Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
suicidio de Alan García, con la Policía en la puerta de su casa, da titulares a
una realidad mundial: la corrupción política. Algunos de esos titulares: "De
Lula a Alan García: los tentáculos del escándalo Odebrecht" (El Mundo 18/04/2019),
"El caso Odebrecht, un macroescándalo de corrupción que salpica a cuatro
expresidentes peruanos" (20 Minutos 17/04/2019), "El Caso Odebrecht y
su ruta de sangre" (El Comercio, Perú 17/04/2019)... Las informaciones
recuerdan que en 2016, las instituciones que investigaban dieron un listado de
12 países, de América a Oriente Medio, en los que los manejos de la
constructora y su entramado de empresas habían conseguido negocios mediante
sobornos y otras prácticas.
La
información televisiva hacía especial hincapié en el Perú, con cuatro
expresidente encarcelados por corrupción, además de alguna figura opositora,
como Keiko Fujimori, a la que también se llevó por delante. El caso de Perú es
especialmente sangrante porque tiene a su cúpula de décadas, personajes que
accedieron al poder con la bandera de luchar contra la corrupción y que ahora
se ven entre rejas.
Odebrecht
no es más que un punto en algo que se ha extendido como una enfermedad política
y social por todo el mundo. Los mayores esfuerzos de muchos países se dedican a
combatir la corrupción o, al menos eso se dice. Tenemos una corrupción como
"hecho", como situación medible, y una corrupción como
"excusa" discursiva que se introduce en el centro del mensaje
político a sabiendas de que prende en unas sensibilizadas sociedades, hartas de
aguantar escándalos. La corrupción es la "nueva normalidad" ya sea
como hecho o como discurso.
El
abanico de propuestas corruptas es infinito pues depende de la imaginación,
siempre en marcha, de los corruptos y de los que desean ser corrompidos, que
tampoco son pocos. Hacen falta dos para el tango y esto es ya más bien una flashmob universal.
No hay
país que se libre de la corrupción, que normalmente tiende a ser embolsarse el
dinero público o recibir el privado para que otros se hagan con el público. Los
hay, perfeccionistas, que son capaces de acciones combinadas, en las que el fin
es siempre enriquecerse o favorecer a unos que no se lo merecen. Los principios
son muy básicos, la casuística infinita.
En
Egipto, por ejemplo, encarcelaron al Auditor General porque le puso cifra a la
corrupción. Era tan escandalosa la cifra de lo que costaba la rapiña al pueblo
egipcio, que el régimen escogió la solución más rápida: encarcelar al
denunciante para que no se asustara el pueblo. El asunto lo tratamos en su
momento y todavía colea políticamente.
Lo
enormemente preocupante es que estando de capa caída las ideologías, solo una
parece llamar a la política: la promoción para llegar a un puesto que te
permita el enriquecimiento. La falta de preparación de muchos nuevos políticos
hace ver que es el ejercicio del poder de decisión dentro de las
administraciones lo que realmente buscan.
¡Benditos
los países en los que los políticos salen con las cuentas bancarias tal como
entraron! Incluidas las cuentas nuevas en paraísos fiscales. ¡Hay que ver
cuánto dan de sí los sueldos públicos!
Hubo un
tiempo en que se decía que era mejor que fueran los ricos los que accedieran a
la política porque así no tenían la tentación de enriquecerse. Pero Trump se ha
cargado el argumento. Hoy los políticos ya no son como antes. Son la punta de
conglomerados de intereses que apuestan por ellos y los llevan en volandas y a
golpe de talonario hasta los puestos en que podrán devolver lo invertido
mediante favores.
Como
discurso, la corrupción es el más rentable. El ejemplo de España es muy
elocuente. Los partidos políticos han sido incapaces de resolver el tema de la
corrupción que ha ido invadiéndolos a todos, desde los ayuntamientos a los
ministerios, con especial incidencia en los gobiernos autonómicos, mucho más
asequibles para nuestras voraces criaturas en busca de dinero público. Las
Autonomías son el blanco perfecto, el camino intermedio, que conecta arriba y
abajo, macrocosmos y microcosmos, ministerios y ayuntamientos. Los políticos
allí suelen ser discretos y saben montar sus tinglados. Todos se conocen y es
más fácil saber los negocios de cada uno por la zona, incluidos los familiares.
El mapa
político caótico que ahora tenemos y que Europa, nos dicen, teme tras las
elecciones, es el resultado de no haber sabido para la corrupción, de haber
sido incapaces de generar un discurso común y unas acciones decididas, claras.
El aprovechamiento de la rentabilidad de los casos de corrupción ha hecho que
algunos sospechen de su aparición en momentos clave. Desconozco si es cierto y
mi limito a transmitir la queja, pero creo que no es más que una excusa para
encubrir los fallos en la vigilancia de los propios partidos. Todo esto,
aderezado con unos juicios eternos, casi con temporadas, como las series,
convierte la corrupción en un arma para unos y otros, que en vez de poner los
medios para que no se produzcan, rezan por que las haga el contrario.
La
llamada "nueva política" nos ha traído nuevas malas maneras, por si
no tuviéramos bastantes con las que había. Basta escuchar por todas las
esquinas del espectro político para darse cuenta de ello.
Esto se
venía advirtiendo, a todos les interesa agitar el árbol pero parece que a
ninguno le interesa que caigan las nueces, aceitunas, dátiles o lo que toque
según la zona. El resultado lo pagamos todos, por un lado, y el sistema, por
otro. Padecen nuestros bolsillos, que se ven esquilmados, pero padecemos
moralmente al vivir en un espacio nauseabundo en el que se hace difícil
respirar y no sonrojarse.
¿Qué
ocurre en todas partes? ¿Y qué? Eso no es más que una absurda e indecente
excusa. El ejemplo de Perú es dramático. La muerte de Alan García el de las
consecuencias trágicas para una persona, dos veces en la presidencia, una en la
cárcel, refugiado en una embajada y ahora muerto por un tiro en la cabeza, con
la Policía llamando a la puerta de su casa para llevarlo de nuevo ante los
jueces.
Lo peor
de todo es que esta imagen que se da de la política, de los políticos, de las
administraciones, de los gobiernos, etc. tienen un efecto de alejamiento de las
personas honradas, que no sienten la atracción de la política, donde son necesarias;
y, como contrapartida, la atracción de los sinvergüenzas, que ve el campo
abonado y se sientan a esperar a que les lleguen las ofertas por teléfono o en
el despacho amueblado para recibir a estos corruptores.
De la corrupción no solo viven los corruptos, sino los agitadores, a lo que les interesa sembrar el descontento y la desconfianza, los dos grandes enemigos internos de la democracia. La democracia es ejemplar, debe serlo. Se basa en la confianza, en las promesas. Hoy mentir es un acto a la carta, resultado de investigaciones, y engañar casi un mérito en el currículo para ascender en los partidos, primeros responsables de no filtrar a los sinvergüenzas y, por el contrario, promocionarlos hasta la cima.. Hay más empeño en el vestuario que en los principios, o como señala el dicho chino, los que se preocupan más por el sombrero que por la cabeza.
El
disparo de Alán García resuena en todos los países como un eco lejano, como el
destello de un relámpago en el horizonte. Da igual que el gatillo se haya apretado lejos; el
sonido lo hemos oído muy cercano. Ningún país se puede refugiar en la distancia. Está aquí.
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