El régimen ha reclutado a (o se la han sumado) los voluntarios
acusadores, los que gozan del placer de la denuncia profesionalizada, ya sea
por una falda, por ir sin camiseta en un concierto o por denunciar el acoso en
las calles. Un chiste, unas declaraciones, presentarte a un cargo sin haber
sido "invitado", etc. te puede llevar a una cárcel. Casos como el de
Giulio Regeni siguen sin cerrarse porque el régimen protege a los criminales no
facilitando la información, como se han quejado los investigadores italianos y
ha condenado el Parlamento Europeo.
Cuando al-Sisi salió por primera vez a la Asamblea de
Naciones Unidas, los egipcios más ilusos aseguraban tener miedo de que el mundo
entero sintiera una incontrolable envidia ante un dirigente tan perfecto.
Temían que no lo dejaran volver y le ofrecieran gobernar sus países.
Podríamos reunir más testimonios del sabor que deja la
visita de al-Sisi en los estados Unidos. La muestra es significativa y se
podría extender a otros medios que llaman "dictador" al presidente
egipcio sin ningún tipo de cortapisas diplomáticas. El régimen egipcio no
avanza hacia ningún régimen democrático sino hacia una farsa mediocre en la que
además de un parlamento controlado, diseñado específicamente para apoyar al
poder, se pretende crear una oposición liderada por siervos cambiados de traje
para la ocasión. Los cambios constitucionales, por más que se saque a votar a
la gente, solo tratan de asegurarse el poder. La política aquí es el arte de
deshacerse de los críticos (los enemigos ya desaparecieron de una u otra
manera o permanecen a la espera de la
lucha). Las leyes desarrolladas para el control de los medios (incluidas las
redes sociales, que son equiparadas para aplicarles la ley de control), el
monopolio institucional de la verdad (solo lo que se dice oficialmente es
verdad y todo el que diga otra cosa es acusado y detenido por extender noticias
falsas, criticar al estado, etc.), para desarticular las ONGs, etc. no
presentan un futuro muy feliz.
Eso que el régimen llama "estabilidad" es una
siniestra quietud impuesta. Lo único positivo es que lo sabe todo el mundo y
esto no va a cambiar por muchas tumbas que abra en directo Zahi Hawass.
Los países árabes necesitan de un modelo probado de supervivencia de la democracia. ¡Hay tantos deseos de que fracasen! Necesitan creer que es posible para poder albergar sueños de futuro en libertad. Sin apoyos, el futuro no es más que un túnel cárcel. Cuando Trump aplaude lo que ocurre en Egipto y dice que se hace allí un "fantástico trabajo", la depresión y la indignación corren paralelas.
Los países árabes necesitan de un modelo probado de supervivencia de la democracia. ¡Hay tantos deseos de que fracasen! Necesitan creer que es posible para poder albergar sueños de futuro en libertad. Sin apoyos, el futuro no es más que un túnel cárcel. Cuando Trump aplaude lo que ocurre en Egipto y dice que se hace allí un "fantástico trabajo", la depresión y la indignación corren paralelas.
* Editorial
Board "Trump embraces another dictator. Congress has to do better"
The Washington Post 12/04/2019
https://www.washingtonpost.com/opinions/global-opinions/trump-embraces-another-dictator-congress-has-to-do-better/2019/04/12/e94e9b1c-5bb0-11e9-842d-7d3ed7eb3957_story.html
** Michele
Dunne "Why Is Trump Helping Egypt’s Dictator Entrench His Power?" Politico 8/04/2019
https://www.politico.com/magazine/story/2019/04/08/donald-trump-abdel-fattah-al-sisi-egypt-226579
*** Joshua
Keating "Trump Is Helping to Bring About an Egyptian Dictatorship"
Slate 9/04/2019
https://slate.com/news-and-politics/2019/04/trump-sisi-dictatorship-visit.html
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